Estudios Evangélicos

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¿Por qué los evangélicos reflexivos deberían leer a los místicos medievales?

Puedes apostar tu vida a que muchos de los que los leen no lo hacen correctamente: están buscando precisamente el tipo de falta de contenido, el experiencialismo místico que he explicado antes y que los místicos medievales en realidad no representan.

En una clase reciente sobre la iglesia medieval, hice mis tradicionales dos horas sobre los místicos medievales, cubriendo personajes como Buenaventura, el maestro Eckhart, Hildegarda de Bingen y Juliana de Norwich. También incluí a Tomás de Aquino para enfatizar que el misticismo, al menos en un contexto medieval, no excluye la discusión teológica sólida, la exegesis bíblica, ni la verdad proposicional. Nadie que haya leído las oraciones de Aquino puede siquiera dudar de que fuera un hombre con un profundo conocimiento del misterio trascendente de Dios y de la fragilidad e insuficiencia de su propio lenguaje para expresarlo.

Ésta es, en efecto, una importante conexión que hacer hoy. Vivimos una época en que el misticismo se ha vuelto una moda por varias razones. Cuando el lenguaje está frecuentemente bajo sospecha por ser manipulable y engañoso, los géneros simbólicos y apocalípticos usados por los místicos medievales tienen cierto atractivo –géneros que aparentemente tienen mucho valor como respuesta creativa y/o emocional para sus lectores.  Además, en un cosmos de generalizado consumo de mercancías, en el que todo parece reducido a una mera transacción monetaria, el deseo por el misterio y la trascendencia es potencialmente satisfecho por la marcada otredad de los escritos de los místicos. Como los cada vez más fabulosos efectos especiales de las películas, o las intrincadas y caleidoscópicas conspiraciones de las novelas de fantasía, estos trabajos tocan la fibra sensible con algunos elementos básicos del ansia humana por algo más que lo mundano, lo banal y fácilmente accesible. Finalmente, está la idea misma de la experiencia religiosa como algo separable de, o previo a, la creencia religiosa, lo que que ha abierto un lugar para el misticismo al interior del mercado religioso moderno. Es irrelevante si acaso esto ocurre como resultado de la tradición de análisis de la experiencia religiosa con pioneros como William James y Rudolf Otto, o a partir de escritores como Aldous Huxley y Herman Hesse, o por el impacto de estrellas de la cultura pop, desde The Beatles por su interés en la meditación trascendental hasta Madonna y su fascinación por la Cábala: para muchos, la experiencia mística es más importante que la creencia dogmática (sea esta teológica o filosófica) y, en efecto, se sitúa en oposición a la sola noción de que ese tipo de dogmas sean posibles.

En un mundo así, los místicos medievales como Hildegarda de Bingen y Juliana de Norwich han resultado ser populares. Su modo de expresión altamente simbólico y visionario apela a un mundo cansado de proposiciones. Su énfasis en la experiencia apela a un mundo en que la experiencia es la característica distintiva de la autenticidad. Sus alusiones frecuentes y positivas sobre el mundo natural (particularmente en el caso de Hildegarda) apelan a un mundo en que los temas medioambientales se han situado en la vanguardia del discurso ético. Y, por supuesto, el hecho de que ambas, Hildegarda y Juliana, fueron mujeres aumenta su importancia, haciéndolas candidatas obvias para cualquiera que busque enfocarse en el rol de mujeres teólogas en la iglesia medieval y encontrar ahí un precedente para algo similar hoy. De hecho, si se estuviese buscando precedentes para gran parte del experiencialismo místico que parece subyacer a ciertas líneas del evangelicalismo moderno apenas se podría hacer algo mejor que profundizar en los escritos de estas dos mujeres.

Ahora bien, cualquiera que haya leído algo de lo que he escrito, o que me haya oído hablar, sabrá que mi simpatía por todo esto es bastante reducida. Estoy comprometido con proposiciones teológicas, con la verdad, y, si bien soy algo así como un ambientalista amateur, ello no es parte integral de mi teología -soy más bien un luterano de los dos reinos que un guerrero por la cultura cristiana. Y apenas será necesario mencionar que no soy feminista y que tampoco es probable que se me acuse de serlo. Sin embargo, pienso que los místicos medievales deberían ser parte fundamental de la dieta de todos los cristianos reflexivos. ¿Por qué? Pues bien, varias razones saltan a la mente.

Primero, en estos escritos hay un sentido de la santidad y trascendencia de Dios que está significativamente ausente de mucho de la escritura y el pensamiento moderno acerca de Dios. Por supuesto, tal sentido puede estar fuera de lugar –existen comprensiones correctas de la santidad y trascendencia de Dios, pero también nociones incorrectas; pero me atrevería a decir que una noción incorrecta de ellas es, después de todo, mejor que el hecho de que no haya noción alguna. Vivimos en una época informal en que con ligereza entramos y salimos de la presencia de Dios. Los místicos no eran así. Es más, lo que los hace místicos es la sensibilidad sobre su gran pequeñez e insignificancia frente a la vastedad de Dios quien, por sí mismo, es incognoscible y que ha decidido revelarse en la frágil forma de las palabras humanas y de la carne humana. Si la teología usualmente deja mucho que desear, parecería que la respuesta no es rechazar la ambición de los místicos sino combinar esta ambición con una teología adecuada. Por ejemplo, nuestra teología debiese estar atravesada por la reflexión, por ejemplo, sobre la Ley de Dios en toda su temible demanda hacia nosotros y sobre los misteriosos -y a veces perturbadores- pasajes del Antiguo Testamento que enfatizan que los caminos de Dios no son los nuestros. La pérdida del sentido de la misteriosa y asombrosa santidad de Dios se encuentra en la raíz de mucha de la caótica teología actual. El misticismo medieval es un agudo correctivo para esto, un recordatorio de que cuando tenemos un pacto con Dios debiésemos estar al tanto de que estamos pisando terreno sagrado.

