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Regula Fidei y Disciplina: Tertuliano y el debate del Espíritu en la Iglesia Antigua

Un año después del Edicto de Caracalla, hacia el 213, ingresaba a las filas del montanismo Quinto Septimio Florente Tertuliano. El gran campeón de la cristiandad latina que había defendido la verdad del cristianismo ante el mundo pagano y que posteriormente crearía una buena parte de la terminología trinitaria de la Iglesia occidental [1] se separaba del grueso de la cristiandad para encontrar al Espíritu vivo de los primeros días de la Iglesia en la secta de los montanistas [2]. Pero Tertuliano jamás se consideró fuera de la comunión de la iglesia, para él no había más que un solo cuerpo del cual Cristo era su cabeza [3] por lo que para el observador, su paso o mejor dicho, su conversión de un cristianismo ortodoxo a otro herético se presenta como un problema que reclama comprensión. Es así por ello que hemos seleccionado un concepto que articula toda la actividad cristiana y literaria de nuestro autor, la Regula Fidei.

Regula Fidei: brevísima historia

¿Qué es la Regula Fidei? veremos primero su origen. Este concepto se construye lentamente en el cristianismo antiguo. El llamado a sujetarse a una regla o kanon aparece por primera vez en la literatura cristiana con Clemente de Roma en su primera carta a los corintios, señalando la necesidad de conformar la vida a la “regla gloriosa y venerable que nos ha sido transmitida” [4]. El llamado del pasaje corresponde a la necesidad que tiene el cristiano de mantenerse firme en la fe ante la persecución. Estamos a inicios del siglo II y aún permanece en la mente de las comunidades cristianas la persecución de Nerón. Lentamente, entonces, va conformándose un uso del concepto “regla” como enseñanza legada o transmitida; en este caso, para guardarse de la oposición externa.

Pero también hay oposición interna. El cristianismo enfrenta en el siglo II la amenaza del gnosticismo. Este se levanta como un grave peligro para las comunidades cristianas pues muestra una serie de características que se transforman en desafíos vitales para la Iglesia. El desafío gnóstico se muestra en su sincretismo, tomando elementos de diversas tradiciones como del judaísmo, la filosofía griega (sobre todo platónica), el dualismo luz-tiniebla iranio y enseñanzas cristianas; el ser una doctrina de salvación lo que le hace competir directamente con el mensaje cristiano [5]; su elitismo, pues divide a las personas en dos grupos, los legos que solo saben lo básico del mensaje de Cristo y aquellos que han alcanzado el verdadero conocimiento “la gnosis” que permite la salvación; y por último, la utilización de los mismos libros cristianos para fundamentar sus enseñanzas. Como podemos ver, el peligro de este movimiento era real pues, como señala Orr, los gnósticos debieron “haber abarcado una porción considerable de la membresía total de la Iglesia de aquel periodo. Minaban por todas partes y direcciones a la Iglesia, y con sus especulaciones seductoras atraían a la “elite” que deseaba combinar la filosofía y la cultura con el cristianismo” [6]. No es aventurado decir que la existencia misma de la iglesia estaba amenazada. Entonces, es dentro de este contexto que la generación posterior a Clemente desarrolla el concepto de regla de fe.

Fue Ireneo de Lyon, al calor de la lucha antignóstica, quien realizó la profundización y precisión técnica del concepto de regla en un sentido de norma que verifica la verdad de una afirmación cristiana. En su Adversus haereses señala:

“Igual sucede con el que guarda incólume en sí mismo la regla de la verdad que recibió en el bautismo: podrá reconocer los nombres, las frases y las parábolas que provienen de las Escrituras, pero no reconocerá el sistema blasfemo inventado por estas gentes” [7]. Ireneo nos enseña que esta “regla de verdad” es recibida por la iglesia y le permite discernir la verdad del error.

Pero también enseña que es “la firme verdad predicada por la Iglesia” [8] ante los múltiples errores, verdad recibida de los apóstoles y de sus discípulos.

La regla, es pues, el conjunto de enseñanzas que viene de los apóstoles y que las iglesias guardaron; esto es, la tradición constante y firme de la Fe que había sido mantenida en las distintas iglesias desde los días apostólicos [9].

