Estudios Evangélicos

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El ser humano como fin: Una respuesta a la violencia

Más de un año ha pasado desde que Chile vivió su propio estallido social, aparentemente provocado por los 30 pesos añadidos al transporte del metro de Santiago. Sin embargo, bien conocemos que detrás de aquel aumento de tarifa, se encontraba oculto un malestar que ha estado germinando por 30 años, pues como dice la pancarta: “no son treinta pesos, son treinta años”. El malestar de los chilenos es innegable, cuyas principales demandas giraban en torno a la salud, educación, sueldos y pensiones dignas, igualdad de género, entre otras.

Carlos Peña en su libro titulado Pensar el Malestar, en una de sus tesis centrales sostiene que este pesar es parte de un proceso natural que aqueja a una sociedad moderna que ha logrado cierto grado de bienestar, siendo esta la realidad de nuestro país. Sin embargo, la misma modernidad trae consigo ciertas contradicciones difíciles de conciliar. El rector de la Universidad Diego Portales explica que:

el mercado expande el consumo, pero no la participación. Favorece el bienestar material, pero no brinda reconocimiento. Amplía la comunicación, pero no estimula el diálogo. Acentúa la individualidad, pero deteriora la vida cívica. Rompe el cerrojo de las tradiciones, pero no entrega nada que las sustituya. Libera de la miseria, pero deja a la intemperie [1].

Con toda la insatisfacción que lo anterior conlleva bien podríamos preguntarnos: ¿Es legítimo sentir un malestar? Por supuesto que sí. ¿Es pertinente luchar por demandas sociales? Sin ninguna duda. ¿Es correcto utilizar la violencia como método de lucha y transformación social en tiempos de democracia? De ninguna manera.
Para dar fundamento a esta última respuesta veo necesario desarrollar el concepto de la violencia en el contexto de “lucha social” y, a su vez, abordar la tensión que esta genera con la idea del ser humano como fin en sí mismo, a través de una fundamentación principalmente bíblica y, en segundo lugar, kantiana; pues no se debe olvidar que la violencia es y será siempre latente en un mundo caído.

Desde el estallido Chile ha vivido momentos convulsos y críticos, cuyos sucesos han sido difíciles de poner en la balanza de la moralidad. Unos dicen que la vía pacífica es el camino, mientras que otros piensan que el único modo para obtener cambios sociales es por medio de la violencia. Después de todo se preguntan ¿alguna vez los políticos han escuchado de otro modo? Y tal parece que lamentablemente no, no lo hacen, o al menos esa es la primera impresión. Sin embargo, dicho pensamiento no deja de ser un ardid que parece indicar una respuesta que, al fin y al cabo, termina siendo una falsedad.

Es verdad que la violencia ha acompañado la historia del hombre. Un momento claro fue la Revolución Francesa, acontecimiento que impulsó ideales de libertad, pero que estuvieron acompañados de sangre y tiranía. No obstante, a pesar del fatal desenlace de este hecho, se considera como una regla normativa de lucha, desconociendo así, las verdaderas razones que han motivado los cambios de nuestra civilización.

Las transformaciones hacia el bienestar del hombre siempre se han relacionado con atributos elementales como el diálogo, la comprensión y, por supuesto, la racionalidad. La violencia en cambio siempre responde a carencias. Por ejemplo, si los gobernantes han “escuchado” al pueblo supuestamente gracias a la violencia, no ha sido porque la violencia sea un elemento positivo per se, sino que es simplemente por el hecho que los poseedores del poder carecen de la habilidad de atender a los suyos con empatía y no tienen, además, la capacidad de discernir cuándo el pueblo está sufriendo injusticias. Por tanto, no es la violencia en sí lo que les hace prestar atención, sino que, por el contrario, es su falta de moralidad lo que los hace actuar de manera infantil y egoísta, esto es, escuchar solo cuando hay violencia. Por consiguiente, para que haya respuesta, se necesitan políticos empáticos, que logren discernir lo moral de lo inmoral, el bienestar de lo indigno. Si esto fuera posible, las soluciones serían mucho más efectivas que las acciones de una masa, a veces sin un trazo claro, a veces furiosa, puesto que, como se ha mencionado, es la racionalidad, el diálogo y la convicción en el ser humano como sujeto de dignidad, lo que a fin de cuentas ha llevado una gran parte del mundo a su progreso.

