Estudios Evangélicos

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Protestantismo y liberalismo: reconsiderando la tesis de Weber (y las versiones empobrecidas de la misma)

Es un ejercicio deshonesto y pretencioso ligar el protestantismo tan ligeramente con el liberalismo político, económico y teológico de la forma en que lo hace el liberalismo ilustrado y el católico tradicionalista.

Recientemente en Chile, la Fundación para el Progreso en conjunto con el Instituto Res Publica reeditó el libro del profesor Alejandro Chafuen, Raíces cristianas de la economía de libre mercado. En dicho libro, el profesor Chafuen, quien es economista de formación profesional, elabora una genealogía historiográfica respecto a los orígenes del pensamiento de libre mercado. Dentro de sus principales conclusiones, el autor sostiene que resulta posible datar las raíces del pensamiento de libre mercado en el pensamiento cristiano temprano y medieval[1].

En reacción a dicha tesis, diversos ambientes intelectuales han comenzado a reflexionar  en torno a las relaciones entre capitalismo y cristianismo, en lo que respecta a sus fundamentos filosóficos, y especialmente a su compatibilidad. Aquellos que hemos seguido el debate con atención y participamos del cristianismo desde el mundo evangélico-protestante hemos asistido, sin embargo, a un proceso que miramos con preocupación, por cuanto parte de las posiciones en pugna, al evaluar la compatibilidad entre ambos fenómenos, afirma una relación idéntica entre protestantismo y liberalismo. En otras palabras, el protestantismo no solo sería  compatible, sino que en muchos sentidos causa del liberalismo.

Este intento por identificar al protestantismo con el liberalismo, está presente entre aquellos que en la esfera pública defienden la compatibilidad del mercado y su ética con la ética cristiana, y que desde una posición liberal, entremezclada con filosofía de la ilustración y el iluminismo, ven en la reforma protestante y en sus valores, la emergencia de los principios de autonomía y el sapere aude kantiano. Por el otro lado, están aquellos que desde una posición católica, las más de las veces tradicionalista, identifican al protestantismo como uno de los grandes males surgidos de la modernidad, en tanto expresión del liberalismo político, económico y en último caso teológico. Para este grupo, la libre interpretación de las escrituras, así como la erosión de las bases escolásticas que sostenían el pensamiento medieval, serían solo algunas de las razones que habrían conducido a Europa y en un plazo más largo al mundo entero, a un escenario de secularización, laicismo y relativismo desenfrenados.

Ambas interpretaciones parecen tener en común la dificultad de estar muy comprometidas con un grupo de interés y cierta posición política de base, que obstaculiza la búsqueda auténtica por la verdad respecto a la Reforma y sus rasgos fundamentales. Leen el fenómeno del protestantismo y su supuesto núcleo liberal, instrumentalizándolo intelectualmente para sus intereses y débiles genealogías, resultando de esto un ejercicio poco honesto intelectualmente. Ambos grupos acuden afanosamente a la sociología para fundamentar sus posiciones, especialmente a los trabajos de Wernert Sombar y Max Weber. En particular, este último autor resulta de suma relevancia para entender la predisposición con la que ambos grupos se aproximan al fenómeno de la Reforma.

De acuerdo con Weber, el surgimiento del capitalismo respondería a la emergencia de un modo particular de vida, que configurado en la forma de ethos habría cimentado el camino para la consolidación de una ética laboral coherente con los intereses del capital. La ética calvinista, especialmente en sus derivaciones puritanas sería, a juicio de Weber, la causante de la consolidación y masificación de dicho ethos funcional a los valores del capitalismo y que entremezclado con el ya existente ethos liberal, habría dado origen a los procesos de racionalización de la vida moral así como de la vida social[2].

En una revisión de las prácticas pastorales de las comunidades protestantes derivadas de sus configuraciones teológicas, el autor encuentra elementos de ruptura con la concepción tradicional católica de trabajo, especialmente en Lutero. Sin embargo es en Calvino y en su doctrina de la predestinación que Weber cree hallar el germen primigenio del capitalismo. La predestinación, sostiene el sociólogo, sería la causa de una angustia existencial respecto a la conciencia del estado de gracia del creyente. De este modo, dicha angustia sería aplacada desde la práctica pastoral puritana, otorgándole un contenido soteriológico a la riqueza y dignificando la dimensión doxológica del trabajo en la consecución de la salvación. Ambas condiciones producirían un espíritu de ascesis intramundana capaz de racionalizar todos los modos de vida así como los modos de producción.

