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Trabajo académico cristiano en la sociología: tendencias del Siglo XX y oportunidades para el Siglo XXI

A comienzos del siglo XX, pocos integrantes del joven campo de la sociología hubieran cuestionado la importancia del estudio de la religión.

Introducción

 

A comienzos del siglo XX, pocos integrantes del joven campo de la sociología hubieran cuestionado la importancia del estudio de la religión. Emile Durkheim dedicó un importante tratado a la materia y le preocupaba considerablemente el hecho de que una sociedad sin la fuerza vinculante de lo sagrado era imposible[1]. La arrolladora visión histórica de Max Weber vio las ideas y prácticas protestantes como el principal motor que había movilizado las primeras etapas de una economía capitalista que él temía que ahora estuviera vacía[2]. Escribiendo desde países europeos donde las iglesias establecidas habían empuñado un considerable poder cultural y político, estos padres fundadores sabían que necesitaban comprender la fuerza de la religión si querían explicar el funcionamiento de la sociedad.

De modo similar, los líderes cristianos de principios del siglo XX sabían que si querían entender y dirigir el curso de la iglesia, tendrían que enganchar a su labor las ideas de la sociología. Los teólogos del Evangelio Social ya habían labrado el terreno al emplear una crítica social en su camino hacia el Reino. A inicios del siglo XX, algunos seminarios comenzaron a emplear sociólogos para que ayudaran a sus alumnos a comprender los contextos rurales y urbanos donde iban a ejercer el ministerio. Y poco después, comenzó la tradición de la investigación desde la propia iglesia, cuyo ejemplo más notable es H. Paul Douglass[3]. Instalados en oficinas denominacionales, en el Consejo Nacional de Iglesias, y en seminarios, los investigadores examinaron las características demográficas de las iglesias y sus contextos, ayudaron a planificar la apertura de nuevas iglesias, documentaron la prevalencia de programas y problemas, y rastrearon las carreras del clero. A veces ofrecían a sus empleadores una visión más larga o más amplia de las fuerzas sociales que configuraban dichas iglesias, clérigos y programas; pero más comúnmente se trataba de investigación “aplicada”, no “básica”. Aunque la mayoría de estos investigadores estaban bien entrenados, informados y conscientes, la naturaleza de su trabajo mantenía el enfoque al interior de la iglesia. La trayectoria de su conocimiento y asociaciones permanecía separada de la trayectoria del creciente campo académico de la sociología, tanto porque ésta los ignoraba, como debido a la naturaleza de la labor de ellos.

En efecto, el campo académico iba en una dirección muy diferente, convirtiéndose al final en algo del todo distinto de lo que pudiera reconocerse como academia “cristiana”.  En la mayor parte de este siglo, lo mejor que tenemos como ejemplo de tal “academia cristiana” es la investigación que toma a la religión como su materia. Por descontado, es un ejemplo pobre. No todo lo que se investiga sobre la religión es siquiera asunto cristiano, ni las inquietudes de los investigadores tienen que ver con el fortalecimiento de la fe. No obstante, la presencia de una planificación académica que ubica la fe religiosa en el centro de la problemática es el mejor ejemplo que tenemos de las tendencias religiosas en la sociología del siglo XX.

Aunque los primeros teóricos de la sociología estaban convencidos de que debían entender la religión, no creían que ésta sobreviviría como una fuerza vital en la sociedad moderna; y esa creencia modeló el curso de la disciplina por el resto del siglo. Lo que evolucionó fue un invasivo mito. La historia cuenta más o menos lo siguiente[4]:

Había una vez en que toda la vida estaba llena de fuerzas misteriosas. Todo cuanto no pudiera explicarse, era achacado a la acción divina. Símbolos y relatos sagrados legitimaban todo poder social. Finalmente, todo este poder sagrado fue combinado en funciones e instituciones que definían la vida moral, política y social de una persona. Los funcionarios religiosos se erguían en el centro de la sociedad, ya sea esgrimiendo el poder rector directamente o definiendo los márgenes en cuyo interior los demás podrían ejercer dicho poder. Que algún individuo cualquiera tuviera o no sensibilidades religiosas fuertes era algo que no importaba, porque era la cultura entera la que portaba los significados y demás asuntos de la religión.

