Estudios Evangélicos

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Reposo cristiano y moral universal

¿Será posible que repensemos la naturaleza del domingo tan seria y profundamente como para entender que guardar el día de reposo se encuentra entre los diez mandamientos, junto a cosas fundamentales como no matar, ser fiel o amar a Dios por sobre todas las cosas?

1. El día de reposo y las preguntas de la crisis

 

“La crisis económica acerca a más personas a Dios”. Palabras como éstas formaban hace algunos meses algún titular de prensa cristiana. Y seguramente con razón. Pero los asuntos humanos son ambivalentes: también podría haber habido un titular sobre personas que se alejan de Dios por la crisis económica. No porque estén tan locos como para considerar a Dios culpable de la crisis, pero sí porque puede ocurrir que algunos se alejen por el simple hecho de que crean tener que trabajar más, mucho más, por estar en tiempos difíciles. Un período crítico, pensarán, sólo se solucionará si trabajamos el doble por algún tiempo. En otros casos será nuestro empleador quien piensa así: “solo si mis empleados trabajan algunas horas extra y de vez en cuando el domingo, lograremos salir adelante”. En un ambiente en el que el día de reposo ya se encontraba ampliamente desvalorizado, tal argumento convencerá a muchos. Si ya había muchos cristianos que creían no tener que poner ninguna oposición a la pérdida del domingo, tanto más ocurrirá ahora.

 

¿Hay algo sensato que podamos decir como palabra de advertencia y orientación en esa situación? ¿Será posible que repensemos la naturaleza del domingo tan seria y profundamente como para entender que guardar el día de reposo se encuentra entre los diez mandamientos, junto a cosas fundamentales como no matar, ser fiel o amar a Dios por sobre todas las cosas? ¿Será posible que reconsideremos el domingo de modo tal que incluso nos atrevamos a hablar del descanso dominical como una respuesta cristiana a la crisis económica? Seguros de que los mandamientos de Dios no son sin propósito, intentemos responder a estas preguntas.

 

2. El día de reposo y las preguntas de la ética

 

Hablar del descanso dominical es una puerta de acceso inusual pero promisoria a la ética cristiana. ¿Son realmente para nuestro bien los mandatos de Dios? ¿Hay que seguirlos siempre? ¿No es eso legalismo? ¿Son los mandatos de Dios tanto para cristianos como para no cristianos? ¿Se puede esperar que algunos de ellos incluso sean materia de legislación aplicable a todos los ciudadanos? ¿Da el cristianismo un significado más profundo a algunas normas que los no cristianos ya conocen? Este tipo de preguntas, que podrían plantearse a propósito de la mentira o la inmoralidad sexual, se pueden plantear también respecto del mandato de guardar un día de reposo, con la ventaja de ser éste en apariencia un mandato menos controversial, que nos permita una discusión desapasionada. Hablar del domingo nos puede así abrir nuevos ojos para el resto de la moralidad.

 

En primer lugar, habría que notar que el tema posee toda la apariencia de ser un caso de “legalismo”. La asistencia regular a la iglesia, o el simple hecho de dejar de trabajar en un determinado día, nos parece el típico modelo de legalismo que los protestantes podríamos dejar atrás en nombre de “la libertad del cristiano” o de algún otro lema de la Reforma. Para colmo, el Antiguo Testamento parece no sólo comportarse de modo legalista al respecto, sino que llega a pedir pena de muerte para el que no guarde la norma (Ex. 31:13-14). Al menos una vez se aplica de hecho esta pena (Num. 15:32-36). Es natural que contra eso se levanten muchos argumentos. Por una parte está el natural deseo de no ser apedreado por tal falta y, por otro lado, hay también algunas preguntas de economía: en una sociedad industrializada se deja de ganar, por un día de reposo, mucho más de lo que se habría dejado de ganar en una sociedad preindustrial; y así surge la pregunta: ¿no superaremos más rápido la pobreza si evitamos trabas como un día de reposo? Tal pregunta podría ser planteada tanto por un socialista como por un capitalista. De hecho, ¿no aumentaría así en tales proporciones nuestra riqueza, que podríamos incluso tener más vacaciones, esto es, más días de reposo? Estas preguntas reflejan una extendida mentalidad. Suficientemente extendida, al menos, como para que el descanso dominical parezca hoy una manía sectaria contra la que ni siquiera hace falta luchar, porque ya ha sido vencida: lo del descanso por supuesto nos suena muy bien, incluso lentamente hemos llegado a considerar un derecho humano básico el que sean dos los días de descanso por semana en lugar de uno; pero que uno de éstos deba ser en cierto sentido santificado, que haya cosas que por ningún motivo debamos hacer en ese día, eso nos parece hoy de un legalismo incomprensible. ¿Qué decir al respecto?

