Estudios Evangélicos

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Quisiera que todos profetizaran

La iglesia no puede permitirse ignorar la tradición profética de Israel.

Los profetas del Antiguo Testamento son una de las figuras bíblicas más peculiares y fascinantes[1]. Con su predicación y extraño comportamiento esperaban remecer y despertar a sus oyentes. Isaías caminó alrededor de Jerusalén desnudo y descalzo para simular un prisionero de guerra. Jeremías compró un cántaro de greda y, tras reunir a algunos ancianos y sacerdotes, rompió el jarro contra el suelo. Esto, les dijo, es lo que Dios tenía preparado para Judá. Ezequiel llevó las extrañas acciones proféticas a nuevos niveles, al perforar la pared de su casa y afeitar su cabello y barba, manojos de los cuales cortó o quemó o arrojó al viento.

Es dudoso que alguien invitara a un profeta a cenar por segunda vez[2]. No sólo los actos de los profetas, sino también su imaginería eran desconcertantes. Amós se refirió con ira a las mujeres ricas de Israel llamándolas vacas gordas de la fértil región de Basán. Miqueas llamó caníbales a los líderes de Judá, quienes arrancaban los huesos y comían la carne de sus súbditos. No es de extrañar que muchos vean a los profetas bíblicos como personas enigmáticas, excéntricas. Aún así, no debiéramos permitir que estos curiosos actos y pronunciamientos nos hagan desechar a los profetas que los realizaron. La iglesia no puede permitirse ignorar la tradición profética de Israel.

MENSAJEROS DE DIOS

A menudo se malinterpreta a los profetas del Antiguo Testamento como personas que predecían el futuro, en una misma categoría con Nostradamus o Jean Dixon. Aunque parezcan enigmáticos, en un principio no predecían el futuro. Los profetas eran mensajeros que hablaban por Dios; traían un mensaje divino para el pueblo de Israel, necesario para un momento en particular. Como estos oráculos históricamente particulares han sido aceptados como Escritura con autoridad, sus mensajes se han convertido en profecía para cada nueva generación.

Los profetas vincularon consistentemente la correcta adoración con la vida correcta, y la idolatría con la injusticia. Le recordaban al pueblo de Israel su responsabilidad en el pacto con Dios, que la observancia religiosa y la forma en que vivía el “resto” de su vida eran aspectos inseparables. Las palabras de los profetas hacen eco de la declaración de Samuel a Saúl: “¿Qué le agrada más al Señor: que se le ofrezcan holocaustos y sacrificios, o que se le obedezca lo que Él dice? El obedecer vale más que el sacrificio, y el prestar atención, más que la grasa de carneros” (I S 15.22 NVI). Esta declaración resume el núcleo de la tradición profética. Dios quiere fidelidad y obediencia, no mero celo religioso para cubrir nuestros errores y omisiones. Este enfoque a la relación entre lo que se adora y cómo se vive resuena a través de todos los libros proféticos.

Como mensajero de Dios, Oseas les dijo a los israelitas “Lo que pido de ustedes es amor y no sacrificios, conocimiento de Dios y no holocaustos” (Os 6.6). La diatriba de Amós contra la indolencia de los ricos y la opresión del pobre son la esencia de la crítica profética de una religiosidad que se ha vuelto un fin en sí y desecha la justicia y rectitud. “Yo aborrezco sus fiestas religiosas; no me agradan sus cultos solemnes. Aunque me traigan holocaustos y ofrendas de cereal, no los aceptaré;…pero que fluya el derecho como las aguas, y la justicia como arroyo inagotable” (Am  5.21-22a, 24). Miqueas advirtió que Dios no requiere holocaustos o ríos de aceite, sino “practicar la justicia, amar la misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Mi 6.6-8). Para los profetas, la vida religiosa era inherentemente una vida moral.

El justo Dios de Israel esperaba justicia de su pueblo. Dios quería que Israel formara una sociedad igualitaria, diferente a la de los egipcios o los cananeos, quienes tenían una monarquía que sobrevivía gracias a la laboriosidad de sus campesinos. La ley otorgada con el pacto buscaba prevenir la acumulación de la riqueza y el poder en un solo grupo. Cuando el pueblo desatendió las intenciones del pacto, el trato a los pobres y sin poder –el huérfano, la viuda y el extranjero- era un indicador de la corrupción de la sociedad.

