Estudios Evangélicos

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La cautividad pentecostal del cristianismo pentecostal

Podría decirse que, así como para Willis Hoover la teología liberal y el exceso de confianza en ella consumió a la Iglesia Metodista, del mismo modo la ausencia de teología y el exceso de confianza en la sola manifestación carismática ha consumido a las Iglesias Pentecostales.

1. De cristianismo pentecostal a mero pentecostalismo

El pentecostalismo, casi sin notarlo, ha abolido al cristianismo pentecostal. Lo que se debe hacer, si algo pudiese hacerse, es volver a  introducir el cristianismo pentecostal en el pentecostalismo[i]. Esta es la tesis que defenderé en lo sucesivo. No obstante, antes de pasar a ella, conviene primero hacer algunas delimitaciones conceptuales.

¿Qué entendemos por pentecostalismo? Si las respuestas a esta pregunta son variadas, tanto más lo son para aquella ¿qué entendemos por cristianismo? Mi definición arbitraria para ambas es como sigue. Entiendo por “cristianismo” a una religión determinada, afirmada en los principios predicados por Jesús de Nazaret, en consonancia con la tradición judía reflejada en el Primer Testamento, con la tradición inmediatamente posterior a él que se construye en el Nuevo Testamento y, finalmente, con la tradición eclesial que se definió mediante la elaboración de símbolos y confesiones que sirvieron para leer el texto bíblico y sistematizar las enseñanzas de la religión cristiana. En otras palabras: cristianismo es un conjunto de creencias que se ha desarrollado a través de la historia de la humanidad, en el seno de la Iglesia cristiana en su multiplicidad, diferencias internas y riqueza interpretativa.

“Pentecostalismo” por su parte, es una palabra que al igual que la anterior, puede despertar distintas definiciones. Para este caso, designaré como “pentecostalismo” a un movimiento cristiano proveniente de la amplia gama de iglesias protestantes, que se produjo a principios del siglo XX en contextos específicos, cuya máxima consiste en la predicación de una forma particular de experiencia cristiana. Con esto quiero dejar de lado las definiciones reduccionistas que intentan explicarlo de modo facilista por sus costumbres, por el contexto social en que se desarrolló y otras.

De este modo, con “cristianismo pentecostal” designaré a aquel pentecostalismo que se ha hecho cargo de la tradición cristiana y que ha asumido su pertenencia a ella. Mientras que con “mero pentecostalismo” designaré a aquel pentecostalismo que no está interesado ni en la tradición cristiana ni mucho menos en asumirse como un movimiento más dentro de ella, es decir, designo con ello a lo que ha resultado del despertar pentecostal original en su proceso histórico. Dado que el pentecostalismo es un movimiento global, aquí me centraré puntualmente en el pentecostalismo latinoamericano.

 

2. El rechazo a la teología

Afirmar que el “cristianismo pentecostal” es cautivo del “mero pentecostalismo” implica dos cosas. En un sentido histórico, significa que lo que hoy predomina es, probablemente, mero pentecostalismo, y también significa que antes de este mero pentecostalismo existió efectivamente un cristianismo pentecostal. En un sentido teológico, implica que antes el pentecostalismo era mucho más cercano a la tradición cristiana y que hoy está alejado de ella. Por lo tanto, si se quiere que el pentecostalismo retorne a la tradición cristiana en un sentido teológico, es necesario saber qué es lo que lo apartó de ella, para así encontrar una posible vía de retorno. Esto implica hacer un ejercicio histórico y teológico que, a su momento, llevaremos a cabo profundizando en algunas ideas del fundador del pentecostalismo chileno.

Pero ¿por qué el pentecostalismo está lejos de la tradición cristiana hoy? Esta pregunta es fundamental. ¿Con qué argumento sostenemos que el pentecostalismo está alejado del cristianismo? La explicación de esta afirmación está basada en un hecho que ya es ampliamente conocido no solo por quienes son o han sido pentecostales, y quienes lo han estudiado como observadores. Me refiero al rechazo que se tiene hacia la teología. Si bien es cierto que hay miembros en las congregaciones que leen teología, como también es cierto que hay ciertas denominaciones que con esfuerzo han empezado a preparar teológicamente a sus pastores o a grupos pequeños de miembros, también es cierto que en términos generales el pentecostalismo ha mantenido un rechazo permanente al pensar teológico en su trayectoria histórica que aún pervive. Aquí, claro está, me detendré en la regla, no sus excepciones.

Pese a que este ha sido uno de sus aspectos que ha recibido mayor crítica, tanto más interesante habría sido que se prestase atención no solo al hecho del rechazo a la teología, sino más bien a las razones internas que llevaron al pentecostalismo a esta actitud. El pentecostalismo, tal como se lo conoce hoy, puede ser descrito como un movimiento en que predominan ciertas costumbres distintivas como el vestir tenida formal, el predicar en las plazas públicas y, junto con ellas, también prácticas espirituales como la glosolalia, el danzar, y otras experiencias de orden carismático. Con estos datos se ha construido un estereotipo de lo que sería un creyente pentecostal estándar, al menos en lo que respecta a Latinoamérica[ii].

El rechazo a la teología nos parece fundamental porque, en nuestro entender, es debido a esto que el pentecostalismo ha dejado de ser cristianismo pentecostal. Si analizamos los defectos más comúnmente criticables del pentecostalismo como, por ejemplo, el excesivo poder pastoral sobre las congregaciones y los individuos, el sistema administrativo deficiente que acarrea una serie de vicios económicos, las creencias heterodoxas que rayan en la herejía o de costumbres enmarcadas en un “legalismo”[iii] radical, y tantos otros rasgos criticables, encontraremos que finalmente, una de las razones de que se produzcan todas estas cosas no es otra que la ausencia de una reflexión teológica fecunda. Sin ella, el pentecostalismo ha adoptado ideas y prácticas que no solo lo han hecho particular entre otros movimientos cristianos, sino que a veces lo han alejado del cristianismo.