Para que el país pueda llegar a buen puerto, la clave está en el comportamiento de sus ciudadanos, más que de los políticos, ya que son los primeros quienes tienden a iniciar movimientos sociales, por lo que estos tienen la tarea de ejecutar adecuadamente las demandas sociales. Como se ha argumentado, el estado tiene un rol de empatía fundamental, pero las personas deben actuar con responsabilidad, basadas en virtudes morales, no en una violencia nihilista sin cauce e impredecible. Y para esto, es necesario hacer un sustento desde distintas ideas fundamentales. La primera y más elemental es el texto de Romanos 12:14 “Bendigan a quienes los persigan; bendigan y no maldigan”. Posteriormente el v. 17 indica “No paguen a nadie mal por mal” y, por último, el capítulo cierra “No te dejes vencer por el mal, al contrario, vence el mal con el bien” (Romanos 12:21). Lo más evidente es creer que la violencia es un camino legítimo de transformación. El diente por diente, el mal por mal es la respuesta más simple de ejecutar en estos días. Cuando Dios entrega los mandatos a sus hijos, no se reduce solo a obedecer un mandamiento, sino que es un comportamiento que viene de lo alto, cuya sabiduría excede nuestro conocimiento. En palabras simples, la maldad trae más maldad y la violencia trae más violencia. En cambio, si ante la violencia existe un acto de virtud y bondad, el círculo de la maldad finaliza. Esto no es una enseñanza meramente religiosa, sino que es aplicable a nuestras sociedades hoy en día. Ante las demandas sociales, respondamos con bien, racionalidad, diálogo y, si usted es cristiano, por supuesto, debe hacerlo con el arma más poderosa: la oración y el consejo de la palabra de Dios. Jesús, siendo sin mácula fue abofeteado y escupido. Además, ante la injusticia de las acusaciones no respondió con su poder, sino que lo hizo con silencio y humildad.

Como es sabido, Jesús no dejó escritos propios, sino que fueron otros quienes registraron su vida. Pero Jesús no fue el único con esta característica y, sin ánimo de equipararlos, quisiera hacer mención de Sócrates. Este filósofo, a través de sus diálogos, realiza una apología en torno a la idea que es peor cometer una injusticia que padecerla, puesto que quien la comete se convierte en injusto [2]. No creo que sea necesario argumentar a profundidad por qué la violencia es una injusticia, dado que cuando se aplica en el contexto de “lucha social” no existe un discernimiento coherente entre justicia y violencia ejercida. Esta simplemente puede ser impulsadas por pasiones internas que tienden a caer en la brutalidad y cuando decidimos recibir la injusticia antes que cometerla, decidimos un acto racional que implica un sacrificio, dado que nuestra comprensión lleva a pensar que nada bueno surge de la ejecución del mal y que la justicia no se logra propinando injusticia.

Las revoluciones constantemente se han llenado de sangre. Como se ha mencionado, la Revolución Francesa es el episodio más icónico, ya que las cabezas rodaron miles de veces producto de las ideas de libertad. No me atrevería a decir que Chile desembocará en el mismo destino, pues creo que el país aún está lleno de cordura. No obstante, no deja de llamar la atención que hay personas con pensamientos radicales, donde claramente creen en la idea maquiavélica de que “el fin justifica los medios” [3]; no considerando, una ética de la responsabilidad, desarrollada por el sociólogo alemán Max Weber, que consiste en adoptar decisiones tomando en cuenta las consecuencias que puedan tomar las acciones [4].

En una oportunidad escuché opinar por televisión a una persona que, de ser necesario, Chile entero debía arder. Sabemos que han ardido museos, supermercados, locales comerciales e incluso personas. Pero nuevamente esta radical postura guarda una creencia errada, dado que el fin no siempre justifica los medios y menos cuando estos medios son seres humanos. Para esto, podemos encontrar respuesta en Immanuel Kant, quien en su Fundamentación de la metafísica de las costumbres nos plantea una máxima con pretensión universal relacionada con la autonomía y a la dignidad del género humano. Esta máxima, motivada por el deber plantea lo siguiente: “obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como medio” [5]. Dentro de las profundidades de este enunciado, se puede concluir que la naturaleza del hombre, su existencia tiene un fin en sí mismo, por lo que todas las personas poseen un valor objetivo que no depende del contexto ni de los antojos del otro. Según el filósofo el ser humano no es una cosa, dado que esta proviene del mundo de los medios, cuyo valor es relativo, pero las personas poseen un valor absoluto basado en la dignidad y la autonomía, cuyos atributos no han sido ni dejarán de ser inherentes a las personas.