Pero entonces arribó la maligna Bestia de la Modernidad. (O, en una lectura alternativa: Entonces el gran Caballero Blanco de la Ilustración apareció). Lentamente desapareció de escena lo sagrado, refugiándose en las pequeñas grietas de la “esfera de lo privado”. La autoridad de los líderes religiosos fue usurpada por los científicos, y lo posible y lo justo eran definidos por los líderes políticos y los tecnócratas. La vida “pública” fue desencantada, y a pesar de esporádicos rugidos desde la esfera “privada”, a la religión le arrebataron el poder.

Este es un atractivo relato. Uno que ha sido contado y vuelto a contar, discutido e investigado. Le da sentido a gran parte de lo que vemos. Pero como cualquier historia de su tipo, pertenece a quienes tienen el poder para contarla. Ha sido elaborada para darle sentido a las vidas de aquellos cuyas vidas “cuentan”. Ésta es fundamentalmente una historia sobre las elites intelectuales, principalmente de blancos y de hombres de Europa y Estados Unidos. Ella le da sentido al mundo que ellos ven y la vida que ellos llevan, aun cuando nunca pudiera ser una adecuada teoría de la vida social ni aquí ni en ningún lugar del mundo. Es un relato totalmente deficiente como descripción del mundo social real tal como lo experimentan aquellos que están fuera del pequeño círculo de elite.

No obstante, es una historia con enorme poder de modelar el comportamiento de quienes la creen. Como la mayoría de los sociólogos le creían a Weber, Durkheim y Marx, creían que un mundo social cada vez más complejo separaría las funciones y otros aspectos de cada institución, relegando a las instituciones religiosas a un rol más restringido. Creían que un mundo cada vez más racionalizado perdería sus vestigios de mistificación, forzando incluso a las tradiciones religiosas subsistentes a objetivar y racionalizar sus creencias. Aquellos sociólogos creían que cuando se corrieran los velos de los intereses de clase las personas rechazarían las legitimaciones míticas y morales que mantenían a los antiguos órdenes sociales en su sitio. Y como creían todo lo anterior, no veían razón alguna para estudiar los elementos de un orden social agonizante. Más importante aún, dado que su propio mundo era racionalizado, especializado y crítico, los supuestos del mito tenían perfecto sentido para ellos.

En la década de 1950, las teorías de Talcott Parsons tenían la supremacía, y quienes aún pensaban que debían prestar alguna atención a la religión se guiaron por su postura. ¿A dónde va la religión en este mundo moderno, diferenciado y privatizado? Se repliega a los sistemas de significado individuales o se diluye en valores culturales generalizados[5]. Este énfasis en los valores coincidió felizmente con las tecnologías de investigación entonces disponibles. En aquellos años de posguerra, los sociólogos estaban perfeccionando el uso de su investigación por encuesta, preguntando a miles de individuos cada año sobre opiniones, creencias, actitudes y comportamiento. Con tablas y correlaciones “chi-cuadrado” en mano, intentaron trazar patrones culturales fundamentales en base a constructos cognitivos escondidos en la mente de los encuestados. Una década después, Parsons quedaba atrás, y la sociología crítica parecía más en sintonía con los conflictivos años sesenta. La atención a las creencias, valores y actitudes había salido de escena también. No había necesidad de estudiar las actitudes religiosas; los sociólogos críticos sabían que el comportamiento en realidad está gobernado por situaciones e intereses, no por constructos cognitivos.

