Estudios Evangélicos

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La cuestión religiosa en el fracaso de la Convención. Un comentario a dos libros

Desde que ocurrió el estallido social de octubre de 2019, no hubo tregua editorial. Con el paso de los meses, se publicaron decenas y decenas de libros tratando de explicarlo desde los más variados puntos de vista. Pocos son los que podrían decir que han podido revisarlos todos. En 2020, Alejandro San Francisco hizo el ejercicio de comentar algunos.

Cuando se consolidó la opción de formar una Convención Constitucional, los anaqueles y vitrinas de librerías se coparon de libros sobre el tema de una nueva constitución, naturalmente que la mayoría de ellos a favor de tenerla. No era algo inesperado, considerando el holgado triunfo del Apruebo en el plebiscito de entrada. Sin embargo, algo pasó con la producción de libros después del 4 de septiembre de 2022. Esta vez, en el plebiscito de salida, el rechazo triunfó rotundamente. La producción bibliográfica ha sido considerablemente menor si se la compara con los dos momentos mencionados antes. Destacan memorias de convencionales, como por ejemplo de Jorge Baradit y Agustín Squella. Se anuncia la publicación de un libro de memorias del pastor Luciano Silva. Con todo, el que ha tenido, probablemente, la mayor resonancia hasta ahora ha sido el de Renato Garín. También aparece uno que otro libro de análisis más sistemático, como es el libro académico del exministro Mario Fernández, o el análisis de exasesores de convencionales del centro Comunidad y Justicia.

De tal suerte, existen algunas obras que nos permiten adentrarnos a elementos que explican cómo se fraguó el fracaso de la Convención. En esta ocasión particularmente, interesa conocer cómo se ha visto el elemento religioso en este proceso fallido. Si bien no fue uno de los más visibles, lo cierto es que tanto para el amplio espectro de cristianos como para religiones no cristianas, lo que dijera el nuevo texto era de importancia. Hubo iniciativas populares de norma referidas a este tema, de alcance interreligioso, que la Convención rechazó. Pero no sería correcto permanecer solo en el modo en que la Convención trató la cuestión religiosa. También resulta de interés comprender cómo la misma convención estaba atravesada, internamente, por el elemento religioso y no solo a un nivel confesional explícito. Para adentrarnos a ambos aspectos, conviene revisar dos libros de los mencionados: “La Convención Constitucional: circo y máquina”, de los abogados Roberto Astaburuaga, Rosario Corvalán y Vicente Hargous, asesores de convencionales y pertenecientes al centro Comunidad y Justicia; y “El fracaso. Cómo se incendió la convención”, del abogado y ex convencional Renato Garín.

I. La convención y la religión

Quienquiera que haya seguido con alguna atención el desarrollo de la Convención, sabe que los asuntos religiosos no fueron el foco de mayor conflicto. Ese lugar correspondió a otros temas como la plurinacionalidad, la noción refundacional del Estado, la incorporación de la perspectiva de género, entre varios otros. Aún así, en diversa medida, estos temas tuvieron incidencia en cómo la Convención trabajó los asuntos religiosos, por lo cual es esperable que quienes están más interesados en estos temas hayan puesto mayor atención a su tratamiento en dicha instancia.

El libro “La Convención Constitucional: Circo y Máquina” resulta de interés porque ofrece un análisis desde el punto de vista de tres asesores de constituyentes, lo que les permitió observar su manejo interno y no solo lo que podía leerse en la prensa. Ellos pertenecen a Comunidad y Justicia, un centro conservador que sigue la Doctrina Social de la Iglesia Católica y que entre sus actividades ofrece asesoría legislativa desde esa posición.
Astaburuaga, Corvalán y Hargous proponen analizar el desarrollo de la Convención en dos niveles. El primero de ellos es ciertamente superficial. En su peor momento, esta instancia llegó a ser considerada un ‘circo’, término que usó un funcionario desde dentro mismo sin percatarse que el micrófono estaba prendido. Los episodios circenses, es sabido de todos, abundaron. Pero también proponen un segundo nivel de análisis, más profundo. La Convención también fue como una ‘máquina’, con mecanismos precisos para producir un texto que se configurara conforme a ciertas posturas ideológicas.