 

Partamos por observar algo que no es estrictamente bíblico, sino que puede ser afirmado, me parece, por cualquier persona con los ojos bien abiertos. Se trata de lo siguiente: el hecho de que haya un día en el que nos prohibimos ciertas labores es un muro de contención para defender la dignidad humana. Pues aquí se muestra que no estamos en esta tierra simplemente “para hacer algo”, sino que al margen de nuestras diarias funciones la vida humana misma tiene un valor. Es el día “no funcional”: no importa lo que se pierda de la producción, porque en este día el hombre no está llamado a ser esclavo, no está llamado a ser útil[i]. Esto, como indiqué, no es un argumento puramente bíblico. Sin embargo, esto sólo ha logrado mantenerse en vigor donde los mandamientos bíblicos no son simplemente descartados como obsoletos, ni tampoco son seguidos sólo ciegamente, sino donde se pregunta por su sentido.

 

Si nos interesa tal sentido, una mirada al relato de la creación puede aquí ayudar a comprender el día de reposo. El mandato de guardar el mismo se nos da como mandato de imitar el descanso divino en el séptimo día (Ex. 20:10-11); pero en este séptimo día no se nos dice sólo que Dios “reposó”, sino que “en el séptimo día completó Dios la obra que había hecho” (Gn. 2:2). ¿Pero qué quiere decir eso? ¿Acaso no dice el mismo relato que ya había terminado todo antes? ¿Entonces cómo es que recién aquí “completó”? Tal vez en el sentido de que recién en el descanso está lista la obra: pero entonces el descanso del que se habla no es el dormir, sino la capacidad de gozarse en la obra realizada, en actos como contemplación, celebración o en el compartir. Asimismo, recién al situarnos más allá de las funciones del hombre, vemos lo que es el hombre. Y son muchas las consecuencias que se siguen de esta manera de ver la realidad.

 

Por cierto, entiendo que esto es una observación extremadamente general, pero a mi parecer basta para hacer plausible que aquello que en un principio puede parecer tremendamente legalista, en realidad es un bastión de la libertad, que salva al hombre de convertirse en mera máquina productiva. Y el relato de la creación parece ser uno de los fundamentos en los que se apoya este descanso. Como en tantos otros temas morales, hay que mirar no sólo a las listas de mandamientos, sino a los relatos sobre la creación, donde se nos dice para qué Dios nos ha hecho. Es ahí donde encontramos palabras sobre la finalidad, y es de esa finalidad de la que surgen los mandamientos. De hecho, los cristianos compartimos la idea de santificar un día fijo (sábado en el judaísmo y viernes en el Islam) con aquellas religiones que, tal como nosotros, tienen cierta fama de legalistas, de “religiones del libro”, y que poseen además relatos similares de la creación. Es interesante notar, sin embargo, que ya aquí hay una gradación: con ambas compartimos la tradición de un día de reposo, pero sólo con el judaísmo compartimos una misma fundamentación del mandato. Pues en el relato de la creación que ofrece el Corán, se da la muy significativa diferencia de que Dios no descansa. Así, parece plausible la idea de que el cristianismo contiene en muchos sentidos los mismos mandatos que otras religiones o que una moralidad “de sentido común”, pero que sólo el entender dichos mandatos del modo como son integrados en el relato cristiano permite comprenderlos en toda su profundidad. Veamos, a la luz de algunos textos bíblicos, cómo esto puede volverse visible.