Si en aquellos días, una generación atrás, los sociólogos hubieran realmente puesto atención a la religión, podrían haber detectado el comienzo de la disminución de la membrecía en las iglesias protestantes liberales. De haberlo hecho, puede que hubieran hecho un gesto de autosatisfacción, seguros de que ello era nueva evidencia de que sus supuestos básicos sobre la religión era correctos. No había necesidad de estudiar las instituciones religiosas; ellas agonizaban. En el tiempo en que yo escogía un tema para mi tesis, hace veinte años, la cultura dominante en la disciplina era arrolladoramente secular (aun si la cultura que estudiábamos no lo era). Cuando anuncié que quería investigar sobre el fundamentalismo, mis profesores no tanto se opusieron como se sorprendieron: “Religión…ya…Qué raro; supongo que se podría estudiar algo así”. La religión sencillamente escapaba del rango de sus radares como materia de estudio.

La situación actual en la disciplina: una digresión hacia los datos

¿Cuál es exactamente la intersección actual entre el estudio de la religión y el estudio de la sociología? Tenemos razones para preocuparnos por los dos campos en que ha existido esta preocupación en el pasado, a saber, tanto los investigadores de la iglesia como los de la academia. Cada vez son menos los académicos cristianos que ponen sus capacidades para trabajar como investigadores para organismos eclesiásticos; no porque ya no haya personas que quieran trabajar en estos campos, sino porque aquellos organismos que solían emplearlos, a menudo ya no pueden darse el lujo de contar con un grupo de investigación. Y, como hemos visto, la cultura y la mitología del propio campo se han alejado de las inquietudes acerca de la religión que la generación fundadora tenía.

¿Pero ha desaparecido, en efecto, la religión como campo de estudio? Asumiendo que se podría obtener algún indicio de actividad investigativa a partir de lo que  se ha publicado en tres de los principales periódicos de la disciplina —American Sociological Review, American Journal of Sociology, y Social Forces—, eché una mirada a todas las ediciones desde 1994 a 1998. Aunque admito que mi cuenta puede haber ignorado unos pocos artículos en que se pusiera atención a la religión, al parecer en dicho período estos tres boletines han publicado unos treinta artículos en que la religión era el tema principal. Eso constituye alrededor del cuatro por ciento del número total de artículos publicados. De modo similar, el periódico de reseñas de la disciplina, Contemporary Sociology, ha publicado unas 3.000 reseñas en dicho período, de las cuales, alrededor de un cuatro por ciento eran sobre libros que trataban primordialmente de religión.

Aunque se trata de un porcentaje relativamente bajo, sospecho que varios otros subsectores pudieran haber sacado cuentas similares con similares resultados. Es que simplemente hay demasiados subsectores en esta hoy altamente especializada disciplina para que predomine algún enfoque cualquiera. Los temas más numerosos entre las publicaciones y libros editados son raza, género, estratificación, desarrollo económico, instituciones nacionales y mundiales, familia y trabajo, demografía e inmigración, y similares. El estudio de la religión, por tanto, es una presencia relativamente pequeña, aunque persistente, en libros y periódicos que cobran atención en la disciplina en general.

Como ocurre con muchas sub-especialidades, el estudio de la religión en sociología a menudo está aislado, raramente traslapado con otros campos. Es decir, solo rara vez un artículo o un libro explícitamente perteneciente a uno de los tópicos “candentes” de sociología aborda además el rol de la religión, por ejemplo, una exploración de los roles del género o del desarrollo económico que tome en cuenta la religión. Sin embargo, no ocurre lo mismo en el caso contrario: los libros y artículos sobre religión abordan muchos de los otros temas candentes. Una encuesta de títulos recientes que la OCLC[6] cataloga como “Religión estadounidense” reveló que cerca de un tercio de aquellos libros trataban sobre raza, género, y etnicidad según afectan la religión en Estados Unidos. Los historiadores, especialistas en estudios religiosos, teólogos y otros buscan activamente comprender la relación entre la religión y dichas realidades sociales, aun cuando los sociólogos no lo hagan. Es decir, existe atención desde la religión hacia la sociología, pero a menudo no viceversa.