Segundo, para los místicos medievales la experiencia no es una categoría separada de la vida religiosa que pueda ser aislada de las extensas consideraciones doctrinales de la iglesia. Por el contrario, es inerradicablemente doctrinal y está conectada a diferentes creencias. Tomemos, por ejemplo, la devoción mística a la misa. Como evangélico ciertamente protesto contra la teología que subyace a la misa: la presencia real de Cristo en cuanto a sus dos naturalezas no es bíblica y sus connotaciones sacrificiales son igualmente inaceptables. Pero el punto es que la dimensión mística/experiencial/afectiva de la devoción a la misa presupone la doctrina. La misa no es una cosa nouménica que desafía una definición lingüística. Es precisamente porque está definida y entendida en cierto sentido que los medievales se refirieron a ella como lo hicieron, y ofrecieron sus reflexiones místicas sobre ella. Los místicos de hoy, paganos o cristianos, usualmente fallan en hacer esta conexión. Se compran unas frases respecto del lenguaje, las proposiciones y la verdad, y ofrecen un tipo de experiencia mística que, de hecho, es es anterior y más básica y real que la expresión lingüística. Al proceder así, revierten la relación de la verdad con la experiencia.

Tercero, el misticismo medieval a veces es más cercano a nuestra teología de lo que creemos. Mucho del misticismo cristiano ha estado preocupado no tanto con la experiencia como con lo apofático. Esta es la teología que habla de Dios mediante la negación de sus características, la llamada teología negativa. Por definición, este tipo de teología no puede ser ‘experimentada’ en ningún sentido usual del término. Los evangélicos conservadores usualmente reaccionarán de modo instintivo contra esta idea. Después de todo, ¿no se ha revelado Dios a nosotros de tal modo que podríamos conocerle en un sentido positivo? Pues, sí; pero cuando reflexionas sobre el lenguaje estandarizado de la teología cristiana ortodoxa es interesante notar cuántas palabras que pensamos que son afirmaciones positivas sobre Dios son, más propiamente, negaciones. Infinito significa sin límites. Simple significa sin partes que lo componen. Impasible e Inmutable significan sin sufrimiento o cambio. Nos engañamos al pensar que nuestra teología hace aserciones sobre Dios; pues, en efecto, usualmente nos encontramos en la misma tradición lingüística y conceptual que los místicos, construyendo nuestra idea de Dios mediante afirmaciones que, realmente, son negativas.

Dado todo lo anterior, espero que la importancia de la lectura de los místicos quede clara. Pero hay otra razón significativa de por qué son de utilidad para los evangélicos contemporáneos. Cuando miro las ediciones de Hildegarda y Juliana y Tomás en mi librero, me siento golpeado por la casa editorial: son publicados por Penguin, una de las compañías editoriales más importantes en el habla inglesa. Ahora bien, por lo que sé, Penguin no publica a Lutero ni a Calvino ni a Warfield ni a Stott ni a Packer. Estos autores son publicados por editoriales especializadas que sirven a la estrecha comunidad evangélica. Eso es porque pocos, por no decir nadie, fuera de ese grupo lee a esos autores. Si son publicados por Penguin es porque mucha gente debe estar comprándolos y leyéndolos. En otras palabras, en una época caracterizada por las ansias de trascendencia y misterio, por elevarse por encima de la banalidad de un consumismo en bancarrota, estos autores parecen haber tocado una fibra sensible. Puedes apostar tu vida a que muchos de los que los leen no lo hacen correctamente: están buscando precisamente el tipo de falta de contenido, el experiencialismo místico que he explicado antes y que los místicos medievales en realidad no representan; en otras palabras, la recepción de estos textos en nuestra cultura entraña una profunda subversión de la piedad y la teología que representaban originalmente. Pero ese no es el punto: estos son los libros que muchas personas leen, los que moldean sus aspiraciones espirituales y proveen el filtro con el que criticarán la vida actual de la iglesia. Si estás haciendo tu trabajo correctamente, este es el tipo de persona con el que entablarás conversaciones, invitándolas a la iglesia, hablando sobre cosas espirituales. Un encuentro con los místicos medievales no solo mejorará tu conocimiento de la Edad Media; posiblemente también te equipe mejor para alcanzar a las almas perdidas de la presente generación.

 

Originalmente publicado como Carl Trueman, “Minority Report: Why Should Thoughtful Evangelicals Read the Medieval Mystics?,” Themelios 33.1 (2008): 2–4. Traducido con autorización. Traducción de Luis Aranguiz.

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