 

3. El día de reposo y las preguntas de la Biblia

 

Todos necesitan descanso. Uno podría ofrecer un argumento así de general a favor del día de reposo, para mostrar que lo que Dios pide de nosotros es lo mismo que cualquier hombre que piense un poco querría para sí mismo. Y en muchos otros tópicos de discusión moral, la cuestión será similar: “no matarás” no es ninguna exclusividad cristiana, sino algo que todos entienden. Pero junto con creer esto, es decir, junto con creer que estas leyes están inscritas en los corazones de todos los hombres, los cristianos creemos que la mejor explicación de estos mandatos se encuentra en la fe cristiana. ¿Tenemos motivo para creerlo? El día de reposo es un caso especialmente útil para evaluar eso, pues de todos los mandamientos dados en Éxodo 20 es el más insistentemente reforzado en los capítulos siguientes. Incluso tal descanso se hace pronto extensivo a los animales y los campos (Ex. 23:10-12 y Lev. 25:4). ¿Cómo puede esto ser tan importante? Una mirada de conjunto a la Biblia puede echar algunas luces. Hemos visto ya algo desde el Génesis: que la obra sólo está completa cuando se deja la obra, cuando se es capaz de contemplar, de detenerse, imitando el descanso divino. En Deuteronomio, en tanto, encontramos una apelación no sólo a la creación, sino ahora a la liberación: fuimos esclavos, se nos recuerda, y sólo al parar de trabajar podremos recordar de modo cabal que fuimos liberados. “Mas el séptimo es reposo a Jehová tu Dios: ninguna obra harás tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu buey, ni tu asno, ni ningún animal tuyo, ni tu peregrino que está dentro de tus puertas: porque descanse tu siervo y tu sierva como tú. Y acuérdate que fuiste siervo en tierra de Egipto, y que Jehová tu Dios te sacó de allá con mano fuerte y brazo extendido: por lo cual Jehová tu Dios te ha mandado que guardes el día del reposo” (Dt. 5:14-15).

 

Este motivo para el descanso, aunque muchas veces no lo notamos, es recurrente en la Biblia. No de modo directo, pero sí por una reaparición del tema libres-esclavos. Pues significativamente muchos de los textos bíblicos que hablan sobre este día no prohíben todo tipo de trabajo, sino lo que califican de trabajo servil. “Ningún trabajo de siervos haréis” (Lev. 23:21 y 25). Algunos ven en esta distinción entre trabajos serviles y no serviles una especie de “elitismo pagano”, pero me parece más acertado ver aquí un llamado a que en el día de reposo nadie, ni siervo ni señor, realice trabajo de siervos; y en ese sentido hay aquí una suspensión del elitismo. Habrá al menos un día en que todos nos podamos comportar como señores, no preocupados por la producción, por la limpieza de nuestro hogar o por el intento por hacer carrera, sino concentrados en la comunión con Dios y con los hombres. En ese día un empleador y un empleado cristianos dejan su relación laboral para ser simplemente hermanos. En ese día los judíos, y nosotros sus herederos, nos comportamos como entre los griegos sólo se podía comportar un filósofo.

 

También eso puede implicar trabajo, pero es un trabajo cualitativamente distinto del “servil”. Y ese punto muestra que no es sólo el descanso lo que está en cuestión (que es lo que ocurre si dejamos el fundamento bíblico y sólo decimos que “todos necesitan descanso”). Es decir, hay ciertos tipos de trabajo que no son serviles, y que sí son lícitos en el día de reposo aunque cansan. Bajo ese aspecto podemos pensar por ejemplo en aquellos trabajos que son necesarios para la vida del hombre (como que nuestros hospitales estén abiertos en día domingo), así como en actividades como una fiesta familiar (normalmente tan agotadoras como el más arduo día de trabajo), el escribir una carta, y ante todo en el culto rendido a Dios (que implica un trabajo al menos para quien predica). En ninguna de estas actividades predomina el descanso. Pueden cansar tanto como el trabajo “servil”. Si hay algo para lo que el día de reposo no parece estar concebido, es para levantarse tarde. Lo central no parece pues ser sólo el descanso, sino un cambio cualitativo de dimensión. Y en Isaías 58, otro texto sobre el día de reposo, se hace notar bien ese cambio de dimensión: “no harás tu voluntad”… Esto que se nos ordena para ese día obviamente no quiere decir que hagamos algo que no queremos, sino que en ese día debe haber una transformación de la orientación de nuestro querer. La Confesión de Fe de Westminster expresa esto de modo magistral al afirmar que la santificación de este día implica “descansar de nuestras propias obras, palabras y pensamientos”[ii].