Lo más común es que los libros y artículos de sociología sobre religión aborden asuntos que al menos en la superficie parecen ser relevantes solo dentro del estudio de la religión —las actitudes cambiantes de los católicos estadounidenses, la absorción de la Convención Bautista del Sur, la ordenación de mujeres, y similares. Los títulos de muchos libros sobre sociología de la religión no indican automáticamente a los demás en el campo mayor que ellos tengan relevancia para quienes estudian movimientos sociales, organizaciones, familias, desarrollo económico y otros. Como ocurre generalmente en el resto de la academia, a menudo nos especializamos de formas que no logran señalar la relevancia que nuestro trabajo tiene para otras ramas.

Otra forma de observar el status del estudio de la religión en la sociología es preguntar cómo —si ello ocurre— se está enseñando la religión, especialmente a estudiantes de pregrado, en los departamentos de sociología de las universidades. Para conseguir una respuesta general a dicha pregunta, revisé en la red las listas de cursos de 1998-99 de diez universidades, todas catalogadas como muy prestigiosos lugares donde estudiar sociología. Se trataba de instituciones públicas y privadas de diferentes puntos de Estados Unidos. Dos no tenían cursos sobre religión o que mencionaran algún tema religioso. Ocho tenían al menos un curso básico de religión y sociedad. De esas ocho, una tenía un curso adicional, dos tenían dos cursos adicionales, y una tenía tres. En estos prestigiosos departamentos de sociología lo máximo eran cuatro cursos relativos a la religión. En varios lugares, la descripción de la introducción básica al curso de sociología mencionaba la religión junto con la familia, la economía, la estratificación, y similares, como áreas básicas a ser tratadas. Pero casi nunca se mencionaba la religión como un factor para ser estudiado en cursos sobre familia, movimientos sociales, organizaciones, movilización política, raza, género, o cualquier otro aspecto de la sociedad. Por supuesto, ello no significa que los profesores no mencionan la relevancia de la religión al enseñar sobre otros aspectos de la sociedad. Pero sí significa que por lo general no posicionan la religión como una variable tan fundamental para comprender su materia como para que deba ser incluida en una descripción básica del curso. ¿Y qué decir del estudio de la religión en sociología en departamentos de posgrado? En este caso, la evidencia que poseo es de un tipo levemente distinto. En 1998, Stephen Warner y yo dirigimos una encuesta informal para descubrir, entre los estudiantes de posgrado de sociología que escribían sus tesis sobre temas relativos a la religión, cuán a menudo buscaban directores de tesis o lectores fuera de sus propios departamentos, en la mayoría de los casos dado que sus propios departamentos no contaban con los recursos humanos necesarios para apoyar su trabajo. Concluimos que en cualquier momento dado unos veinticinco estudiantes de doctorado trabajando en sociología de la religión salen de su propia universidad para encontrar al menos uno de sus directores.

A partir de las historias que escuchamos en nuestra indagación, creemos que es también una suposición razonable que a un importante número de estudiantes que querrían escribir tesis doctorales sobre sociología de la religión se los desanima a que lo hagan, ya sea por una activa oposición de miembros del departamento (oímos a un par de estudiantes que informó ese hecho), o porque el departamento carece de un especialista sobre religión y disuade de recurrir a directores de tesis externos.

En resumen, entonces, la religión es una pequeña aunque persistente presencia en las publicaciones académicas de sociología. Es una presencia aún menor y que no siempre sobrevive en los programas de los departamentos de sociología. La persistente relativa falta de atención a la religión en la enseñanza y publicación en sociología refleja la actual cultura de la disciplina, y refleja el adiestramiento y el énfasis dado por la pasada generación (o más atrás) que ha modelado esa cultura. Al observar lo que se enseña y publica en la disciplina en su totalidad, sería fácil concluir que el estudio de la religión de hecho es marginalizado y a menudo excluido completamente de nuestros esfuerzos profesionales por comprender la sociedad actual.