Si bien el libro La ética protestante y el espíritu del capitalismo de Max Weber es una de las obras más importantes del pensamiento sociológico, su metodología marcadamente individualista, así como sus provocativas conclusiones, no han dejado indiferente a nadie dentro de la disciplina. Mientras algunos critican directamente los resultados de la investigación, otros reclaman que el sociólogo alemán ha sido históricamente mal interpretado.

Entre estos últimos están los que con razón, y en contra tanto de las aspiraciones tradicionalistas como liberales, defienden el modelo weberiano. Es el propio autor quien expresamente rechaza la idea de causalidad entre ethos protestante y capitalismo. Sería un error histórico, a su juicio,  entender la relación entre ambos fenómenos como una relación causa-efecto. En su lugar, Weber se encarga de analizar, en su obra más robusta, Economía y sociedad, otros factores históricos que concurrieron simultáneamente  a la formación del capitalismo y que erosionan la tesis de la doble vinculación[3]. Lo único que en algún sentido es atribuible al trabajo weberiano es la vinculación entre el naciente capitalismo del siglo XV y el influjo del espíritu protestante. Aun así, para el sociólogo resulta igual de importante el ethos liberal secular que, siendo largamente anterior al protestante, habría sido la condición de posibilidad del desarrollo industrial y mercantil. Probablemente aquellos que incurren en este error no lo hacen con una intencionalidad desordenada, sino simplemente por un déficit de formación sociológica formal, o por un problema de formación histórica, pues ignoramos la existencia de un liberalismo económico pre-protestante.

De todos modos, para aquellos que aún permanecen en la tentación de la relación causal entre protestantismo y el ethos que dio origen al capitalismo, es posible ofrecer un segundo argumento. En la década de los 50 se desarrolló en el norte de Holanda una serie de estudios, cuyo objetivo consistía en testear, a partir de la tesis weberiana, la relación entre zonas de mayoría protestante y la existencia de asociaciones de carácter capitalista, ya sea financieras, bancos, empresas, entre otras. Los resultados dieron cuenta de que en aquellas zonas de prevalencia calvinista, existía un déficit de organizaciones capitalistas respecto al promedio nacional. En otras palabras, en dicho contexto no se pudo comprobar la correlación significativa entre prevalencia de organizaciones protestante y la prevalencia de organizaciones capitalistas[4].

Una tercera crítica es la que guarda relación con las dificultades metodológicas que importa la posición weberiana respecto a la emergencia de un determinado ethos que, alentado por el influjo de la Reforma, habría dado origen al capitalismo. De acuerdo con la crítica habermasiana a la sociología comprensiva de Weber, producto de su metodología individualista basada en tipos ideales, el sociólogo alemán tendría serias dificultades teóricas para explicar el tránsito entre la acción individual y la acción colectiva. En otras palabras, Weber desanexa la racionalidad individual de la racionalidad social, transformando esta última en un orden de mera agregación de preferencias y coexistencia de arbitrios irreconciliables. De este modo, el autor cometería el error de generalizar conductas que en muchos casos están solo reservadas a los espacios individuales o, en el mejor de los casos, al espacio comunitario. En otras palabras, para el caso específico de la tesis respecto a la reforma, Weber tendría dificultades en explicar cómo la forma de vida de las comunidades protestantes se elevó al espacio de la cultura y, a partir de allí, llegó a generalizarse socialmente. En ese sentido, atribuirle influencia al ethos protestante en la configuración del capitalismo, reportaría una serie de estadios teóricos intermedios que aún no han sido resueltos[5].