Lo anterior, desde una dimensión puramente teológica, puede explicarse como sigue. El pentecostalismo se ha caracterizado por plantear una soteriología de obras que tiende a opacar peligrosamente el concepto cristiano de la gracia. En términos de hamartiología, su concepto del pecado está caracterizado por un énfasis en las conductas más que en el problema de la naturaleza caída del ser humano. En cristología, es común observar la crítica de que el Cristo pentecostal es una especie de proveedor de bienes, lo cual también tiene consecuencias directas en el discurso que se usa para evangelizar, invitando a los no creyentes a creer más por lo que Cristo ofrece que por lo que Él es o por el significado de su obra expiatoria. Así, podría hacerse un análisis teológico sistemático del pentecostalismo en sus distintas creencias. No costará trabajo confirmar las acusaciones que se hacen en su contra.

La ausencia de esta reflexión teológica ha producido, también, falta de materiales y textos que permitan hacer un análisis más riguroso. Del pentecostalismo tenemos más que nada las revistas que cada denominación publica y, sobre todo, su tradición oral. Naturalmente, la contradicción que subyace a esta actitud es que, pese a que hay una negación de la teología formal, eso no significa que no hayan desarrollado una teología. En efecto, si quisiera hacerse un esbozo general de una cierta “teología pentecostal”, José Miguez Bonino ya ha observado que esta puede articularse en torno a cuatro grandes doctrinas: la salvación como experiencia de conversión, el bautismo del Espíritu Santo, la sanidad divina y una escatología apocalíptica[iv]. La falta de reconocimiento de este hecho por parte de los pentecostales dificulta tanto más la posibilidad de introducir el pensar teológico de la tradición cristiana en el pentecostalismo. Hay hermanos que sostienen que sus creencias acerca de Dios no son teológicas, sino que son revelación de Dios. Esta afirmación es contradictoria pues aunque el pentecostal lo desconozca, sus creencias tienen raíces teológicas muy precisas, y lo problemático de esto es que por negar la raíz teológica de sus creencias, al pentecostal se le hace invisible el valor de la tradición de la cual procede, ya sea continuándola o distanciándose. Con todo, si consideramos que para él la teología es un saber racional –o conocimiento meramente humano- y que por lo tanto no merece atención, entonces su afirmación tiene algún sentido.  Hay que detenerse en este malentendido.

 

3. El malentendido

El diagnóstico está claro, y no hay crítica al pentecostalismo, venga esta de la teología u otros saberes, que no se haya acercado a estas apreciaciones. Sin embargo, ¿qué es lo que llevó al pentecostalismo a rechazar la teología? O en otros términos ¿qué es lo que hace posible la existencia de un pentecostalismo sin tradición cristiana? Para resolver esta cuestión me parece que es necesario hacer algo que, desafortunadamente, no ha sido común en los análisis que existen del pentecostalismo. Si hay algo de lo que adolece hoy no solo los estudios sobre el pentecostalismo sino el propio pentecostalismo, es conocer el pensamiento de Willis Hoover, misionero norteamericano metodista episcopal, fundador del movimiento pentecostal en Chile, que luego se expandiría al Cono Sur.

El rechazo a la teología, desde nuestro punto de vista, surgió de un lamentable malentendido que puede rastrearse hasta el propio Hoover. En un memorable artículo titulado “la babaza de la antigua serpiente”, trata especialmente el asunto de la educación teológica. El texto podría ser fácilmente tomado como una diatriba anti-teológica, mi objetivo en lo sucesivo será mostrar que su propósito va más allá.

Una primera lectura del texto sugiere que Hoover está discutiendo con personas que han acusado al pentecostalismo de ignorancia. Esta ignorancia parece atribuírsele al movimiento principalmente debido a las manifestaciones carismáticas del “poder de Dios”. Podría decirse que el hecho de creer en las manifestaciones espirituales es un signo de ignorancia para los críticos. Así, la solución de los críticos parecería ser el conocimiento teológico lo cual, supuestamente, sería rechazado por Hoover en pos de la experiencia del poder de Dios.

Para discutir esta cuestión, comencemos al revés. Casi al término del texto, Hoover hace la siguiente afirmación acerca del Metodismo Episcopal: “eran ignorantes, y en el empeño de educarlos, comenzaron a dar demasiada importancia a esa educación y confiar en ella, con el resultado en todo caso de que el poder del espíritu les dejó y ahora los seminarios y los estudios están puestos muy arriba del poder de Dios”[v]. Una afirmación de este tipo podría ser fácilmente utilizada para justificar un anti-teologismo. Sin embargo, una relectura nos permite notar que el problema de fondo no es la tensión entre ignorancia y conocimiento. La tensión real se encuentra en un nivel más profundo: el entendimiento acerca de lo que es el poder de Dios y, por lo tanto, el objeto de la fe del creyente. Si ponemos atención a las palabras de Hoover, veremos que  el problema no es la educación teológica, sino el hecho de que se deposite confianza en ella. De este modo, la cuestión que debe resolverse no es si el conocimiento teológico es positivo o negativo para los creyentes, sino si acaso los creyentes están preparados para aceptar que la teología no puede reemplazar la experiencia de Dios.

Sigamos hacia atrás: “Dios tampoco premia la ignorancia. El hombre que imagina que es algo o sirve para algo con Dios solamente porque es ignorante, es tan engañado como aquel que confía en su sabiduría. Hay un solo objeto de confianza: Dios”[vi]. Esta afirmación deja absolutamente claro el punto que se explicó anteriormente. Lo que Hoover está buscando no es denostar la enseñanza teológica, sino más bien el hecho de que ella tome el lugar de confianza que le corresponde a Dios en la vida del creyente.