Una evaluación completamente distinta del interés de la sociología en religión surgiría, sin embargo, de un examen de las asociaciones profesionales de académicos que se involucran en el estudio de la religión. Existen múltiples sociedades profesionales para sociólogos de la religión, todas ellas prosperando. La Society for the Scientific Study of Religion (sociedad para el estudio científico de la religión) y la Religious Research Association (asociación de investigación sobre religión) son interdisciplinarias, pero conformadas mayormente por sociólogos. Ambas publican revistas moderadamente selectivas y celebran un encuentro en conjunto cada otoño, que congrega quinientos o más participantes y oradores. Los artículos del Journal for the Scientific Study of Religion (revista para el estudio científico de la religión) se encuentra entre los ocho más citados de las revistas de sociología. La Association for the Sociology of Religion (asociación para la sociología de la religión) ha estado reuniéndose juntamente con la American Sociological Association (ASA; asociación de sociología estadounidense) por cincuenta años y permite la presentación de más de cien documentos cada año, muchos de ellos expuestos por estudiantes de posgrado y eruditos más jóvenes. Además, la Sección de Religión en la ASA, formada hace menos de cinco años, ha instalado un enfoque a la religión en el propio organismo profesional mayor. La sección ha crecido rápidamente, con más de quinientos miembros (de los cuales un tercio son estudiantes) en el último conteo.

¿Un “Nuevo Paradigma”?

¿Qué podemos concluir a partir de esta aparente disociación entre la labor profesional activa, especialmente entre académicos más jóvenes, y una relativa falta de penetración de los principales departamentos, revistas y reseñas de la disciplina? ¿Habrá corrientes de cambio en la disciplina? Aunque la evidencia en las publicaciones y la enseñanza deja claro que aún está presente gran parte de la antigua cultura, la evidencia del vivo interés por el estudio de la religión entre académicos más jóvenes presenta un rastro de historias distintas en su formación.

Stephen Warner nos ha señalado muchas de las formas en que el antiguo relato de secularización —el “viejo paradigma” según sus palabras— ya no le da una buena explicación a la mucha información que encontramos al estudiar religión[7]. Además, no logra explicarla porque no es —y seguramente nunca lo fue— la historia de todos, ya sea en Europa o Estados Unidos. De modo similar, las historias sobre la declinación de la religión en Estados Unidos siempre han estado erradas[8], un hecho que podríamos haber notado si además hubiéramos percibido el sesgo elitista en el mito que dominaba nuestra disciplina. Si hubiéramos notado aquel sesgo, podríamos haber mirado más allá del número de miembros de las instituciones establecidas, hacia lo que ocurría fuera de dichas instituciones. En lugar de mirar a las grandes teorías de los teólogos para ver cómo han acomodado las grandes teorías de los científicos, podríamos haber mirado al sentido común y la experiencia de la vida cotidiana. Pero esa clase de teorización crítica y al revés, tendría que esperar que un considerable número de mujeres y gente de color entrara al campo.

Parte de aquello que está desplazando a la vieja cultura y su dominante mito de secularización es, de hecho, la diversidad de personas presentes ahora en el campo, un creciente número de mujeres, personas de color, y gente de lugares fuera de Europa y Estados Unidos. Pero al menos tres principales hechos culturales también han desafiado al viejo mito. Uno es la creciente conciencia mundial de nuestra disciplina y la erosión de los modelos de “desarrollo” que esperaban que cada sociedad sobre la tierra atravesara las mismas etapas de cambio que Europa había experimentado. Como hemos visto que las sociedades de Irán a Indonesia y de Brasil a Bangladesh se mueven a su propio modo hacia la plena participación en los mercados y la cultura mundial, también percibimos que la religión no parece estar desapareciendo ni replegándose a los márgenes.

