Estudios Evangélicos

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Reformar la iglesia para reformar el mundo

¿Qué significa la Reforma para un pentecostal? Esa pregunta tiene varias respuestas poco complacientes, pero en el presente, con algo de desencanto, uno podría contestar: “nada”, porque en la cultura pentecostal simplemente no resulta interesante conocer la historia de la Iglesia. Y si es que significa algo, para muchos pentecostales la Reforma no es mucho más que el hito de un heroico Lutero anticlerical alzándose contra el Papa. Son pocos los que, caminando un poco más lejos, han encontrado algunos rastros profundos de la Reforma en los pentecostalismos y, con todo, la diversidad pentecostal es tan heterogénea como la diversidad de la Reforma, por lo que pensar una relación bilateral monolítica en la que puede haber una cierta “herencia” particular, es una ingenuidad. Y es sobre este último caso al que quisiera referirme.

Pentecostalismo (y con eso forzaré arbitrariamente el término para hacer referencia amplia a la versión criolla, clásica y neo del fenómeno) y Reforma, más allá de sus diferencias y heterogeneidades internas, son fenómenos de cambio. Ambos buscan la transformación de la realidad. La Reforma respondía a un contexto político-institucional en que la Iglesia Católica Romana tenía un poder temporal evidente. El pentecostalismo respondía a iglesias en las cuales difícilmente podrían hallarse personas que creyeran en los milagros. Es decir, el alcance de este último se limitaba al ámbito religioso eclesial, y no a la sociedad en su conjunto como ocurrió con la Reforma protestante. Si bien con esta afirmación no se niega que el pentecostalismo indudablemente ha tenido un impacto en la sociedad, ello no implica que este impacto haya sido siempre comprendido en una dimensión sociopolítica. De modo que ¿cómo están leyendo la Reforma los pentecostales y neopentecostales a la luz de sus 500 años?

Ese selecto grupo de personas para el que la Reforma significa algo, y algo más que un anticlericalismo militante, está celebrando –que no conmemorando- con celeridad los 500 años. Se realizan acciones públicas de todo tipo. Charlas, conferencias, debates, producción intelectual, etc., pero todas estas iniciativas comparten, con matices, cuatro grandes características: una sobreespiritualización, una politización, una identificación acrítica y una mirada descontextualizada de lo que fue la Reforma.

Sobreespiritualización

En una mirada como la pentecostal, todo lo que ocurre en el mundo es parte de la gran lucha cósmica en la que Dios disputa el gobierno de la humanidad con las fuerzas del mal. La vida es una lucha entre la iglesia y el mundo. Así, la Reforma ha sido entendida como parte de ese proceso de “guerra espiritual” que estaría ocurriendo al interior de la historia humana. En este sentido, Lutero y compañía fueron, ante todo, instrumentos divinos dentro de la gran guerra cósmica. Esta lectura, en algunas versiones, llega a sacralizar la figura de estos líderes. En otras palabras: los reformadores son vistos del mismo modo que podría ser visto el pastor o apóstol “ungido” e intocable. Así, aquellos que con más fervor combatieron la idolatría, terminan convertidos ellos mismos en ídolos (aunque, desde luego, esto está lejos de ocurrir solo en los círculos pentecostales).

Politización

Dada la fuerza evangélica de corte pentecostal y neopentecostal latinoamericana, el despertar de los intereses políticos no se ha hecho esperar. Pero como la política ha sido siempre un tema de disputa en la órbita pentecostal y neo, justamente porque dentro de la lectura espiritual de los hechos humanos queda dentro de lo “mundano” negativo, la forma de rehabilitar la militancia política evangélica ha pasado por una vinculación con la Reforma como hecho político. Lutero no solo combatió al Papa en tanto líder religioso, sino en tanto líder político. De aquí que los cristianos también estemos facultados para hacer política. En esta versión de la Reforma, lo que se busca es enfatizar el hecho de que los cristianos sí pueden ser influyentes en la sociedad, sí pueden generar cambios y transformaciones sustantivas como los producidos por los heroicos reformadores.

Identificación acrítica

En otra dirección, hay quienes han querido ver que dentro del pentecostalismo hay toda una “herencia protestante”. Aquí cobran especial relevancia algunas categorías propias del ámbito reformado como las 5 solas. Se dice que los pentecostales efectivamente son herederos de, por ejemplo, la Sola Scriptura, y que ella es lo más importante. Pero, a su vez, cualquiera que conozca algo de la vasta realidad pentecostal, sabe que una profecía o revelación particular a una persona puede fácilmente apartar la mirada del texto sagrado. Lo mismo puede decirse del “Sola gratia”, contrastado con un fuerte énfasis en las obras, y así sucesivamente. O aún más concretamente: hay iglesias que podrían fácilmente ser consideradas imperios económicos lideradas por pastores u obispos enriquecidos, que están celebrando los 500 años de la Reforma sin comprender que es justamente a esa clase de imperio económico religioso liderado por personas con exceso de poder sobre los fieles, a la que los reformadores del siglo XVI se opusieron.