Llegados casi a la entrada del artículo, encontramos a un Hoover que se queja de que los cristianos se dejan engañar por esta idea: “en el peso y el valor que le atribuyen a la educación en la obra de salvar almas (la predicación del Evangelio), y la dependencia que ponen sobre ella”[vii]. Así, lo que realmente le preocupa es que las iglesias hayan llegado a pensar que la educación es un factor importante en la tarea de la predicación. Esto sería lo que, a su vez, llevó a los distintos críticos a negar el carácter divino de la manifestación pentecostal: el hecho de la ignorancia de los creyentes. En otras palabras, lo que Hoover combate no es el estudio teológico, sino la preeminencia de este sobre la fe en el poder de Dios.

Con esto, podemos mantener que Hoover no estaba contra la teología en general. Es más, si vamos un poco más atrás en su vida personal encontraremos que, según los registros de la Iglesia Metodista Episcopal, Willis Hoover hizo estudios teológicos durante cuatro años y se graduó en 1897. Cuando fue trasladado como pastor a Valparaíso (1902), fundó el Seminario Bíblico Evangélico de la IME y fue su presidente desde 1904 hasta 1908 –de hecho, también viajaba a Santiago a hacer lecciones durante 1908[viii]. En otras palabras, el pastor Willis Hoover tenía una formación teológica adecuada que le permitía valorar su importancia para la iglesia.

Esto también se haría visible en el transcurso del avivamiento. Ante la posibilidad inminente de una separación de la Iglesia Metodista a la cual sirvió toda su vida, Hoover afirma: “Estudiaré y enseñaré a Wesley y la Biblia. No tengo doctrinas nuevas”[ix]. Por otra parte, un asunto que no se ha tocado aquí es el que dice relación con la formación doctrinal de los creyentes. Aunque hoy no es común que las iglesias pentecostales hagan cursos de inducción de la fe a sus posibles miembros, durante el avivamiento esto sí se hacía. Él nos informa: “nuestra clase de probandos  (los que son y los que quieren serlo) tiene asistencia de cerca de 200, ávidos de la Palabra de Dios”[x].

La formación teológica del creyente ha sido evidentemente descuidada en las iglesias pentecostales. Sin embargo, hay señal de que en un principio esto si se llevó a cabo. La clase de probandos, sin importar si eran 200 o 10, no enseñaba otra cosa que las doctrinas cristianas fundamentales como la trinidad, la deidad de Cristo, el pecado original, la salvación por gracia y otras. Lo que podría resultar sorpresivo para un pentecostal es que esto no se sacaba de libros de teología, sino de los 25 Artículos de Fe que vienen incorporados en muchos himnarios hasta hoy. Que estas cosas se enseñasen en pleno avivamiento pentecostal da cuenta de que Hoover no tenía intención alguna de menospreciar la teología, sino al contrario: sabía que la iglesia debía, más que nunca, conservar claras las doctrinas fundamentales. Él mismo sabía que las propias manifestaciones debían ser pesadas a la luz de la Biblia. Incluso, en los albores de su renuncia, afirma: “Yo he procurado hacer entender a mis colegas que tengo una mente que examina, y que de consiguiente, enseño a mis miembros a examinar”[xi].

No obstante lo anterior, en Hoover sí encontramos un tipo de rechazo pero no a la teología en general, sino a cierta teología en particular. En otro de sus textos emblemáticos “el amor cristiano”, se opone radicalmente al liberalismo teológico. De hecho, a la luz de su pensamiento, la llegada de esta teología es la principal razón de la decadencia del otrora formidable metodismo. Hoover mantuvo que el nacimiento de la Iglesia Pentecostal fue precisamente una reacción a ello y promovió un “completo aislamiento”[xii] de las iglesias que profesaran esas ideas, dominadas por la alta crítica y el modernismo. En sus palabras: “enseñan la Biblia, sí, pero enseñan que no es verdad lo que dice. Enseñan que la historia de la creación es un cuento y no es verdad; que el pez no podía haber tragado a Jonás; que no hay tales ángeles; que la luz que Saulo vio en el camino a Damasco era un relámpago…”[xiii] entre otras más. Así, lo que Hoover rechazaba no era la teología ortodoxa, sino más bien la teología liberal. Por lo tanto, cuando él atacaba el “conocimiento humano”, se estaba refiriendo a este tipo de teología particular que anulaba la fe en la veracidad de los relatos bíblicos mediante procedimientos racionales; y no se refería con ello a la teología ortodoxa. El malentendido de los pentecostales es que llevaron esa crítica de la teología como conocimiento humano a toda teología, y no a la que Hoover criticaba específicamente.

Quizá, muchos excesos cometidos en manifestaciones espirituales pentecostales podrían evitarse si la Biblia y las doctrinas fundamentales fueran tomadas en serio nuevamente por los pentecostales mediante una noción cristiana pentecostal de la relación fe/conocimiento. El primer pentecostalismo, que es el que hemos descrito a través de la figura y pensamiento de Hoover, es propiamente lo que llamaríamos cristianismo pentecostal, pues se asume como parte de la tradición cristiana y reafirma su compromiso con ésta mediante el esfuerzo de preservar la doctrina ortodoxa que le fue legado. Resulta significativo recordar las palabras del pensador reformado Francis Schaeffer: “El antiguo pentecostalismo daba un énfasis tremendamente vigoroso al contenido de la Escritura y esto fue lo que constituyó una fuente dinámica para la evangelización; hecho puesto de manifiesto en países como los de América Latina. Eran gentes que creían realmente en el Evangelio; que tenían una alta estima por la doctrina”[xiv].