Pero no necesitamos recorrer medio mundo para notar que la religión no parecía querer morir. El surgimiento de la nueva derecha cristiana en Estados Unidos dejó muy en claro que las ideas e instituciones religiosas poseen un amplio poder político, económico y cultural[9]. De modo similar, la aparición de una gama de nuevos movimientos religiosos, muchos de ellos apuntando a las mismísimas elites intelectuales que se suponía eran inmunes a la religión, crearon una duda adicional sobre lo adecuada que era la secularización en cuanto relato de la historia y futuro de nuestra sociedad.

A lo largo del presente ensayo he regresado a las formas en que nuestros esquemas conceptuales nos han fallado. Con todo, éste es un “nuevo paradigma” el que intento describir. Pero lo que sugiero es que el contexto para el nuevo paradigma es nada menos que la remoción del modernismo y la secularización como el marco interpretativo primario de la disciplina[10]. Los modelos modernistas asumían que la diferenciación funcional, el individualismo, y el racionalismo son sencillamente “como son las cosas”. Dichos marcos buscaban una clara línea entre la acción racional, de este mundo, y la acción dirigida por cualquier otra forma de sabiduría, relegando explícitamente el conocimiento religioso al montón de chatarras de la superstición. Los marcos modernistas buscaban el “sistema de significado” individualizado que sería modelado a partir de la diferenciación y el pluralismo, la “sombrilla sagrada” que podría llevarse cuando no existiera un árbol sagrado.

Yo vacilo en invocar el término “posmoderno”, dado todo su bagaje, pero me parece aquí un concepto útil. En muchas formas, estamos en presencia de un giro fundamental en la perspectiva que está permitiendo a los sociólogos comenzar a ver lo que antes no podían. Las personas nuevas en el campo, los nuevos hechos que no encajan en los antiguos marcos, y un nuevo cuestionamiento de las presuposiciones básicas del modernismo se combinan para crear nuevas oportunidades para el estudio de la religión en sociología.

¿Dónde, entonces, comienza a hacerse evidente este giro? ¿Dónde hemos percibido un progreso en la capacidad de la sociología de explicar la notoria persistencia de las ideas y organizaciones religiosas?

¨ La atención a las experiencias de grupos anteriormente marginados es una de las formas en que el estudio de la religión se está reavivando y remodelando[11]. Cuando el tema es la mujer, la vida en el hemisferio sur, los inmigrantes, y asuntos similares, el rol de la religión es a menudo inevitable, aun cuando muchos sociólogos todavía intentan resueltamente evitarlo.

¨ También ha habido cambios significativos en el estudio de las organizaciones voluntarias. Existe hoy un mucho más extendido reconocimiento de que al hablar del sector voluntario, se debe incluir las organizaciones y las motivaciones religiosas[12]. En particular, debido a que el clima político ha vuelto su atención al rol de las iglesias en la entrega de servicios sociales, los sociólogos están prestando mayor atención a las organizaciones religiosas como campo de estudio.

¨ De modo similar, creo que hay un creciente reconocimiento de que las ideas, rituales y organizaciones religiosas son actores importantes en muchos movimientos sociales. Si uno quiere entender las dinámicas de la movilización de las organizaciones, es fundamental considerar dichas dimensiones religiosas. Por fin después de mucho tiempo la gente se está dando cuenta de que el rol de la religión en los movimientos de derechos civiles, por ejemplo, iba más allá del hecho de que se diera la circunstancia de que Martin Luther King fuera un predicador[13].

¨ Curiosamente, el estudio de organizaciones de todo tipo ha experimentado lo que algunos describen como un giro “cultural”[14]. Como resultado de ello, los eruditos están prestando atención a las formas en que cada organización tiene sus mitos y rituales[15]. Algunos incluso han ido tan lejos que describen los supuestos dominantes de algunos sectores organizacionales en términos de un mito de salvación[16]. Lo que decepciona en todo este hablar de religión entre los teóricos de las organizaciones es que ellos no parecen darse cuenta de que otros de hecho hayan estudiado antes cosas tales como mitos y rituales, y que podrían, por tanto, ofrecerles alguna asesoría analítica.