Por esencia, el hombre es, en términos de género, un ser sujeto a dignidad, dado que este fue el único ser creado en la tierra con la capacidad de sojuzgar el mundo y no estar sometido a comportamientos basados en el instinto, sino en la conciencia y la racionalidad; por lo que la autonomía es un atributo que las personas han poseído desde su origen. En Génesis 1:26, Dios dice “Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza. Que tenga dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves del cielo; sobre los animales domésticos, sobre los animales salvajes, y sobre todos los reptiles que se arrastran por el suelo”. Por consiguiente, el hombre es una representación única de Dios en la tierra. Es el único que puede administrar la creación divina con la consciencia plena de su entorno, con capacidad de emocionarse, elaborar arte, ciencia, filosofía o matemáticas. Además, es el único ser universal por el que Dios entregó a su hijo para rescatarlo de la condenación [6]. En resumen, no existe medio que equipare el valor de esta creación, cuyo valor es un fin en sí mismo.

Como cristianos debemos ser parte activa del mundo de las ideas respecto a los sucesos nacionales y del globo en general, por lo que nuestra tarea ha de encauzarse de forma protagónica por medio de lo que llamo una “revolución silenciosa” [7]., que consiste en convivir en este mundo, iluminando en la oscuridad por medio de la predicación del evangelio y por la difusión de la cosmovisión cristiana. Como creyente en Cristo pienso que, necesariamente, la legitimidad del estallido social se sostendría solo por medio de una lucha con demandas claras y líderes con un alto sentido ético y moral, basados en la acción y el equilibrio, por medio de estrategias inteligentes que solo surgirán cuando nuestras mentes estén enfocadas en las vías de la racionalidad y el entendimiento mutuo. Ante esto Chile ha optado por la vía democrática, dado que se encuentra ad portas de un proceso constituyente, en el que la deliberación sea una disposición a aportar razones y comprender las del otro, cuyo diálogo reconozca una mutua condición de igualdad [8].

Es imperativo que, la idea del ser humano como fin en sí mismo, sea defendida por el pueblo cristiano, basados en la palabra de Dios y, acto seguido, en argumentos racionales derivados de la misma. La filosofía y las distintas áreas del conocimiento están al servicio de la cosmovisión cristiana, y no al revés, lo que nos debe llevarnos a nutrirnos de las escrituras y de su relación con el saber secular. Por tanto, si queremos ganar espacio en el mundo de las ideas, es necesario vestirse de un carácter más sólido al momento de defender nuestras convicciones.
Como hijos de Dios tenemos bastante que decir, y es por ello que, en este nuevo proceso constituyente que se avecina, tendremos la gran oportunidad de aportar ideas surgidas del mundo cristiano para así construir un mejor país.

REFERENCIAS
[1] Peña, C. Pensar el Malestar La crisis de octubre y la cuestión constitucional. (2020). Taurus. Santiago, p.77.
[2]Platón. Gorgias. Recuperado de: http://filosofianreapucarana.pbworks.com/f/Gorgias+-+Plat%C3%A3o.pdf
[3]. Si bien es una frase atribuida a Nicolás Maquiavelo en su obra “El príncipe”, esta no se encuentra de manera textual, sino que implícita.
[4]. Weber, M. Citado en Abellán, J. (2012). Política. Alianza Editorial. Madrid.
[5] Kant, I. (2007). Fundamentación de la Metafísica de las costumbres. Pedro M. Rosario Barbosa. Recuperado de: https://pmrb.net/books/kantfund/fund_metaf_costumbres_vD.pdf
[6] Se podría pensar que, con el sacrificio de Cristo, Dios mismo estaría utilizando a su propio hijo como medio para lograr un determinado fin. Sin embargo, considero que el tratamiento kantiano de los medios y fines se circunscribe al mundo terrenal creado, no a la naturaleza divina. Sproul señala que cuando la biblia nos representa a Dios como alguien trascendente, quiere decir que este se encuentra más allá del universo en términos de su ser, por tanto, es ontológicamente trascendente y autosuficiente. A diferencia de los hombres, no es Dios quien depende del universo, sino al contrario, todo lo existente depende de este ser necesario. Véase Sproul, R. (2015). Todos somos teólogos. Editorial Mundo Hispano. Colombia.
[7] Este es un término cuyo significado valdría la pena profundizar, puesto que de aquello deriva una serie de elementos que bien podrían estructurar un ethos del cristiano actual.
[8] Peña, C. Pensar el malestar, op. cit.