Así las cosas, se consagra un capítulo a explicar el circo, esta suerte de ‘espectacularización de la política’, a lo cual responden las distintas performances rupturistas que se realizaron al interior de la Convención, varias de ellas hechas por los propios convencionales. Luego, un segundo capítulo trata sobre la máquina, con el fin de analizar cómo la Convención abordó temas de importancia desde el punto de vista de la doctrina social católica como el derecho a la vida, familia, infancia y género, educación y libertad religiosa y estado laico. Para terminar, un último capítulo abordó los fundamentos ideológicos dominantes que se percibieron al interior de la Convención, correspondientes a lo que se conoce típicamente como ‘nueva izquierda’.

Entre los varios aspectos que el libro menciona en cuanto a libertad religiosa -quede aquello para el lector interesado-, vale la pena referirse al menos a uno que despierta cierta atracción. La propuesta de texto constitucional reconoció a “la espiritualidad como elemento esencial del ser humano” (Art. 67). Naturalmente, con espiritualidad ya no es necesario hablar de ‘religión’. Se trata de un término más amplio y englobante. A la vez, el mismo artículo utiliza el concepto de ‘cosmovisión’, haciendo más explícita la incorporación de las creencias de los pueblos indígenas en el texto.

Desde el punto de vista de los autores, todo esto lo que buscaba era cambiar el paradigma tradicional cristiano que ha caracterizado a Chile desde sus raíces. Dígase, un argumento como este, en todo caso, solo puede ser mantenido con esa fuerza y en propiedad cuando cristiano equivale a católico, porque es conocido el largo camino que los protestantes y evangélicos han recorrido para obtener un estatus de cierta igualdad jurídica, de la que apenas gozan hace unos veinte años. No se olvide que el predominio cultural y social lo tuvo el cristianismo de la Iglesia de Roma, y no otros cristianos. Los autores también aducen un ‘anticristianismo’ de la convención que se vio sobre todo en su ánimo octubrista acompañado de la quema de iglesias, por representar una institución de dominación (p. 141). Este ánimo si podría considerarse más transversal, en la medida que también se ha quemado a templos evangélicos, considerados como elementos de dominación especialmente en el marco de las reivindicaciones mapuche. La religión es el ‘cuarto poder’ del que habla Fernando Pairicán [1].

Hecha esa salvedad, se observan dos aspectos interesantes sobre la cuestión de la ‘espiritualidad’. El primero de ellos es el hecho de que la Convención evidentemente no adoptó una posición neutral, o abstraída respecto a estos temas, sino que buscó posicionar una perspectiva definida al respecto. La legítima pregunta -retórica por cierto- que se hace el libro es que, al incorporar a la espiritualidad como ‘elemento esencial del ser humano’, «¿se está imponiendo una concepción antropológica determinada (que es lo que, en teoría, la Convención quería evitar)?» (p. 117). Si se pone en primer lugar de importancia el hecho de que quien discute este paradigma lo hace desde la tradición católica -como se haría desde el agonismo propio del espíritu de la Convención-, naturalmente que alguien desde otra vereda podría interpretar esto como una confrontación directa entre dos paradigmas que buscan la posición dominante. El de una comprensión católica tradicional chilena y el de la refundación -término caro a la Convención-. ¿Qué opinaría de esto, se pregunta el libro, alguien que no piensa que la espiritualidad es constitutiva del ser humano? O, por otro lado, podría preguntarse aquí, ¿Acaso no sería posible buscar un camino distinto a estos dos? Es aquí donde hubiese sido apreciado por esos días un aporte distintivamente protestante por parte de los actores involucrados directamente en el proceso, como por ejemplo la perspectiva pluralista desarrollada desde ese punto de vista.