Mientras que el mero pentecostalismo niega el conocimiento racional y admite el conocimiento de Dios solo mediante la revelación individual carismática, el cristianismo pentecostal sí acepta el acceso racional a Dios, solo que preservando que éste sea conducido por la creencia en la Biblia como texto inspirado a fin de evitar los resultados de la teología moderna. El paso del mero pentecostalismo al cristianismo pentecostal está sujeto, si no a la aceptación de toda teología, al menos a la aceptación de una teología ortodoxa anclada en el valor de formulaciones doctrinales que han dado forma al cristianismo históricamente, en este caso particular, el Credo de los Apóstoles y los 25 Artículos de Fe. Estos últimos, pese a que son una reducción que Wesley hizo de los 39 Artículos de Fe anglicanos (síntesis doctrinal de la fe anglicana), conservan intacta una larga tradición teológica que el pentecostalismo debe recobrar.

 

4. Las manifestaciones

Lo que diferencia a un avivamiento puramente evangélico de un avivamiento pentecostal es que, si bien el primero promueve el arrepentimiento y la santificación, el segundo añade a estos dos elementos un tercero: la manifestación visible de carismas del Espíritu. Este es uno de los puntos más controversiales que el pentecostalismo trajo a la mesa teológica. Pero, a la vez, el hecho de confiar excesivamente en las manifestaciones también trajo problemas al propio cristianismo pentecostal. En efecto, es la confianza excesiva en la revelación del Espíritu y sus carismas lo que condujo a un progresivo abandono de las doctrinas cristianas y que, a la larga, subyugó al cristianismo pentecostal al mero pentecostalismo. Podría decirse que, así como para Hoover la teología liberal y el exceso de confianza en ella consumió a la Iglesia Metodista, del mismo modo la ausencia de teología y el exceso de confianza en la sola manifestación carismática ha consumido a las Iglesias Pentecostales.

Lo que me interesa tratar aquí no es la justificación teológica de las manifestaciones, sino la relación que existe entre las manifestaciones y la teología como disciplina. Anteriormente hemos dicho que el paso de cristianismo pentecostal a mero pentecostalismo ha sido el abandono de la teología, y que ese abandono se debió a un mal entendido entre las nociones de ignorancia y conocimiento. El problema que nos viene ahora es este: si la teología fue abandonada ¿qué se puso en su lugar? La respuesta es, naturalmente, la preeminencia de la experiencia carismática. A primera vista, puede decirse que la relación entre experiencia carismática y teología (aquí también incluiremos lectura analítica de la Biblia) al interior del pentecostalismo es de oposición, negativa. Sin embargo, este es otro punto en que el cristianismo pentecostal se diferencia del mero pentecostalismo, pues también puede haber una relación positiva entre ambas.

El pentecostalismo no encuentra su inspiración en una fuente externa a la tradición cristiana, sino en la propia Biblia. Así, aun cuando desde algún punto de vista teológico pudiera decirse que se trata de una doctrina incorrecta (como afirmaría algún cesacionista) y de una mala lectura de la Biblia, sin embargo no puede decirse que no encuentre bases que la respalden. En palabras de Hoover: “en conexión con las cartas y la literatura nos empeñamos en estudiar las escrituras y en orar más. Así llegamos a convencernos que había profundidades de experiencia cristiana que no habíamos alcanzado”[xv]. Para comprender el fenómeno pentecostal, entonces, no se puede prescindir de su comprensión de la Biblia, y específicamente del relato de Hechos 2.

Antes de pasar a la visión hooveriana de la relación teología/carisma que considero positiva –pues a todas luces parece intentar una síntesis entre teología y pentecostalismo-, quisiera detenerme en la forma negativa de esta relación. Es sabido que entre los numerosos factores que impulsaron a él y su esposa a buscar una nueva experiencia espiritual, está la llegada de un folleto redactado por una misionera metodista en India, Minnie Abrams, que además era amiga de la esposa de Hoover. En él se relataba cómo se produjo un avivamiento pentecostal con lenguas de fuego en un asilo de niñas dirigido por una persona que solo es mencionada de pasada en el texto: Pandita Ramabai[xvi]. Para Hoover, la lectura de este texto fue tan definitoria que motivó un intercambio de correspondencia que pronto incluiría intercambio de literatura sobre el tema. Y es aquí cuando se despertó en él el deseo de estudiar el tema con Biblia en mano y en oración.

Sin embargo, y pese a la propia confianza que Hoover depositó en esta información, hay cosas que él no sabía, y que de saberlas, no habría tenido la misma actitud frente a Pandita Ramabai. De acuerdo a un texto imprescindible de R. S. Sugirtharajah[xvii] al que sigo ahora, Pandita profesaba el brahamanismo, era considerada una mujer ejemplar en su contexto y además era reconocida por su conocimiento del Sanscrito. Su conversión al cristianismo en una orientación anglicana trajo alegría, pues se vio como la posibilidad de acceder a un campo de difícil acceso misionero. Sin embargo, luego de relacionarse con el texto bíblico empezaría a tener problemas para aceptar doctrinas ortodoxas como el nacimiento virginal, la teología trinitaria y el credo de Atanasio, negando su justificación bíblica[xviii]; consideraba los milagros como parábolas[xix]; incluso negaba la resurrección del cuerpo de Cristo: “No tengo duda de que Jesús fue levantado de la muerte por Dios; pero dudo la resurrección de su cuerpo terrenal”[xx]. Pandita también promovió una traducción de la Biblia al hindú que fuese contextual y que se ocupara sobre todo de transmitir las ideas del texto, dejando de lado así el rigor metodológico de la traducción. En palabras de Sugitharajah: “Como casi todos los indios cristianos conversos de temprana generación, lo que a ella le importaba en definitiva era la experiencia personal de Cristo, y los textos bíblicos cada vez más ocuparon un lugar secundario”[xxi].

