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Schaeffer y Scruton: dos autores para pensar sobre la ecología

De lo que se trata es de un intento por integrar el cuidado del planeta dentro de una filosofía social que tenga dicho cuidado, dicha cautela, como nota distintiva.

Se cumple este año el centenario del nacimiento de Francis Schaeffer. Se trata de un escritor evangélico cuya importancia es singular, como salta a la vista por una encuesta que décadas atrás hiciera Mark Noll entre académicos evangélicos de Nortamérica: en ella Francis Schaeffer era ampliamente reconocido por los encuestados como una de las principales influencias sobre sus vidas, pero al mismo tiempo era de los autores que menos se inclinarían a citar. Ése puede ser un modo de medir su impacto: fue tan significativo el vigor de su llamado a formar una generación de personas que evaluaran todos los campos de la realidad desde una coherente cosmovisión bíblica, que algunas décadas más tarde la gente impactada por tal mensaje se sentía un poco avergonzada, tal vez, de los primeros pasos que él mismo había dado en dicho camino. Su llamado a una vida cristiana política y académicamente responsable fue suficientemente grande como para que su propia obra acabara para algunos pareciendo política y académicamente simplista.

 

Pero conviene ser cautelosos y humildes antes de darlo por superado. Y un campo en el que bien vale la pena rendirle un homenaje es en su temprano llamado a responder a los problemas ecológicos desde el cristianismo. Era el tiempo en que recién comenzaba éste a ser un tema, de modo que Schaeffer no estaba respondiendo a las presiones de un tema socialmente predominante; sí estaba respondiendo, en cambio, a los primeros intentos por presentar al cristianismo como responsable de tal crisis. La sola existencia de su libro basta en ese sentido para desmentir que el mundo evangélico esté siempre obsesionado con temas de ética sexual y que el resto de los problemas humanos haya sido dejado de lado; ciertamente es verdad que sobre TODOS los temas se ha hablado de modo insuficiente, pero aquí tenemos un ejemplo claro de cómo una de las voces representativas de la segunda mitad del siglo XX ve, muy tempranamente, la centralidad de la problemática ecológica.

 

Pero además se trata de un caso relevante porque Schaeffer no es representante de un pensamiento cristiano cualquiera, sino de un tipo de pensamiento cristiano que sería usual denostar como “conservador”. Seguramente él preferiría otro término, como “ortodoxo”. Pero en cualquier caso parece un testimonio elocuente de que un cristianismo fiel a la Biblia es compatible con una equilibrada preocupación ecológica. Pero además de esto, Polución y la muerte del hombre (Casa Bautista de Publicaciones) llama la atención por haber sido publicado ya en 1973 en castellano. A mi parecer, se trata de algo que debiera llamar nuestra atención, y moderar algo de nuestras críticas (a veces justificadas) al mundo editorial en nuestra lengua: muchas veces somos los lectores los negligentes, los que estamos en deuda por no haber buscado con suficiente dedicación material que sí estaba disponible para ayudarnos.

 

Con todo, desde luego estamos ante un texto que en muchísimos sentidos está desactualizado, y quien quiera interiorizarse hoy en las discusiones medioambientales sufre no por la falta sino por el exceso de literatura. En medio de eso, hay una obra que, por la singular filosofía de su autor, me interesa aquí destacar: Green Philosophy, de Roger Scruton (Atlantic, 2012). A una distancia en cierto sentido infinita de Schaeffer, ha vuelto sólo al final de su vida al cristianismo. Uno de los grandes de la filosofía británica contemporánea, entre nosotros es tal vez primordialmente conocido por la traducción de su Filosofía moderna (Cuatro Vientos, 2003). Pero al mismo tiempo, Scruton es un conservador, en el sentido de buscar una filosofía política rival tanto de los movimientos socialistas como liberales. En cierto sentido podríamos decir que lo que Schaeffer hace en términos de mostrar la pertinencia del problema ecológico para quienes son teológicamente ortodoxos, Scruton lo está haciéndolo respecto de quienes son políticamente conservadores.

 

Desde luego esto puede requerir cierta aclaración, pues en nuestro medio el conservadurismo apenas es presentable como tal de modo público; pero Scruton es parte de una tradición política en el que el conservadurismo es una posición intelectualmente respetable (él mismo es autor de The Meaning of Conservatism, 2012). Pero también en dicho medio la asociación con la ecología resulta llamativa, como si “el conservadurismo que tanto deploran no tuviera ninguna conexión semántica con la conservación que favorecen” (p. 7), nota en la introducción. Pero aquello sobre lo que Scruton busca llamar la atención es algo más que la conexión semántica entre los dos llamados a conservar. De lo que se trata es de un intento por integrar el cuidado del planeta dentro de una filosofía social que tenga dicho cuidado, dicha cautela, como nota distintiva.

 

Por decirlo de otro modo, los problemas ecológicos nos recuerdan que no podemos, en el nombre del progreso, hacer cualquier cosa con el planeta; pero un mínimo de coherencia obliga entonces a reconocer lo mismo respecto de nosotros mismos como parte de dicha naturaleza: tampoco con las personas se puede hace cualquier cosa en el nombre del progreso. Pero la propuesta de Scruton no sólo consiste en un llamado al reconocimiento de los límites en ese sentido, sino también en reconocer la decisión local como el lugar decisivo del trabajo ecológico. En medio de un contexto en que sobre todo se enfatiza la decisión global, Scruton se propone “ofrecer una perspectiva que permita a estos problemas emerger como problemas nuestros, que podamos empezar a enfrentar con nuestro equipamiento moral” (p. 3). Capítulo por capítulo recorre así el conjunto de problemas que se extienden desde el adecuado diagnóstico de la crisis –haciendo frente a las tendencias apocalípticas, pero sin minimizar el problema- hasta el tipo de concepción del hogar y de la belleza que deben reinar para que tengamos motivos suficientes para hacer los sacrificios que cualquier cuidado presupone. Desde luego no todo el mundo estará de acuerdo con cada aspecto del conservadurismo político –lo que él llama “ecología social”- de Scruton. Pero en medio de la discusión actual me parece una obra digna de tomar en consideración. El texto de Schaeffer, junto con los artículos de Jonathan Muñoz y Jonathan Wilson que aquí hemos publicado, busca contribuir a enraizar nuestra preocupación ecológica en una sana visión teológica; lo mismo se puede decir del de Scruton en términos de arraigarla en una filosofía social más amplia. En ese sentido, son textos que nos ayudan a que la ecología sea un capítulo en una visión de mundo, y no un obsesivo campo de batalla entre iluminados de una u otra tendencia.

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