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“Visión de Desarrollo y Estrategia de Poder en China”, una investigación de Alejandra Villablanca, y su extrapolación a lo religioso

El libro “Visión de Desarrollo y Estrategia de Poder en China” publicado el año 2021 por la cientista político Alejandra Villablanca bajo el sello RIL Editores, tiene como objetivo dar a conocer de manera detallada y sistematizada la evolución del poder chino desde mediados del siglo XX hasta la actualidad, con su peculiaridad ideológica que está fuertemente marcada por un pragmatismo institucional, lo que la autora llama “Socialismo con Características Chinas”. Este modelo no sólo ha generado un evidente y extendido crecimiento económico y desarrollo interno, sino también un posicionamiento como potencia en el sistema internacional.

El libro cuenta con 6 capítulos. El primero es un análisis sobre el socialismo en China, su origen e implementación, el cual conllevó a una adecuación al contexto institucional, como su conjunción con las ideas propias del país. Este modelo, catalogado como “Socialismo con Características Chinas”, provocó un eventual despegue económico e involucramiento global. El segundo es un desarrollo de las perspectivas de modelos de país entre el período de Mao Zedong y Xi Jinping. En el tercero se profundiza la implementación de las políticas de gobierno del presidente Xi Jinping en las áreas de economía, innovación, redes, medioambiente y anticorrupción. El cuarto apunta al protagonismo y posicionamiento de China en el sistema internacional. El quinto es una síntesis de los tres períodos del “Socialismo con Características Chinas” y las transformaciones que se generaron. El último capítulo es un detalle de la estrategia de poder del presidente Xi Jinping. En un segmento adicional, como Post Scriptum, se explica la competencia y rivalidad entre China y Estados Unidos por la dominación de las tecnologías de internet a escala global.

Entre los aspectos generales que se pueden destacar de esta investigación, está la consideración de que la República Popular China podrá ser el primer país en superar esta dicotomía ideológica clásica del siglo pasado, lo que popularmente se llamó “comunismo v/s capitalismo”. Pues apunta a lograr un desarrollo por medio de un modelo ideológico propio, que se desmarca de los socialismos tradicionales y de los neoliberalismos de occidente. Si bien es cierto que hay diferencias notorias entre oriente y occidente, ya que en este último la legitimación del poder en la mayoría de los casos apunta a ser democrática, no es así en el caso de China, que a pesar de tener un gobierno claramente dictatorial, trata de legitimarse mediante el éxito económico.

Pero esta legitimación del autoritarismo chino responde en gran medida a la cultura política de la sociedad en el sistema político, pues es el Estado el que controla y dirige los diversos aspectos de la vida de la ciudadanía. Pero ¿cuál es la cultura de este sistema político? La base ideológica del “Socialismo con Características Chinas” no solo apunta a los trabajadores, como tradicionalmente lo ha predicado el socialismo, sino que también su discurso y praxis tienen como objetivo al empresariado, ya que la intención es buscar los intereses fundamentales de la mayoría del pueblo. El mismo presidente Xi Jinping señala que su modelo de desarrollo es la convergencia de los valores socialistas esenciales y la cultura tradicional china, cuyo proyecto político y económico es con aspiraciones globales. Tal es así, que su objetivo a mediano plazo es que China se convierta en un país socialista moderno, próspero, fuerte, con una cultura avanzada y en armonía.

En este plano de los valores, podemos ver que la política china no sólo los contempla en su accionar, sino también en los objetivos que persigue. Los valores pueden venir de diversas fuentes, pero en el caso del Gigante Asiático, cuya historia es milenaria, no siempre tuvo el mismo comportamiento. Por ejemplo, en la época de la Ruta de la Seda, China no solo generó un intercambio de bienes materiales sino que también participó de un intercambio de ideas como el arte, la cultura y la religión. La estimación de los historiadores nos dice que el cristianismo llegó al país asiático en el siglo VI o VII durante la Dinastía Tang, pero historiadores chinos como Wang Weifan, señalan que el primer contacto con el cristianismo fue en el siglo I.

Aunque el objetivo de la autora no es generar un relato histórico de índole religioso, sí realiza algunas menciones en su relación con el poder, sólo en el período de estudio que es desde Mao Zedong hasta Xi Jinping, donde el primero había mostrado un completo rechazo hacia lo religioso. No olvidemos los estragos generados por la Revolución Cultural, cuya política genocida trató de eliminar por la fuerza los elementos capitalistas y tradicionales chinos.