 

¿Pero qué ocurre en el Nuevo Testamento? Colosenses 2:16 tiene un fuerte llamado de atención para que no nos dejemos juzgar por otros en materias de lunas nuevas, comidas, días de reposo… Un riesgo de corrupción legalista del mandato divino ciertamente tiene que haber existido, tanto como hoy existe el riesgo opuesto de perderlo totalmente. En ese contexto es importante que podamos ver la actitud de Jesús mismo. Pues cuando un grupo recrimina a Jesús por haber sanado a alguien en el día de reposo, se ve obligado precisamente a vulnerar una ley para salvar el sentido de la misma: “El día de reposo se hizo para el hombre, y no el hombre para el día de reposo” (Mc. 2:27). No está demás notar cómo Jesús mismo remite aquí a la creación para explicar y corregir el uso del mandamiento, tal como en otra ocasión se ve obligado a hacer lo mismo en relación al divorcio. Pero por eso es relevante, para entender un mandato, no apelar simplemente a la creación, sino también a elementos como las enseñanzas de Jesús por los que podamos corregir consecuencias negativas que alguien saque de una ética puramente apoyada en los mandatos solos o en el solo relato de la creación. Al mirar hacia la creación dirigimos en cierto sentido la mirada hacia atrás, buscando ahí un elemento normativo; al mirar a la ética contenida en las enseñanzas de Jesús, es más típico que dicha ética vaya unida a una mirada al futuro, al advenimiento del reinado de Dios. Esa doble mirada hacia atrás y hacia adelante es aconsejable para que los cristianos evitemos posiciones unilaterales. Pues también la sola mirada al futuro –el cual después de todo no conocemos- puede conducir a errores, por ejemplo a deformaciones utópicas. Jesús mismo rompe el sábado no como parte de una ruptura con el judaísmo, sino como judío fiel: la frase con que explica su actuar, la afirmación de que el sábado fue creado para el hombre y no el hombre para el sábado, se encuentra atestiguada también en rabinos anteriores a Jesús. Jesús actúa aquí por supuesto como un liberador, pero no como un mero emancipador, sino liberando precisamente en fidelidad a la fe judía. Por otra parte, cuando las iglesias cristianas tempranamente fueron cambiando hacia una celebración del domingo, había también ahí un vínculo con la creación: se celebra el domingo como día de resurrección, de la nueva creación en Cristo.

 

Con eso ya hemos logrado claridad en un sentido importante. Hemos logrado una comprensión más honda del sentido de este día. Pero a la vez hemos aprendido algo sobre la ética cristiana en general: cómo ella, por una parte, tiene un elemento comprensible por todo el mundo, pero por otra parte, una hondura que sólo puede ser captada por el que no se contenta con estar como “todo el mundo”, sino enraizado en la historia de la salvación: el capítulo 4 de Hebreos nos habla de la salvación misma en este sentido, diciendo que “los que hemos creído entramos en el reposo” (v.3). ¿Será éste uno de los caminos por los que podamos aprender a argumentar también en otros temas morales?

 

4. El día de reposo y las preguntas de la humanidad

 

Hemos atendido a preguntas de la crisis, a preguntas de la ética, a preguntas de la Biblia. Todo ello son preguntas de la humanidad, y en eso nos concentramos para acabar. Rectamente comprendido, este mandamiento, lejos de ser legalista, es un verdadero regalo, un verdadero “evangelio de la ley”. Durante seis días el hombre ha conquistado espacio, ha seguido el mandamiento de subyugar la tierra, pero ha perdido tiempo: tiempo es lo que recibe en regalo el séptimo día. ¿Pero se puede imponer algo así mediante una ley? La pregunta es especialmente urgente porque hemos intentado todo el tiempo hacer paralelos con otros temas de ética, y sobre ellos se discute siempre apasionadamente si acaso la ley puede intervenir, si nos puede obligar. En una época idiotizada por la idea de que nunca cabe obligar, la pregunta por el día de reposo puede dar una refrescante aproximación a los problemas.