Es necesario mencionar este hecho porque indica una cuestión que ha sido recurrente en los avivamientos pentecostales. Si bien es cierto que Hoover se aferraba la ortodoxia, no es menos cierto que el pentecostalismo también ha originado heterodoxias de diversa índole. El caso de Pandita es ejemplificador a ese respecto. Pero también podríamos mencionar el hecho de que el despertar pentecostal surgido en Estados Unidos bajo el mando de William Seymour, dirigido especialmente a la población marginada y poseedor de un fuerte animo carismático, fue también el espacio que permitió la posterior originación del grupo que conocemos popularmente como “Sólo Jesús”, teológicamente llamado “pentecostalismo unicitario”, que en términos de la ortodoxia cristiana vendría a ser un resurgimiento moderno del sabelianismo, una antigua doctrina condenada como herejía en los tiempos tempranos de la Iglesia.

Considerado lo anterior, el caso de Hoover se vuelve tanto más interesante. Su intento de conciliar su ortodoxia teológica y el mover pentecostal le lleva a hacer una afirmación categórica como esta: “Esa experiencia era la herencia legítima de toda la Iglesia hasta el fin del siglo”[xxii], refiriéndose a la durabilidad histórica de la promesa divina. En este sentido, lo que él planteaba era que, por diversos motivos, la creencia en esta experiencia sobrenatural había sido, intencionadamente o no, apartada de los horizontes de posibilidad de la vida cristiana. Lo que esto implica es, básicamente, que para Hoover no había contradicción entre ortodoxia y experiencia pentecostal, pues ambas se sustentan en la Biblia. Lo único que podría impedir que alguien creyera en esto podría haber sido justamente aquello que él tanto combatía: un pensar teológico que no considerara los relatos bíblicos, especialmente los de carácter milagroso, como históricamente verídicos. Por ello es que, como se mencionó en otro apartado, Hoover llamaba a examinar los acontecimientos del avivamiento desde un marco escritural. Esto no solo incluye las manifestaciones como la glosolalia, sino también los mensajes proféticos.

Un aspecto muy importante a considerar aparte de la ortodoxia, es que Hoover también se declaraba wesleyano. Si bien al pentecostalismo se le ha visto como un movimiento cuyas raíces se hunden en movimientos como el pietismo y el puritanismo, en el caso particular de Chile y Latinoamérica su raíz principal ha sido el metodismo de corte wesleyano. Por lo tanto, no se puede entender el pensar pentecostal ni el de Hoover sin John Wesley. Gracias al invaluable trabajo de Donald Dayton[xxiii], es posible conocer las raíces teológicas del pentecostalismo. Pese a que él desarrolla su línea investigativa principalmente con el caso del pentecostalismo estadounidense, provee interesantes aportaciones que permiten ver el escenario de Hoover. Por ejemplo, en alguna ocasión asume que la experiencia cristiana está compuesta de dos etapas: la primera, la justificación; y la segunda, la santificación[xxiv]. La sorpresa de Hoover ante el conocimiento de la existencia del mover pentecostal es que, al parecer, el bautismo en el Espíritu Santo vendría a ser una tercera etapa de este proceso.

Los movimientos pentecostales fueron precedidos por lo que se llamó “movimientos de Santidad”. Aunque entre ellos hay distintas escuelas de pensamiento, los que se rigieron por la doctrina wesleyana planteaban que luego de la justificación por fe del creyente en el momento en que creía en Jesús, debía venir un proceso de santificación que tenía por objeto acercarlo más a Dios. El cambio que trae consigo el pentecostalismo es que, a diferencia de los movimientos de santidad, añade la categoría del “poder”. Si la primera etapa consiste en ser perdonados y la segunda en ser santificados, la tercera consiste en ser dotados de poder de Dios. Aquí podríamos hablar de una posible “teología pentecostal del poder de Dios” que se caracteriza principalmente por señalar que Dios se manifiesta de modos sobrenaturales en la vida del creyente. Esto muestra por qué para el pentecostalismo es primordial creer en la Biblia como un texto cuyos relatos milagrosos son reales en un sentido histórico. De no ser reales, tampoco lo serían las experiencias que ellos promueven/viven. La discusión teológica que se ha producido en torno al uso del concepto “bautismo del Espíritu Santo” para designar a esta experiencia es amplia. Lo que nos ha interesado aquí es como los pentecostales han entendido el asunto.

La virtud del pensamiento hooveriano en torno a la tensión de teología/carisma no reside únicamente en su intento de articularlas, sino sobre todo en el hecho de que quiso hacerlo porque él mismo no deseaba que el movimiento avanzara hacia un exceso de experiencia carismática desprovisto de aquello que lo hizo posible: la obra expiatoria de Cristo. En esto, en su cristocentrismo, Hoover es totalmente wesleyano. El resultado de la relación negativa entre ambos conceptos ha llevado a otros pentecostalismos no solo a la heterodoxia, sino a lo que yo llamaría “espiritusantismo”, pues en algunos casos la persona de Cristo incluso pasa a segundo plano en pos de la figura del Espíritu Santo como el principal agente trinitario operante en la vida del creyente. Esto sin duda es un problema que debe resolverse desde la teología sistemática. Lo que el actual mero pentecostalismo tiene que aprender de Hoover no solo es a aceptar la teología, sino a conciliarla con la experiencia pentecostal.

 

5. Situar al pentecostalismo

Puesto en su contexto, las razones que explican el nacimiento del pentecostalismo no son únicamente el deseo de algunos hombres de buscar una espiritualidad diferente. El pentecostalismo, como se vio, surge como una respuesta a la gran empresa de la teología liberal. Sin embargo, no es el único movimiento que se levantó contra ella. También ocurre así con el fundamentalismo norteamericano. Esto implica que lo que está en juego es una contienda teológica de largo aliento. Mientras que el fundamentalismo nació como una reacción profundamente biblicista, literalista, que reafirmaba con fuerza creencias fundamentales respecto al texto bíblico y que, en este sentido, fue una contestación con un marcado énfasis intelectual, liderado por teólogos y hombres ilustrados; el pentecostalismo por su parte fue una reacción que se produjo por una vía distinta, la de una espiritualidad interior compartida colectivamente, que no deseaba luchar en el plano del conocimiento racional sino más bien en el del conocimiento sensible de Dios.