Los profetas utilizaban una imaginería áspera y acciones extravagantes para penetrar la insensibilidad y saciedad de los miembros ricos y cómodos de la sociedad. Sus críticas eran punzantes y vehementes cuando las obligaciones del pacto eran ignoradas[3]. Profetas valientes como Natán y Elías enfrentaron a las familias reales insistiendo en que incluso los reyes poderosos como David y Acab debían ceñirse al pacto.

Los profetas, como ha indicado Abraham Joshua Heschel, eran iconoclastas que desafiaron las creencias cómodas y las pretensiones religiosas del pueblo[4]. Jeremías se paró en el Templo en Jerusalén y atacó la creencia de que era inviolable. Él hablo contra la noción popular y venerada de que nada podría sucederle al Templo, sin importar la infidelidad del pueblo hacia Dios. El pueblo adoptó “El Templo del Señor, El Templo del Señor, El Templo del Señor” como una invocación para su propia seguridad (Jer 7.4). En otra época, ellos podrían haber creado adhesivos para autos con la leyenda “Templo del Señor” o pulseras y poleras “TDS”. Jeremías casi resulta muerto por vociferar contra tales pretensiones. Muchos profetas eran personas solitarias que se levantaban contra reyes, líderes religiosos, y a veces contra la gente común. Con todo, durante el exilio algunos profetas bíblicos llevaron un mensaje de esperanza y consuelo a una Judá devastada por la guerra y exiliada. Cuando cambió la necesidad en Israel, los profetas variaron su tono.

Debemos recordar que los profetas eran representativos de la tarea asignada a todos los israelitas, quienes, como pueblo de Dios, tenían que ser un reino de sacerdotes mediadores entre Dios y el resto del mundo. El Libro de Números contiene un interesante relato de setenta ancianos que fueron escogidos para ayudar a Moisés a sobrellevar el liderazgo sobre los israelitas. El pueblo reclamaba por su situación en el desierto, particularmente por su tediosa y rutinaria dieta de maná. Después de que los recién designados ancianos recibieron el espíritu divino, profetizaron en el desierto; otros dos hombres que fueron designados como ancianos pero se quedaron en el campamento también profetizaron. Josué aconsejó a Moisés que les reprendiera y que él mantuviera una posición única como profeta o vocero de Dios, pero Moisés respondió: “¿Estás celoso por mí? ¡Cómo quisiera que todo el pueblo del Señor profetizara, y que el Señor pusiera su Espíritu en todos ellos” (Nm 11.29). Josué se preocupó por el liderazgo de Moisés ante aquellos otros que profetizaban. A Moisés le preocupaba que la comunidad obedeciera al Señor. Moisés deseaba que todos en el pueblo de Dios pudieran hablarse unos otros respecto a las obligaciones como pueblo del pacto.

JESÚS COMO PROFETA

Los Evangelios presentan a Jesús como el mayor de los profetas[5]. Jesús es más que meramente un profeta, desde luego, pero nada menos. Sus críticas a los líderes religiosos de su tiempo reflejan claramente la tradición profética de Israel. Él los amonestaba para que sus vidas concordaran con su devoción hacia el Señor. Mediante una fuerte imaginería al estilo profético, los llamó “sepulcros blanqueados” y “nido de serpientes”. Citando a Jeremías, Jesús sacó a los comerciantes del atrio exterior del templo, porque entorpecían el testimonio del templo para los gentiles (Mc 11.17). Su postura profética contra los líderes religiosos y políticos le significó la muerte.

Las enseñanzas de Jesús también eran declaraciones proféticas. Su visión del reino de Dios, por ejemplo, tiene su raíz en la visión profética veterotestamentaria sobre la restauración de la creación. El libro de Isaías prevé un tiempo futuro de paz y justicia, cuando todas las criaturas sean reconciliadas, en paz unas con otras y con Dios (Is 11.1-10). Del mismo modo, Jesús describió el reino como una gran inversión de las rivalidades, de grandes y pequeños, ricos y pobres, y siervos y amos. La suya fue una visión profética del futuro de Dios, cuyo propósito era hablar al tiempo presente.