Otro aspecto ligado a la cuestión de la espiritualidad tiene que ver con la utilidad provisoria que prestó el concepto. La razón de colocarlo en estos términos es que, si bien sirvió para tocar el tema religioso sin mencionar a la ‘religión’ en genérico, el libro observa que solo se lo utilizó para los artículos tocantes a esta materia (9 y 67), pero que sorprendentemente quedó ausente del resto del articulado. De tal suerte, se pregunta el libro, «¿Cómo podría ser integral una educación que no considera el desarrollo de uno de los elementos esenciales del ser humano?» (p. 118). No es con la presencia, sino con la ausencia de la ‘espiritualidad’ en todo el resto de la propuesta constitucional, con lo que se evidencia su uso puramente provisorio para subsanar una materia que, de otro modo, hubiese sido más gravoso abordar.

En resumen, a la convención no le interesó mayormente lo religioso, salvo en cuanto se tratara de instalar por vía constitucional un nuevo paradigma de comprensión de lo religioso, y en cuanto permitiera dar reconocimiento, en este como en muchos otros campos, a los pueblos indígenas.

II. La convención religiosa

Puede resultar inesperado que el segundo libro al que nos referiremos sobre este punto sea “El fracaso”, de Renato Garín, y esto no solo porque no trata particularmente sobre lo religioso, sino porque además a primera vista no parece que en un libro de la naturaleza del suyo -una suerte de crónica- este sea un tópico de relevancia. Lo cierto es que el libro si aporta algunas observaciones e interpretaciones del proceso que si se refieren a este elemento, aunque no de la manera que podría esperarse, como ocurre con el libro anterior.

Garín fue convencional constituyente, por lo cual tiene una perspectiva aún mas clara sobre el funcionamiento del órgano redactor. Además, entró como independiente con un cupo del Partido Radical, que se sitúa en la centroizquierda del espectro ideológico. Además, se vio afectado por diversos embates por parte de los sectores de la izquierda extrema que componían la instancia. Su disposición respecto a todo lo sucedido bien podría considerarse retratada en las dos primeras líneas de su libro: “Este libro no debió haber sido publicado. Los hechos narrados no debieron haber sucedido. El fracaso aquí descrito no debió haberse consumado” (p. 13).

Distribuido en una introducción, tres partes, un final y una coda, “El fracaso” realiza una presentación diacrónica de los hechos ocurridos en la Convención, en la cual el autor se permite intercalar una serie de comentarios que ciertamente no son un análisis sistemático, pero que arrojan la luz necesaria para formarse una opinión sobre el ambiente interno y ciertas disposiciones de los actores que a primera vista no son evidentes.

En lo que toca a lo propiamente religioso, podría decirse que lo que Garín ofrece aquí es, en parte, una ‘lectura religiosa’ de la Convención. ¿En qué sentido? En que, si bien los temas de la Convención no eran religiosos en propiedad, aún así en su composición se observaba una cierta forma religiosa de concebir las cosas, de actuar. Y, por eso mismo, no rehúye utilizar conceptos teológicos para describir esta situación.

En términos de lo superficial, deja suficiente nota sobre el hecho de que, aunque no hubiese un énfasis religioso institucionalmente definido, había suficientes actos públicos por todos conocidos que si revisten claramente ese carácter, como por ejemplo había amuletos esparcidos por la Convención (p. 16) o el agradecimiento a la Pachamama que hicieron convencionales indígenas (p. 43). ¿Hay religión dentro? Desde luego que sí, solo que -aparentemente- no cristiana o, si es que la hay cristiana, no es una que compita con las espiritualidades indígenas.

Pero destacan a lo menos dos cosas más. La primera de ellas es el uso analógico de la teología para referirse a cuestiones internas de la Convención. Por ejemplo, al referirse a una propuesta de sistema de gobierno, el autor señala que aquella mostraba una cierta simetría con la trinidad cristiana en la cual hay un “Presidente-Dios que gobierna el mundo a través de su Hijo-Ministro, todo en consonancia con el Espíritu Santo de la época, la Vicepresidencia paritaria que acompaña a ambas figuras. ¿Las santas escrituras? El programa negociado al interior del Congreso”. (p. 155). O qué decir cuando compara a la convención con una facultad de teología en la que están los teólogos venerados y los teólogos disidentes: Lutero y Calvino, según su ejemplo (p. 165).