¨ En el ámbito de las teorías generales de la sociología, el feminismo y otras críticas radicales han creado un espacio para lo no racional[17]. Aunque muchos de estos críticos ven el poder y el simbolismo religioso como algo opresivo, ellos saben, no obstante, que deben tomar en serio dichos elementos.

¨ Los cambios en nuestras tecnologías investigativas también han ayudado. Durante la pasada década, muchas de las principales organizaciones de investigación por encuesta han consultado a los sociólogos de la religión y han añadido preguntas sobre religión a las bases de datos que aún forman el fundamento sobre el que se construye gran parte de nuestro conocimiento sociológico. Teniendo datos que analizar, podemos anticipar nuevos resultados publicados en el futuro.

¨ Al mismo tiempo, ha habido también un creciente escepticismo sobre la investigación mediante encuestas y las teorías presumiblemente universales que se construyen sobre dicha investigación. En un giro desde lo universal a lo particular, los estudios de caso de asociación humana han ganado cierta relevancia. ¿Y qué mejor lugar para encontrar gente asociándose que en los grupos religiosos?

 

Conclusiones

El jurado aún está deliberando. Todavía es posible que los académicos más jóvenes en sociología y todos aquéllos que están aportando nuevas perspectivas a la disciplina puedan con todo verse forzados a adaptarse a la antigua cultura. Pero me parece que puede que la marea esté cambiando. En primer lugar, hoy existe lugar para el reconocimiento de que todo estudio procede del punto de vista y los intereses de los académicos, y un reconocimiento de que ningún estudio de la sociedad puede proceder sin las perspectivas plurales representadas por todo tipo de académicos. El discurso dentro de la disciplina es hoy sencillamente distinto.

Pero en segundo lugar, la disciplina misma está destinada a ser enriquecida por la presencia de académicos más recientes que están tanto determinados en que el estudio de la religión es esencial para comprender la sociedad, como determinados a estudiar la religión directamente desde el corazón mismo del campo, no desde una periferia marginada. Están determinados a permanecer en el diálogo conceptual y metodológico de la disciplina, determinados tanto a aportar como a recibir en dicha interacción. Ellos creen que el estudio de la religión tiene algo que ofrecer a la disciplina como un todo, y cuentan con las habilidades necesarias y las posiciones institucionales dentro de los departamentos oficiales para materializar dicho ofrecimiento.

Ésta es una conversación emergente que promete cambiar los propios mitos que han configurado la disciplina, y solo a medida que los mitos se vayan debilitando podrá la disciplina cumplir su promesa. La sociología nunca será capaz de alegar su derecho a existir como disciplina mientras no se quite las vendas de la Ilustración para prestar atención a todos los elementos de la sociedad que se supone debe explicar. Los académicos cristianos tienen importantes oportunidades de participar en la reconfiguración que hoy está en proceso[18].


Original inglés en Christian Scholar’s Review 29, 4. Copyright del Christian Scholar’s Review. Traducido con autorización. Traducción de Elvis Castro.

[1] Emile Durkheim, Las formas elementales de la vida religiosa.

[2] Max Weber, Ética protestante y el espíritu del capitalismo.

[3] H. Paul Douglass y Edmund de Brunner, S. The Protestant Church as a Social Institution (La iglesia protestante como institución social), Nueva York: Harper and Row, 1935; H. Paul Douglass, The Church in the Changing City (La iglesia en la ciudad cambiante), Nueva York: Doran, 1927; Jeffrey K Hadden, “H. Paul Douglass: Su perspectiva y su obra”, en Reviw of Religious Research (Revista de investigación religiosa) n° 22, Septiembre 1980, 66-88.

[4] Es importante notar que esta descripción está deliberadamente configurada como un relato y no como un argumento teórico meticuloso. Se aproxima a varios argumentos teóricos, pero no es idéntica ninguno de ellos. Esta forma de esbozar el argumento aborda Nancy T. Ammerman en “Contando historias congregacionales”, Review of Religious Research 36:1, junio de 1994.