En cierto sentido, el pentecostalismo es una vuelta al misticismo. Aunque esta palabra suele estar cargada de connotación negativa, en este caso quiero usarla en sentido positivo. La experiencia mística ha sido históricamente perseguida en la Iglesia Occidental. Muestra de eso es, por ejemplo, la persecución que la Inquisición de la Iglesia Romana hizo a los místicos (piénsese, por ejemplo, en el Maestro Eckhart). Desde la vereda protestante también encontramos una posición contraria a la experiencia mística. Ya Calvino y Lutero hicieron lo suyo en torno a eso (por ejemplo, pienso en Osiander). De algún modo, cierta racionalidad eclesiástica occidental ha visto un peligro en que algunos individuos indaguen en la experiencia de Dios de forma interior y fuera de los cánones doctrinales (cabe notar que en la Ortodoxia Oriental esto no ocurre, la experiencia mística está dentro de sus márgenes teológicos). El hecho de que la mística haya sido relegada contribuyó a despertar el interés por ella en algunas personas. Lo que hizo el pentecostalismo, y que por ello mismo ha encontrado tanta resistencia, es el hecho de que devolvió al cristianismo occidental la experiencia mística.

Pero esto también tiene otro doblez. La mística en occidente ha tenido su nicho principalmente dentro del ámbito de la teología. En otras palabras: ha ido de la mano de una élite educada que ha sido preparada intelectualmente, y que por ello mismo ha tenido las herramientas para desarrollar un pensar diferente. Sin embargo, el pentecostalismo popularizó la experiencia mística. La hizo alcanzable para los sectores pobres y menos educados de la sociedad[xxv]. Por supuesto que esto es problemático. Si ya es complejo conducir una mística para alguien preparado, ¿cuánto más para alguien que no lo está? Supongo que esa también era, implícitamente, una de las preocupaciones de Hoover. Pese a todo, no podemos negar la dimensión positiva de este hecho.

Una de las acusaciones más frecuentes contra el pentecostalismo ha sido su carácter indiscutiblemente alborotador. Nadie que esté en un culto genuinamente pentecostal puede obviar lo sorprendente que resulta oír lenguas extrañas, personas profetizando, otros saltando, otros haciendo imposición de manos pidiendo sanidad a Dios, y otras. Todo esto va contra la racionalidad del culto que ha caracterizado históricamente a las iglesias cristianas. Pero si miramos con algo más de detenimiento estas cosas, ¿no es acaso similar a lo que sucedía con la iglesia primitiva? Una cuestión que Hoover también tuvo que encarar fue la veracidad de los hechos que se contaban. ¿Hubo realmente sanidad? ¿Se cumplió la profecía? ¿Es esa lengua realmente un idioma que habla otro ser humano en el mundo? Las primeras dos preguntas tienen fácil respuesta. O sí o no. La última, sin embargo, me interesa porque implica una confrontación radical al pentecostalismo.

La glosolalia por sí misma es un problema porque, en primer lugar, no hay cómo explicar que alguien repentinamente empiece a hablar un idioma que desconoce. La imposibilidad de verificación empírica o científica le otorga fácilmente el carácter de hecho extraordinario. Sin embargo, desde mi punto de vista la glosolalia supone otro problema. Y es que, por lo general, es posible encontrar que la respuesta usual de los pentecostales cuando se les interroga sobre ellas y su utilidad es que son “lenguajes angelicales”. Pese a que con esa respuesta siguen a Pablo en 1ª de Corintios 14, con ella también evaden sagazmente una cuestión fundamental. El relato de Hechos 2 muestra que cuando los creyentes del Aposento Alto fueron investidos de poder espiritual empezaron a hablar en lenguas. No obstante, este fue solo un primer paso. El paso siguiente fue que empezaron a predicar en esas lenguas, y los extranjeros se sorprendían porque esas lenguas eran las de ellos, habladas por personas que no las sabían hablar. Desde esta óptica, habría que preguntarse: ¿Los pentecostales que dicen hablar lenguas, han podido hablar en esos idiomas a otras personas desconocidas y extranjeras que también los hablen? Esta, sin duda, es una cuestión determinante. Indica que el hecho de que las manifestaciones sean extraordinarias no quiere decir que no sean comprensibles. Así, la forma facilista para el pentecostal de explicarlas como “angelicales” debe ser confrontada.

Si los pentecostales aprenden a ver sus manifestaciones con autocrítica, probablemente se esté muy cerca de lograr una mejor práctica de las mismas (Ya lo indicaba Pablo, casi 2000 años atrás). El pentecostalismo es por naturaleza escandaloso para cristianos y no cristianos. La única forma que tiene de validarse es mostrar que lo que predica no es pura parafernalia. Quizá a los pentecostales latinoamericanos les haga bien seguir la pista de lo que ha sucedido en Estados Unidos, en que ha habido un progresivo intento por desarrollar una teología propiamente pentecostal. Cuenta de ello ha dado James K.A. Smith[xxvi].