Sin embargo, en la actualidad los sistemas de pensamiento antiquísimos como el Confucionismo, han vuelto a ser valorados en los principios del país. En el caso del presidente Xi Jinping, se devela su visión de desarrollo como un ideal con dos dimensiones: una material que apunta al crecimiento económico, y una inmaterial que apunta a los principios y valores del “Socialismo con Características Chinas”, entendido este como un socialismo no clásico, que comparte con ideas propias y tradicionales.

Con la determinación y autoritarismo chino en el plano ideológico, cabe preguntarnos si hay cabida para otro tipo de pensamiento en la conformación de su Modelo de Desarrollo. La respuesta podría ser un rotundo no, pues bajo la perspectiva occidental, China continúa siendo una dictadura, con tintes casi totalitarios, no sólo por tener un sistema político unipartidista, sino por los constantes esfuerzos de homogeneizar a la población en un pensamiento único. Por ejemplo, en el año 2013, el Partido Comunista Chino distribuyó un comunicado ideológico donde se dejaba en claro que tienen una fuerte lucha contra los valores occidentales, catalogando de peligrosas a ideas como los valores universales, la sociedad civil, la economía de mercado, los derechos civiles, y la crítica a las aberraciones históricas del Partido Comunista.

Ante tal escenario, y considerando a la mayor fuente de los valores occidentales, surge otra interrogante que, aunque no está directamente dicha en el libro, podemos hacerla a partir de él: y es sobre cuál sería la situación que tendría el cristianismo en China. Definitivamente, ninguna positiva. Ahora bien, hay que tener en cuenta que no sólo se ve afectada la cristiandad, entendida esta como el sistema cultural y de valores que han formado a occidente, sino también a la profesión de fe en el plano religioso. Ser cristiano en China ha sido y continúa siendo una realidad muy compleja, porque las iglesias oficiales están bajo estricto control por parte del Estado, pero también más de 30 millones de personas se congregan en la clandestinidad, y el Gobierno ha sido implacable, arrestando a líderes religiosos, prohibiendo la venta de la Biblia por internet, quemando cruces, clausurando y demoliendo iglesias, traspasando a las víctimas las facturas de dicha demolición.

Frente a esa cruda realidad, podemos ver que entre el totalitarismo de Mao Zedong y la pseudodemocracia de Xi Jinping, la actitud de aversión hacia el cristianismo no dista de mucha diferencia, más allá de la intensidad con que se aplica la vulneración a los derechos fundamentales. Esto también afecta al protagonismo que cualquier idea contraria a la cultura política y social de China y presente en el país pueda querer. Reflexionemos por un momento en el discurso del Partido Comunista Chino, que cataloga como ideas peligrosas la sociedad civil, los derechos civiles, la crítica a las aberraciones históricas del partido, entre otras. Por ejemplo, en el primer punto, teorías políticas tan consolidadas como el Socialcristianismo no tendrían cabida alguna, ya que ideas como los grupos intermedios y la soberanía de las esferas serían utopías imposibles de alcanzar. En el área de los derechos civiles, consideraríamos un riesgo más que latente el que se levante un prototipo de Martin Luther King en la defensa de derechos religiosos o políticos. Ni mucho menos sería plausible que se forme una agrupación al estilo La Rosa Blanca como en la Alemania nazi para denunciar los abusos del régimen.

En este sentido, es imprescindible generar una reflexión profunda no sólo en lo concerniente al plano interno de la República Popular China, sino también a la imagen que proyecta al exterior. Pues si el objetivo de Xi Jinping y su Política de Estado es consolidarse no sólo como la principal potencia económica mundial sino también como un modelo de desarrollo a escala global -es decir, que otros lo tomen como referencia- se generaría una instancia no óptima para las libertades individuales. El mundo ya no estaría dividido en capitalismo y comunismo, sino en democracias de mercado y autoritarismos de mercado, donde estos últimos utilizarían el crecimiento y desarrollo económico como un elemento discursivo para acallar las políticas antidemocráticas que vulneran los derechos fundamentales.

Por tales razones, se considera indispensable la lectura de este libro, ya que nos aporta un conocimiento más acabado del sistema político chino cuya influencia traspasa la dimensión nacional, configurándose como un líder en el sistema internacional al cual deberíamos prestar atención. Esto no solamente como ciudadanos profesantes de la fe de Cristo que buscan la empatía hacia los cristianos que padecen persecución en China, sino también como ciudadanos en la cooperación internacional, que consideran un riesgo el que las ideas autoritarias hacia lo religioso se puedan extrapolar a dimensiones globales.