Jesús anunció que el reino de Dios estaba muy cerca para toda la creación. Algunos de su época esperaban a alguien que, como un gran rey davídico, restauraría la nación de Israel, repararía los agravios que se les habían causado, y establecería un reino de justicia y paz. Jesús aceptaba esta expectativa mesiánica, pero le dio un nuevo carácter. Él predicaba la paz en lugar de un violento ataque sobre sus enemigos. Jesús a menudo utilizó imágenes del campo y el hogar para describir el crecimiento del reino de Dios: sería como el brote de la semilla de mostaza, como levadura que hace leudar la masa, o como semillas esparcidas en tierra fértil. En estas metáforas agrícolas el reino llega gracias a la misteriosa obra de Dios y no mediante avances humanos.

Jesús instituyó un nuevo orden social. Quienes lo siguen deben servirse unos a otros, y no dominarse como los tiranos y señores de los gentiles. Ser grande en el reino equivale a servir, no a dominar. Como el mayor de los profetas, Jesús nos reveló el propósito de Dios de formar un nuevo tipo de comunidad[6]. Como un nuevo Moisés, Jesús instituyó una nueva sociedad. Él dejó altas exigencias morales sobre quienes pertenecían a su nuevo pacto, no para recibir salvación, sino para expresar la salvación que recibían de parte de Dios.

LOS PROFETAS EN LA IGLESIA PRIMITIVA

El apóstol Pablo incluye la profecía junto con el servicio, la enseñanza, la exhortación, el liderazgo, la generosidad y la compasión como dones espirituales dados por Dios a los miembros de la iglesia (Ro 12.4-8; comparar I Co 12.8-11). Del mismo modo en que el cuerpo humano tiene muchos miembros que funcionan distintamente, para todos lograr la salud y bienestar del cuerpo completo, así también la iglesia, que es el cuerpo de Cristo, tiene muchos miembros con diversos dones para edificar y preservar la salud de la iglesia. Una lista similar en la carta a los Efesios indica que algunas personas están en la iglesia para ejercer como profetas (Ef 4.11-13). Los santos deben estar capacitados para el ministerio común, y los profetas están entre quienes trabajan para alcanzar ese fin.

“Empéñense en seguir el amor y ambicionen los dones espirituales”, incita Pablo a todos los miembros de la iglesia de Corinto, “sobre todo el de profecía” (I Co 14.1). Los profetas hablan a la comunidad de creyentes para “edificarlos, animarlos y consolarlos” (14.3). Debido a que la profecía tiene como fin edificar a toda la comunidad, es un don mayor que el de hablar en lenguas, que está orientado a los individuos. Pablo indica que cinco palabras comprensibles, de edificación y ánimo, son mejores para la comunidad que diez mil palabras en privado, por lo tanto los miembros de la iglesia debieran estar ansiosos por profetizarse unos a otros.

¿Qué es lo que estos profetas decían? ¿Enseñaban, como dice Santiago, que la religión pura ante Dios es visitar a los huérfanos y las viudas y guardarse sin mancha del mundo (Stg 1.27)? La insistencia de Santiago en que las obras deben acompañar siempre a la verdadera fe, hace eco de las críticas de Amós y Jeremías a la religión de Israel.

Podemos entrever los roles específicos de los profetas en la iglesia primitiva en el relato de Judas y Silas, quienes como profetas de la iglesia de Antioquía, “hablaron extensamente para animarlos y fortalecerlos” (Hch 15.32). Cuando otro profeta, Ágabo, les advirtió que se prepararan para un futuro tiempo de hambre, los creyentes de Antioquía comenzaron a ahorrar dinero para enviarlo a la iglesia de Jerusalén (11.28-30). Estos profetas, al igual que los del Antiguo Testamento, llamaron a su comunidad a cumplir su misión y obligaciones como pueblo de Dios. Los miembros de la iglesia los aceptaron como voces autorizadas pues la iglesia discernía cómo ella debía actuar en cuanto cuerpo de Cristo.

Además de designar a personas específicas como profetas, el Nuevo Testamento también retrata a la iglesia toda como una voz profética para el mundo[7]. Pablo, cuando dijo a los corintios que el querría verlos a todos ellos profetizar, estaba ratificando el deseo de Moisés de que todos en el pueblo de Dios fueran profetas. El reconocimiento de algunas personas en particular en la iglesia, dotadas para servir como profetas, debiera recordar a todos los miembros de la iglesia su llamado a un ministerio profético.

¿QIÉNES SON HOY LOS PROFETAS?

¿Existen personas, ya sea en el ámbito nacional o en las congregaciones locales, que sean voces proféticas para la comunidad cristiana hoy en día? ¿Quién llama a la iglesia a evaluar la relación entre su adoración y su vida?