 

Si sólo está en cuestión el descanso, no tiene sentido desear que el domingo sea feriado legal, pues cualquier día sirve para descansar. Precisamente porque no creo que esté en cuestión sólo el descanso, sino la afirmación de un valor no-funcional del hombre, creo que es lícito que el Estado regule para evitar ciertos géneros de trabajo en este día (y que nosotros lo desincentivemos en la medida de nuestra capacidad, no comprando por ejemplo en día domingo). El corazón mismo del día de reposo, el culto dado a Dios, no puede ser objeto de coacción, pero sí puede prohibirse cierto género de actividades. Probablemente aquí la palabra “prohibición” dé escalofríos a algunos que creen que las reglas deben agotarse en las reglas del tránsito, que prefieren decir que todo debiera ser voluntario. Pero sólo en la medida en que se prohíbe a un empresario abrir su supermercado el día domingo, se abre a quienes trabajan en el mismo la posibilidad del día de reposo, que de lo contrario será para ellos –obligadamente- de trabajo. Viene muy al caso Amós 8:4-5 con su crítica a los comerciantes desesperados porque acabe el día de reposo para poder seguir vendiendo. Tal texto viene muy al caso también para quienes no tenemos nada de mentalidad antiempresarial, pues el empresario mismo vive una liberación cuando entiende que no siempre hay que estar haciendo algo o temiendo ser sobrepasado por la competencia. Y hay más. Si no sólo está en cuestión un descanso, sino la comunión entre los hombres, la celebración de una festividad o el culto, entonces se requiere que sea un día en común (incluyendo en la medida de lo posible la protección legal de ese día en común). Sintomáticamente, en este mandamiento se incluye no sólo a los judíos, sino también a quienes no pertenecen a la comunidad de fe: “y tome refrigerio el hijo de tu sierva, y el extranjero” (Ex. 23:12). “Tiempo libre” se puede tener individualmente, pero una celebración requiere de comunidad. Un día libre puede ser de “esparcimiento”, pero el día de reposo busca en parte lo contrario: no el distraernos, el esparcirnos –como se hace si se centra este día en un paseo al centro comercial-, sino el concentrarnos; no esparcimiento, sino recogimiento. Naturalmente, esto también es provechoso para quienes no practican tipo alguno de recogimiento religioso.

 

Y, sin embargo, éste es un caso singular de silencio de los políticos cristianos. Éstos parecen divididos en sectores progresistas y sectores conservadores, hablando cada uno lo que corresponde a su bando. Pero en cuestiones como éstas, en que hay tantos buenos argumentos racionales para trabajar en una misma dirección, contando además con tanto apoyo bíblico, en que además se une la preocupación por los trabajadores con la fidelidad a uno de los mandamientos y con la posibilidad de una vida familiar sana, aquí nadie tiene nada que decir. Algún político cristiano se ha ocupado del tiempo libre, sí, pero sólo en el sentido sumamente banal de pedir un día feriado para las iglesias evangélicas. En cambio, lo que sufre la dignidad personal y la vida familiar a través de jornadas laborales interminables, ciudades gigantescas y la desaparición del día de reposo, eso no le importa a nadie.

 

Con todo, lo más importante no es lo que hacen los líderes y políticos cristianos en esta materia, sino lo que seamos capaces de hacer todos por llevar una vida que disciplinadamente resguarde este día, y que abra además nuestra mirada a modos creativos para vivirlo. ¿Seremos capaces de rechazar un contrato que sabemos implicará recargar este día con trabajo? ¿Seremos capaces de ver el día de reposo no como mero descanso, sino como día de comunión, en sus muchos modos de fiesta y servicio? Dios mismo aparece finiquitando todo con un gesto de “recogimiento”. Asimismo el hombre, tras ver su obra de la semana, puede aquí detenerse, ver si lo que hizo es bueno, y concentrarse ahora por un día en algo que con certeza es bueno: en la comunión con sus hermanos, en el culto a Dios, en la reflexión sobre lo que debe ser una vida verdaderamente humana. Es interesante en ese sentido el lugar de este mandamiento entre los restantes: es una especie de bisagra, que une los primeros mandamientos, con deberes hacia Dios, a los últimos con deberes respecto de los hombres: aquí, en el mandamiento de guardar el día del Señor, se cumple de modo particularmente simultáneo con esa doble orientación. ¿Podrá acaso haber una respuesta cristiana a la crisis económica y a la crisis moral si se olvida dicha doble dirección que deben tener nuestros corazones y obras?


[i] Este aspecto ha sido bien explorado por Spaemann, Robert. Límites. Sobre la dimensión ética del actuar Ediciones Internacionales Universitarias, Madrid, 2003.

[ii] Cap. XXI, 8.

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