Finalmente, está la crítica que distingue a Weber de los padres reformadores, y que para efectos del argumento resulta la más ilustrativa. Según el pensador judío de origen alemán, Leo Strauss, Weber comete el error de dar una imagen del protestantismo a partir exclusivamente de sus prácticas pastorales, y no de las enseñanzas de sus precursores. De este modo, a juicio de Strauss, “Weber nunca se refiere a cómo el propio Calvino concibió a la esencia del calvinismo. Al no hacerlo no está en condiciones de distinguir entre el  calvinismo y sus tergiversadores puritanos”[6]. Si bien es posible salvar esta crítica sosteniendo que el ejercicio de Weber consiste precisamente en sociología de la religión y no de la teología moral de la reforma, conviene separar las aguas entre la constelación de valores de la Reforma y sus prácticas y posibles tergiversaciones posteriores.

Es en esta confusión que caen con frecuencia los liberales y, especialmente, los católicos tradicionalistas. Ambos leen un movimiento religioso, teológico, y en último término político, de manos de un autor secundario y no de sus fuentes primarias. De hecho, al acudir a obras de los padres reformadores como la Institución de la religión cristiana de Calvino, Carta a la nobleza cristiana de la nación alemana de Lutero, o De vera et falsa religione de Ulrico Zwiglio, no es posible encontrar ninguna referencia o valoración positiva respecto a la naciente forma de organización. Muy por el contrario, todos los reformadores sin excepción son defensores de una concepción económica más tradicional, y opositores a las nuevas forman que organizaban la vida económica. Incluso, si se desea evaluar los frutos del protestantismo en materia económica, no es posible hacerlo considerando únicamente la experiencia estadounidense, donde se mezclan rencillas étnicas, denominacionales e inmigratorias. Por el contrario, intentos formales por poner en práctica la teología protestante, han dado variados frutos que permiten desanclar  la libertad económica de una determinada concepción del capitalismo. Por de pronto, el ordoliberalismo, que, siendo un movimiento religiosamente ecuménico, tuvo la capacidad, de manos de autores luteranos, de dar cuenta de la necesidad de entender el orden económico en los marcos del orden social y, en último término, un orden natural a la hora de referencias últimas para la economía[7].

Si se tiene en consideración todo lo anteriormente expuesto, el ejercicio de ligar protestantismo y liberalismo resultará dificultoso teóricamente y exigirá un sinceramiento de posiciones respecto a los conceptos en juego. Habiendo cubierto de este modo el desanclaje en el nivel de lo económico, aún hay dos espacios que, aunque en menor extensión y profundidad, resulta provechoso revisar.

En primer lugar, en el nivel de lo político es posible señalar, respecto a la supuesta condición de liberalidad del protestantismo, un par de distinciones importantes. Si se da una mirada a la participación política protestante, se puede observar que, a pesar del alto grado de diversidad entre los feligreses, especialmente desde el horizonte de la doctrina de la libertad de conciencia que obstaculizaba las pretensiones de clericalizacion tan comunes en otros contextos, como el católico, el mundo protestante manifestaría inclinaciones políticas a partir de la condiciones contextuales que lo rodean. Así, según la famosa tesis de Lipset[8], en aquellos países que gozaban de mayoría católica como Francia o España, la feligresía católica votaba en masa por el partido conservador, de modo de mantener los privilegios jurídicos y sociales, mientras que la feligresía del protestantismo minoritario se asociaba con el liberalismo y el radicalismo político, en búsqueda de libertades políticas y públicas de las que se les excluye sistemáticamente. En el caso de Chile, el mundo protestante estuvo -lamentablemente, a mi juicio- asociado a la masonería, en búsqueda de la ampliación de la libertad de cultos.

Los escenarios anteriores dan cuenta del protestantismo minoritario, sin poder de articulación y fuertemente fraccionado por el denominacionalismo. Aun así, antes de emitir cualquier veredicto respecto a la supuesta condición de liberalismo político del protestantismo, es menester asistir a la única expresión política abiertamente fundada en los valores e ideales de la reforma: el Partido Calvinista Anti-revolucionario Holandés, protagonista en la escena política holandesa en las última décadas del siglo XIX y comienzos del XX, es el mejor contraejemplo para dicha tesis. “Resueltamente opuesto a la modernidad, esto es, a la ideología de la revolución francesa y la filosofía pública asentada desde la llegada del humanismo secular”[9], reza el programa del PCAR. Podría parecer, sin embargo, que la condición antirrevolucionaria del partido lo empujara a su reverso especular, esto es, la condición conservadora. Afortunadamente, el PCAR se constituyó desde su declaración fundacional como enemigo del status quo y, por el contario, altamente progresista en materias sociales[10]. De hecho, con la llegada al cargo de primer ministro del teólogo calvinista Abraham Kuyper, el gobierno dio un fuerte énfasis a las políticas sociales, especialmente en lo que respecta a la promoción y el fortalecimiento de las redes de asociación y las sociedades intermedias. El PCAR también sostuvo una especial preocupación por la “cuestión social”, pero no desde un horizonte puramente desarrollista, sino que teniendo en consideración simultáneamente la “cuestión teológica”[11]. De ahí que en la ocasión hayan participado católicos que a partir de la recientemente publicada encíclica  Rerum novarum fueron de particular importancia para el diálogo entre ambos credos.