Mirada descontextualizada

En el presente, abundan aquellos que, habiendo encontrado algún amparo en el pensamiento de la Reforma, se arrojan contra la realidad de sus iglesias como si realmente fueran Luteros pequeños. Este síndrome de Lutero se hace evidente y viene acompañado de lo que un amigo ha denominado “migración denominacional”. Las ideas confesadas por los reformadores son leídas de una manera idealista, desprovista de un análisis contextual de las mismas, por lo que en ocasiones, no se edifica a la propia congregación local por el desajuste terminológico –y a veces por un fervor mal conducido-, e incluso no se edifica a la congregación de migración, por la dificultad para comprender los propios códigos de ella. Las Iglesias de la Reforma también deben ser miradas sin idealismo ni descontextualización.

Estos cuatro fenómenos pueden ser encontrados con relativa facilidad dentro del campo pentecostal y neopentecostal en el presente, y no están desprovistos de un fuerte triunfialismo que también omite las oscuridades de la Reforma como los años de guerra que enfrentaron a los propios protestantes, entre tantas otras cosas. Bien es cierto que cada uno de estos fenómenos puede ser motivo de crítica, pero también pueden ser puertas de comprensión. Pues muestran que la Reforma, de algún modo, está volviéndose un marco de referencia dentro de iglesias y movimientos para los cuales antes no era más que un fragmento de la historia de la humanidad.

La sobreespiritualización puede parecer errónea. Pero también es cierto que a la Reforma le ha faltado una lectura que profundice en su “espiritualidad”. No es preferible una mirada sobreespiritualizada, pero ¿es preferible una mirada que menosprecia el milagro de la obra de Dios, como la de la teología liberal? La politización también es un problema porque puede llevar a la búsqueda del poder por el poder, pero ¿es preferible a la ausencia de conciencia política evangélica? La identificación acrítica puede ser ingenua, pero ya revela un intento de búsqueda de raíces que por años parecía ausente dentro de las congregaciones pentecostales. La mirada descontextualizada está despertando fuertes celos y pasiones dentro de las iglesias, pero ¿son necesariamente negativos estos celos? ¿O más bien hace falta un adecuado tratamiento de los casos y una mejor conducción pastoral para encauzar esas pasiones evangélicas en la edificación de una mejor iglesia?

El protestantismo de hace 500 años no es el mismo del de hoy. Asimismo, el pentecostalismo de hace 100 años tampoco es el mismo que el del presente. Esta doble complejidad exige mucho más que una respuesta simple, como las 4 anteriores. Se requiere una respuesta compleja, a la altura del problema. Por lo pronto, a mi gusto se han dado pasos significativos. La Reforma ya no es, simplemente, “nada importante”. Tampoco es simplemente un “movimiento heroico”. Es política/sociedad, espiritualidad, teología y nueva reforma. Y es mucho más. Todas estas líneas están conviviendo hoy al interior de las iglesias. El próximo paso es una comprensión cabal del fenómeno por fieles, pastores e instituciones, a fin de recuperar de ella no solo un aspecto particular y exacerbarlo hasta el hartazgo, sino tomarla como lo que realmente es: un punto de referencia en la historia de la Iglesia Universal que nos llama insistentemente no a cambiar el mundo con discursos acalorados sobre una iglesia que ha sido influyente en la sociedad y que desea seguir siéndolo, sino ante todo, a la reforma de la propia iglesia. De modo que, paradojalmente nos encontramos con que la Reforma ha dejado de ser un llamado exclusivamente dirigido a la Iglesia Católica y ahora se convierte en el llamado también a sus propios descendientes pentecostales y neopentecostales. Este es su significado más profundo y, sin él, la Reforma no es Reforma en absoluto. Mi parecer es que la Reforma en sus múltiples dimensiones, invita en el presente a pentecostales y neopentecostales a reformar iglesias, prácticas, teologías, y todo aquello que no se encuadre dentro de lo que Jesús habría querido para sus seguidores. Después de todo, ¿cómo pretende reformar al mundo una iglesia que es incapaz de reformarse a sí misma?