 

6. Conclusiones

El pentecostalismo es un fenómeno religioso que, aunque pudiera no gustar, hay que aprender a aceptar. Ya existe. Hay estadísticas que señalan que más de 500 millones del total de la población mundial se confiesan pentecostales. La vía de la crítica destructiva, tan propia de autores como John MacArthur y su texto Fuego Extraño, demuestra dos cosas. La primera es que el pentecostalismo sigue siendo tema para la crítica externa. La segunda es que el hecho de que ese texto haya sido ampliamente refutado y discutido dentro de la propia arena teológica indica que, afortunadamente, hay quienes están intentando ver el pentecostalismo con otros ojos. Se puede detestar al pentecostalismo, pero no se lo puede detener. Al contrario, seguirá creciendo. Si bien este tipo de embestidas se entienden e incluso contribuyen a alentar el debate sobre el tema, lo cierto es que hay que analizar al pentecostalismo con atención: su crecimiento exponencial no puede ser fruto únicamente de la ignorancia, ni una forma de sublimar deseos incumplidos, ni una vía de escape ante los problemas sociales. Hay algo en su núcleo que es enteramente necesario reconocer: la teología pentecostal del poder de Dios y la posibilidad de su ejecución sobrenatural en la realidad.

En este sentido, la propuesta que hacemos aquí es la de un doble ejercicio de comprensión. Por una parte, el pentecostalismo ha desarrollado poderosos anticuerpos contra otras iglesias precisamente por sentirse excluido y discriminado. Estos anticuerpos en muchas ocasiones son justificables. Por lo tanto, el doble ejercicio consiste en que, por una parte, otras iglesias y miembros de ellas se abran con honestidad a conocer mejor el pentecostalismo y a aprender de él. Sin duda, encontrarán mucha riqueza que, en ocasiones, se ve opacada por la visión externa y los prejuicios sociales que se pueden construir. Un ejemplo de ello es el ya citado James K. A. Smith, que pese a pertenecer a la tradición reformada, su procedencia de las Asambleas de Dios ha sido un factor determinante en este ejercicio de comprensión. Por otra parte, también se hace un llamado a los pentecostales a que se abran a comprender a las otras tradiciones. Cada una de ellas tiene mucho que ofrecer, y si indagan en su propia historia –tal como lo hemos hecho ahora- encontrarán que la procedencia del pentecostalismo no es otra que de las iglesias presbiterianas, metodistas, bautistas, misioneras y otras.

¿Puede el pentecostalismo liberarse de la cautividad del mero pentecostalismo y ser lo que realmente fue y debiese ser: cristianismo pentecostal? Lo que he intentado hacer con este texto es esbozar los datos que deben tenerse en cuenta para reflexionar sobre esta pregunta. Así, mi opinión es que si puede liberarse de su cautividad. Me parece que si el pentecostalismo lograra esto, no perdería su fuerza original, al contrario. Al encontrar su matriz cristocéntrica, teológica y bíblica podría volverse aún más formidable de lo que un día fue. Luego de eso también podrá discutir cuánto de otras tradiciones teológicas específicas puede (e incluso debería) o no beber. Como ha dicho ya Manfred Svensson, que los pentecostales no vengan directamente de Ginebra o Wittenberg no quiere decir que no puedan oírlas. Esto lo digo pensando en un fenómeno que llamaría “calvinización” de creyentes pentecostales, que descubren la teología reformada en su forma ortodoxa. Si bien hay quienes emigran de iglesias pentecostales por diferencias de pensamiento teológico irreconciliables, también hay quienes están interesados en “calvinizar” el pentecostalismo. Me parece que este es un punto que merece una gran discusión que aquí no puede abordarse. Por su naturaleza wesleyana de énfasis arminiano (no olvidemos la existencia del metodismo calvinista), el pentecostalismo latinoamericano tiene problemas evidentes con conceptos como la predestinación, especialmente enfatizado por el calvinismo. Sin embargo, por esa misma naturaleza wesleyana, aún existe la posibilidad de acercarlo si no a una ortodoxia de marcado carácter calvinista, al menos a una ortodoxia más ampliamente protestante. En esta dirección, me parece que la teología luterana temprana puede ayudar, en tanto que no participa de la disputa calvinismo-arminianismo. Es difícil que otro tipo de corrientes puedan influenciar el pentecostalismo. Como se ha visto, el pentecostalismo por principio está en oposición radical a enfoques como el de la teología liberal y, aunque los pentecostales desconozcan eso, su formación es la suficiente como para rechazar a cualquiera que se atreva a desafiar la veracidad de los relatos bíblicos. En cuanto a la teología de la liberación, aunque ésta podría tener acceso mediante el tratamiento de temas como la pobreza y la marginalidad, el pentecostalismo ha sabido arreglárselas sin ella desde mucho antes, y probablemente seguirá haciéndolo. En todo caso, por su origen y naturaleza, el pentecostalismo tiene suficiente acervo para, incluso, construir su propio pensamiento respecto a materias sociales. Quizá la influencia más nociva que está teniendo el pentecostalismo, y que es realmente significativo mencionar, es la del neo-pentecostalismo centroamericano y la teología de la prosperidad. Por carecer de barreras de contención teológicas, estas y otras corrientes han logrado minar significativamente su discurso y creencias, y probablemente la única forma de detectar esta influencia y detenerla sea precisamente que retorne a ser un cristianismo pentecostal.

No obstante, aún hay otra interrogante: ¿qué queda de pentecostalismo en el mero pentecostalismo? Como alguien que creció, vivió y que fue activo en el ambiente pentecostal, me concierne esta pregunta. En los años que duró mi participación, ya ni siquiera importaba tanto la experiencia pentecostal. El predicar sobre ella, desearla, era algo que quedaba restringido solamente a grupos particulares de personas. Si se hiciera una encuesta preguntando con precisión cuántos pentecostales son bautizados por el Espíritu Santo –considerando lo que el pentecostalismo entiende por tal concepto- probablemente nos encontraremos con la sorpresa de que son menos de los que se piensa[xxvii]. Así, pues, esta es otra cuestión con la que los pentecostales tienen que lidiar. No sea que solo queden los templos, la formalidad del acusado legalismo, y aun el espiritusantismo corra riesgo de perderse. Quizá esto sirva como entrada para preguntarse en otra ocasión por las razones que motivan a muchos pentecostales a buscar otro tipo de iglesia. La cuestión sobre qué es la identidad pentecostal es algo que está lejos de contestarse satisfactoriamente, aun.