Finalmente, respecto a las querellas teologías y filosóficas que acusan al protestantismo de liberalismo, hay mucho que decir. Probablemente un ejercicio de esta naturaleza merece esfuerzos particularmente grandes y que sobrepasan ampliamente el espacio y capacidad de este ensayo. Cualquier forma de abordar la cuestión sistemáticamente, en este contexto resultaría un despropósito y estaría destinada al fracaso. Aun así, me permito hacer un comentario final que puede ilustrar de mejor manera el precio de la libertad de conciencia y la libre interpretación protestante de la Biblia. Aquellos que ven en estos dos principios los responsables de la mayoría de los excesos religiosos y teológicos de la modernidad, pasan notablemente por encima los principios exegético-eclesiológicos de la ortodoxia protestante. Entender libre interpretación como un mero ejercicio individual desarraigado es un error. Por el contrario, la libre interpretación siempre refiere a un contexto mayor, tal como queda elegantemente expresado en la hermenéutica eclesiológica del pastor bautista Charle Spurgeon, apodado ‘el príncipe de los predicadores de Londres’, quien sostuvo que “aunque la tradición no regla nuestra interpretación, si la guía”[12]. De este modo, aunque la única fuente doctrinaria de donde bebe el protestantismo son las Sagradas Escrituras, la tradición y la comunidad cumplen también un rol. En esta última se invierte el principio de autoridad presente en el catolicismo, pues ya no es la iglesia jerárquica y magisterial la que tiene la autoridad veritativa sobre la interpretación, sino más bien la iglesia entendida desde el horizonte de la unidad y universalidad del sacerdocio. En ese sentido, una interpretación ortodoxa de los textos bíblicos no debería jamás alejarse gravemente de las interpretaciones que la comunidad ha brindado por espacio de 2000 años.

En síntesis, ha de reconocerse que el trabajo de desanclar al protestantismo del liberalismo no resulta del todo tarea fácil. Aun así, es un ejercicio deshonesto y pretencioso ligarlo tan ligeramente con el liberalismo político, económico y teológico de la forma en que lo hace el liberalismo ilustrado y el católico tradicionalista. Si en ambos hay un espíritu de auténtica búsqueda de la verdad, que les permita dejar de leer el protestantismo desde Weber y comenzar a hacerlo desde Lutero y Calvino. Se darán cuenta de que en el protestantismo hay mucho más de cristianismo que de cualquier otra cosa.



[2] Weber Max, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Editorial Alizana, Madrid  2002.

[3] Weber Max, Economía y sociedad , Fondo de cultura económica , Madrid, 2002.

 

[5] Habermas Jurgen, Teoría de la acción comunicativa, 2 vols. Taurus, Madrid, 1987.

 

[6] Strauss Leo, ¿Qué es filosofía política? Fondo de cultura, México 1999, pág 69.

[7] Yáñez Eugenio, Economía social de mercado ¿mito o realidad?, Editorial Altazor, Santiago 2013.

[8] Lipset, S. El hombre político: las bases sociales de la política. Buenos Aires: Tecnos, 1960.

[9] Kuyper Abraham, Guidance for Christian engegment in goverment, CPL academics

[10] Ídem.

[11] http://estudiosevangelicos.org/evangelicos-y-catolicos-en-la-vida-publica/

[12] C.H.Spurgeon, cartas del sufrimiento, www.spurgeon.com.mx/cartassufrimiento.pdf

 

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