[5] Talcott Parsons, “Religión y la sociedad industrial moderna”, en Religion, Culture, and Society, editado por Louis Schneider, Nueva York: Wiley, 1964, 273-98.

[6] Online Computer Library Center (Centro de biblioteca digital en línea. N. del T.).

[7] R. Stephen Warner, “Trabajo en progreso hacia un nuevo paradigma para el estudio sociológico de la religión en los Estados Unidos”, revista American Journal of Sociology 98:5 marzo de 1993, 1044:93.

[8] Roger Finke y Rodney Stark, The Churching of America (Las iglesias en Estados Unidos), New Brunswick, New Jersey, Rutgers University Press, 1992.

[9] Para una discusión sobre la naturaleza del poder cultural de la religión, véase N. J. Demerath, III y Rhys H. Williams, A Bridging of Faiths: Religion and Politics in a New England City (Un puente entre credos: religión y política en una ciudad de Nueva Inglaterra), Princeteon: Princeton University Press, 1992; y Nancy T. Ammerman, “Reseña a Bridging of Faiths de N. J. Demerath y Rhys H Williams”, en revista Society 31:1, noviembre-diciembre de 1993, 91-93.

[10] Aquí abordo el trabajo que he preparado en Nancy T. Ammerman, “Religión Organizada en una sociedad voluntarista”, revista Sociology of Religion 58:2, verano de 1997.

[11] Véase, por ejemplo, R. Stephen Warner y Judith Wittner, editores, Gatherings in Diaspora (Reuniones en la diáspora), Philadelphia: Temple University Press, 1998.

[12] El trabajo de Wuthnow ha sido crítico en este giro. Por ejemplo, véase Robert Wuthnow, Acts of Compassion: Caring for Others and Helping Ourselves (Actos de compassion: preocuparse de los demás y ayudarse a sí mismo), Princeton: Princeton University Press, 1991.

[13] Entre los mejores estudios se encuentra Aldon D. Morris, The Origins of the Civil Rights Movements: Black Communities Organizing for Change (Los orígenes de los movimientos por derechos civiles: comunidades negras organizándose para el cambio), Nueva York: Free Press, 1984. Pero véase también Mary Patillo-McCoy, “Cultura eclesiástica como estrategia de acción en la comunidad negra”, en revista American Sociological Review 63, diciembre de 1998, 767-84.

[14] Paul J. DiMaggio, “La relevancia de la teoríade la organización para el estudio de la religión” en Sacred Companies (Compañías sagradas), editado por N. J. Demerath, Peter Dobkin Hall, Terry Schmitt, y Rhys Williams, Nueva York: Oxford University Press, 1998, 7-23; Roger Friedland y Robert R. Alford, “La sociedad devuelta a: los símbolos, prácticas y contradicciones institucionales”, en The New Institucionalism in Organizational Analysis (El nuevo institucionalismo en el análisis organizacional), editado por Walter Powell y paul DiMaggio, Chicago: University of Chicago Press, 1991, 232-63.

[15] John W. Meyer y Brian Rowan, “Organizaciones institucionalizadas: la estructura formal como mito y ceremonia”, en The New Institutionalism, 41-62.

[16] Jeffrey Alexander, “La promesa de una sociología cultural: el discurso tecnológico y la máquina de información sagrada y profana”, en Theory of Culture (Teoría de la cultura), editado por Richard Munch y Neil J. Smelser, Berkeley, University of California Press, 1992, 293-323.

[17] Dorothy Smith, “Sociología para la mujer”, en The Prism of Sex: Essays in the Sociology of Knowledge (El prisma del sexo: ensayos en la sociedad del conocimiento), editado por J. Sherman y E. Beck, Madison, Wisconsin: University of Wisconsin Press, 1979, 135-87.

[18] El presente ensayo es una versión revisada de una charla dictada en la Conferencia sobre Religión y Educación Superior realizada en Notre Dame University en marzo de 1999.

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