El pentecostalismo, al igual que los avivamientos que lo precedieron, está imbuido del intento de regresar a la iglesia primitiva. Vio la falta de fervor de otras iglesias, la falta de deseo por predicar, o puesto en fácil: quiso recobrar el kerigma de los primeros cristianos. Pero también, y quizá sin notarlo, adquirió otra cualidad de la iglesia primitiva: la falta de orden doctrinal. Todo el Segundo Testamento es un testimonio de las intensas luchas doctrinales de aquellos días y, por extraño que suene, son esas mismas antiguas disputas las que se pueden observar en el moderno movimiento pentecostal. Ayer contendiendo por la divinidad de Cristo frente a los nuevos sabelianos, hoy contendiendo con un concepto de guerra espiritual en que pareciera que Satanás está al mismo nivel de Dios y que un dualista gnóstico entendería mejor que cualquier cristiano. Podría decirse mucho más. Pero seamos optimistas. Si cada vez los pentecostales toman más conciencia de la necesidad de una sana teología, quizá sea este el siglo en el que el pentecostalismo clásico pueda ver una nueva luz. A diferencia de la iglesia primitiva, no necesita “ordenarse”, solo necesita volver a su propia raíz y, junto con ello, quizá pueda mantener o recobrar su kerygma sin contaminarse –o descontaminándose ya- de sus nexos con el Imperio, o el poder político en los distintos países, que tanto daño le ha hecho. Quizá este podría ser el siglo en que deje de ser mero pentecostalismo y vuelva a ser lo que fue en sus inicios: un cristianismo pentecostal.

 


[i] Esta formulación sigue a aquella elaborada por Kierkegaard: “La cristiandad ha abolido el cristianismo sin siquiera darse cuenta; la consecuencia es, si ha de hacerse algo, que se debe intentar nuevamente introducir el cristianismo en la cristiandad” (60). En Ejercitación del cristianismo, Madrid, Trotta, 2009.

[ii] El teólogo José Miguez Bonino ya afirmaba: “Todas las historias del pentecostalismo latinoamericano comienzan con el “despertar” asociado con el nombre del misionero Willis C. Hoover, la Iglesia Metodista y la ciudad de Valparaíso” (58). En Rostros del protestantismo latinoamericano. Buenos Aires, Casa Creación 1995. Por ello mismo es que en este ensayo le prestaremos especial atención a Hoover.

[iii] Término que se usa al interior de las comunidades pentecostales para designar la justificación bíblica que se hace de ciertas costumbres, especialmente relativas a la apariencia personal como el no usar aros, no tatuarse, vestir formalmente, el uso de la falda larga en caso de las mujeres, y otras.

[iv] Bonino, Op. Cit. 64-65. Me parece que en esta descripción teológica, Bonino sigue a Donald Dayton (pronto hablaremos de él).

[v] “La babaza de la antigua serpiente”, En Willis Hoover. Historia del Avivamiento Pentecostal en Chile.  110

[vi] Op. Cit. 109-110

[vii] Op. Cit. 107

[viii] Información disponible en: Snow, F. Historiografía de la Iglesia Metodista de Chile 1878-1918. Concepción, Ediciones Metodistas, 1999.

[ix] Hoover W. Historia del Avivamiento Pentecostal en Chile, p. 73. Edición a cargo de la Comunidad Teológica Evangélica de Chile, ejemplar sin año.

[x] Op. Cit. 39

[xi] Op. Cit. 78

[xii] Op. Cit. 92

[xiii] “el amor cristiano”, p. 103. En Willis Hoover. Hist….

[xiv] En: Los caminos de la juventud hoy, la nueva super-espiritualidad. Ediciones Evangélicas Europeas, Barcelona, 1972.

[xv] Hist… p. 14

[xvi] Hist… p. 13

[xvii] Me refiero al capítulo “Textual Management: Pandita Ramabai and her Bible”. En R. S. Sugirtharajah. The Bible and the Third World. Precolonial, Colonial and Postcolonial Encounters. Cambridge, Cambridge University Press, 2001.

[xviii] Op. Cit 99

[xix] Op. Cit. 100

[xx] Op. Cit. 103 “I have no doubt that Jesus is raised by God from the dead; but I doubt the resurrection of his earthly body”. Traducción en el cuerpo del texto es nuestra.

[xxi] Op. Cit. 104. “Like most Indian Christian converts of an earlier generation, what ultimately mattered to her was the personal experience of Christ, and biblical texts increasingly occupied a secondary place”. Traducción en el cuerpo del texto es nuestra.

[xxii] Hist… p. 15

[xxiii] Dayton, D. Raíces teológicas del pentecostalismo. Grand Rapids, Desafio, 2008.

[xxiv] Hist… p. 13

[xxv] Sobre esto, es interesante notar la opinión de Raimundo Valenzuela, en perspectiva metodista: “En mirada retrospectiva, este autor, en desacuerdo con su abuelo y su padre, presentes como pastores en la Conferencia Anual de 1910, considera que en 1909 y 1910 la Iglesia Metodista cometió un gran error, y perdió una gran oportunidad de crecimiento al rechazar como lo hizo, lo que era una comunicación más eficaz con la forma de ser de la mayoría de los chilenos, especialmente el sector más pobre”. En Valenzuela, R. Breve Historia de la Iglesia Metodista de Chile 1878-1968. Santiago, Ediciones Metodistas, 2000.

[xxvi] Conviene visitar su obra: Smith, J. Thinking in tongues. Pentecostal contributions to Christian theology. Grand Rapids, Eerdmans Publishing, 2010

[xxvii] Sobre este asunto, invito a leer una breve columna que preparé en otra ocasión. http://www.redevangelica.cl/sobrevivira-el-pentecostalismo-clasico/

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