No estoy identificando a aquellos que son los profetas de la iglesia de hoy, ya que eso es algo que las congregaciones tienen que discernir en su vida en conjunto. Los cristianos deben “probar los espíritus”, examinar en sus comunidades las palabras de cada profeta (I Jn 4.1; comparar I Co 14.29). Debemos escuchar las voces que oímos alrededor nuestro y buscar aquellas que apunten al pulso de la iglesia, que puedan leer las señales de los tiempos, y llamen al mundo a volverse al Dios que encontraron en Jesucristo.

Al tiempo que en la iglesia deliberamos sobre cómo vivir, los profetas nos llaman a la fidelidad a Cristo y nos mantienen pendientes de lo que él espera de su pueblo mientras tomamos decisiones y enfrentamos dificultades. Ellos nos remecen para que veamos claramente las necesidades de la hora presente. Ellos cuestionan las pretensiones religiosas que nublan nuestro juicio y descubren los ídolos que ponemos ante Dios. Quienes tienen el don de profecía nos ayudan a entender nuestra situación a la luz del nuevo camino de Dios para el mundo.

Los profetas, como enfatizó Pablo, edifican a toda la iglesia para que se convierta en una voz profética para la cultura a su alrededor. Jesús estableció e hizo posible, mediante su vida, muerte y resurrección, una nueva forma de estar en el mundo. Con su vida y su cruz como nuestro paradigma, la iglesia vive en el Espíritu, en el camino de Jesús. Así, la vida de la iglesia debiera servir como una palabra profética para la comunidad circundante[8].

Aunque los profetas del Antiguo Testamento en principio hablaron a los israelitas, también emitieron oráculos contra las naciones vecinas a causa de sus pecados. Ellos declaraban que Jehová no es simplemente una deidad tribal, sino que es el único verdadero Dios del universo. Por su parte, Jesús describió el reino de Dios formado a partir de todas las naciones, pueblos y tribus. Como representante provisional de este reino, la iglesia también debe ser un cuerpo que trascienda los límites de nación y etnicidad. En nuestra existencia dispersa, los cristianos todavía aprendemos que las preocupaciones de Dios no se pueden identificar con las de ninguna nación en particular. De hecho, esta es una razón por la que los cristianos en Norteamérica necesitan escuchar las voces proféticas de las iglesias en Asia, África y Latinoamérica.

Junto con Moisés y Pablo, anhelamos que todos en el pueblo de Dios profeticen. Mi tradición cristiana a menudo habla acerca de la condición sacerdotal de todos los creyentes, que significa que todos los miembros interceden y se ayudan unos a otros. Así también debiéramos hablar de la condición profética de todos los creyentes. Todas las personas en la iglesia, ya sea pastores, diáconos o profesores de escuela dominical, abuelas o jóvenes, teólogos o novatos; todos tienen oportunidad de volver la iglesia a su camino cuando divaga por sendas y asuntos periféricos.

Como creyentes, deberíamos proclamar proféticamente la verdad en amor, y mutuamente custodiar la responsabilidad ante nuestras obligaciones. Que nuestra oración sea que todos puedan ser profetas, preocupados por la vida del pueblo de Dios en cuanto testigo para el mundo.


[1] Copyright del Center for Christian Ethics, Baylor University para el original y la traducción. Traducción de Elvis Castro. Traducido y publicado con autorización del Center for Christian Ethics.

[2] Frederick Buechner, Wishful Thinking: A Theological ABC (New York: Harper and Row, 1973), 73.

[3] Walter Brueggemann, The Prophetic Imagination, segunda edición (Minneapolis: Fortress Press, 2001), 5-46.

[4] Abraham J. Heschel, The Prophets: An Introduction, volúmen 1 (New York: Harper and Row, 1962), 10-12.

[5] Los teólogos hablan del triple ministerio de Cristo. Jesús fue profeta, sacerdote y rey. Lamentablemente, a menudo se pasa por alto el Jesús profeta, por el temor a implicar que era “sólo” un profeta.

[6] John Howard Yoder, The Politics of Jesus: Vicit Agnus Noster, edición revisada (Grand Rapids: William B. Eerdmans, 1994), 52.

[7] Karl Barth, Church Dogmatics, volume 4, part 3.2, translated by G. W. Bromiley (Edinburgh: T&T Clark, 1962), 895-98.

[8] Yoder, 185-87.

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