La segunda, es aquello que podría denominarse como ‘catolicismo político culposo’. El autor observa que en la Convención “estamos ante ensoñaciones de un mundo idílico, prehistórico, escatológico, donde la juventud es una virtud, donde reviven las teologías liberacionistas, promovidas por sujetos entregados a la fantasía, a las pantallas y al destino.” (p. 17). Como todo aquel que siguió atentamente el desarrollo de los acontecimientos, nuestro autor cuánto más sabe que hay un elemento de religiosidad o espiritualidad indígena dentro. Sin embargo, pone atención a otro aspecto menos evidente, y es el componente de catolicismo de izquierdas que tuvo la instancia. El siguiente párrafo retrata esto de manera prístina. En un relato en que conversa con otro convencional, señala:

me sorprende la cantidad de católicos de izquierdas que hay en la Convención. Me mira extrañado y paso a hacerle un listado: Montero, discípulo del cura Berríos. Viera, que iba a ser sacerdote y se retiró del seminario eclesiástico. Atria, propagador de la teología de la liberación. Marcos Barraza, pese a ser comunista no adscribe al materialismo histórico, sino que a un curioso espiritualismo de corte católico. Roberto Celedón, fundador de la Izquierda Cristiana en los sesenta. Benito Baranda, el líder espiritual de los INN, fue secretario personal del cura Poblete. Mario Vargas, del PS, se dedica a regalar libros sobre la doctrina de la fe. Amaya Álvez, por su parte, en su juventud fue integrante de los Legionarios de Cristo. Ahora ella profesa una mirada de izquierdas, aunque mantiene ese arrojo teológico (p. 83).

Luego de este repaso, y teniendo a la vista el antecedente histórico de que antiguamente, en el patio del Congreso Nacional sede Santiago donde se desarrolla la conversación, estuvo la Iglesia la Compañía que se incendió en 1863, anota un pensamiento: “La iglesia de la Compañía ardió. Ahora estamos aquí. Ahora es esta Convención, ardiendo en el patio donde estaba ese templo. Bajo la virgen resignada, rodeada de pechoños queriendo lavar sus culpas y las del país completo” (p. 83). Para el autor, había tras este catolicismo una culpa y una búsqueda de redención que se proyectó a todo el país. El convencional de izquierda de trasfondo católico sigue siendo un creyente en una ‘escatología’ religiosa -término que el propio autor usa-, y la aplica desde la política al resto de la sociedad, y no deja de ser llamativo que este elemento, según el autor, lo compartieran quienes además tenían cierta posición de liderazgo intelectual o institucional en la Convención. ¿Realizar el cielo en la tierra?

No es desconocido que Garín tiene una afición por la teología política, la que ha quedado anotada en diversas columnas y entrevistas. Por lo tanto, sus alusiones al elemento teológico en la Convención no debieran pasar inadvertidas como anécdotas. Más bien, permiten relevar una cuestión importante desde ese punto de vista: que incluso cuando la Convención quiso desembarazarse del cristianismo, éste estuvo presente permeándola y funcionando tras ella de distintas maneras, ya sea que hubiera convencionales que venían con claros antecedentes de cierta influencia católica; o que en su forma de concebir el estado tal como lo querían fundar, hubiera conceptos teológicos secularizados.

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En suma, aunque ambos libros proceden de veredas políticas distintas, y de experiencias distintas con la Convención, ambos ofrecen una forma complementaria de adentrarse a las sinuosidades de la cuestión religiosa que pudieron observarse en su interior. En ambos casos, también queda de manifiesto que la cuestión religiosa está presente en la vida política de Chile, sin importar la posición que se tenga respecto a ello. Es de esperar que luego del fracaso de la primera Convención, en el nuevo intento de redacción de una constitución que se inicia próximamente el asunto religioso sea tratado con el debido cuidado.
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Notas
[1] Pairican, Fernando. (2022). La vía política mapuche. Barcelona: Paidos, p., 61.