“habiendo, pues, recibido esta predicación y esta fe, tal como acabamos de decir, la Iglesia, aunque dispersa por el mundo entero, las guarda con cuidado, como si viviera en una misma casa, cree en ellas de una manera idéntica, como si tuviera una sola alma y un solo corazón, y las predica, las enseña y las transmite con voz unánime, como si tuviera una sola boca, ya que, aunque las lenguas sean diferentes a través del mundo, el contenido de la Tradición es uno e idéntico” [10].

Regla de Fe y Tertuliano

Como perteneciente a la iglesia de Cartago, Tertuliano adhiere y confiesa la regla de Fe, y ante el ataque de las herejías no duda en defender la verdad probando que estas enseñanzas provienen de Dios mismo:

“Si las cosas están de forma que la verdad se nos adjudica a nosotros, en cuanto caminamos por esa regla que las iglesias han transmitido de parte de los Apóstoles, los Apóstoles de parte de Cristo, Cristo de parte de Dios, entonces permanece firme la razón de nuestra resolución, que establece que no deben ser admitidos los herejes para emprender un desafío sobre las Escrituras, pues sin las Escrituras probamos que ellos no tienen nada que ver con ellas” [11].

La verdad que enseña la Iglesia no proviene de ella sino de Dios, pero Tertuliano avanzó más en el argumento, la Iglesia no sólo posee la regla o tradición de enseñanza legada por los apóstoles a las comunidades cristianas que pastorearon, sino que incluso las Escrituras pertenecen a la Iglesia en cuanto a que solo esta, puede comprenderlas en su sentido espiritual.

En la obra que acabamos de citar, Tertuliano cuestiona a los herejes por apartarse de la tradición heredada de los apóstoles y por el uso de las Escrituras sin el marco interpretativo de esta tradición; los herejes son los que se han apartado y, por lo tanto, han renunciado a sus derechos de uso de las Escrituras. Pero ¿cómo refutar las ideas heréticas que surgen del uso ilícito de las Escrituras mismas?, ciertamente el argumento de nuestro autor no satisface a sus contendientes. Entonces, Tertuliano señala que puede haber una búsqueda legítima del conocimiento, pero esta debe darse siempre dentro de los márgenes de la regla de fe:

«Por lo demás, si te parece que algo queda dudoso por su ambigüedad o velado ir la oscuridad, busca y examina cuanto quieras y desfoga todo tu deseo de curiosidad, con tal que la forma de la regla de fe permanezca en su ordenada disposición» [12].

Por lo tanto, Tertuliano se mantiene fiel a la enseñanza apostólica. ¿Sucede lo mismo con su conversión al montanismo?, esto es ¿al transformarse en hereje? Para esto debemos comprender qué lo atrajo de este movimiento, sus características y de qué manera afectaba a la Iglesia como para ser tachado de hereje.

El montanismo, o la nueva profecía, fue un movimiento iniciado en la segunda mitad del siglo II en Frigia, Asia Menor, por Montano quien decía haber recibido revelaciones del Espíritu Santo que le impulsaron a profetizar la llegada de la Nueva Jerusalén Celestial. Para la época de Tertuliano se había extendido por toda Asia Menor, Roma y el norte de África en comunidades de una moral rigorista, ascética y con marcado énfasis carismático, en especial la profecía, visiones y revelaciones. El desafío montanista al resto de la Iglesia provenía de dos vertientes: por un lado impusieron una estricta moral ascética en contra del relajamiento de la iglesia circundante, sobre todo ante el martirio; por otro, al mantenerse dentro de la ortodoxia doctrinal sus profecías, revelaciones y visiones amenazaban la autoridad de los obispos en la interpretación de las Escrituras, atribuyéndose a sí mismo la interpretación de los mandamientos de Dios, con la excusa de continuar la “tradición profética” de la era apostólica [13].

Probablemente hubiera tomado otras formas la polémica de la Iglesia con el montanismo, si un hombre de la talla de Tertuliano no se hubiera adherido a él y, por lo menos en la discusión literaria, no hubiera vuelto a llamar la atención sobre la nueva profecía [14]. Cualquiera fueran los motivos, lo cierto es que al pasarse a filas montanistas Tertuliano no dejó de atacar otras herejías con su pluma ni a defender la fe apostólica de la iglesia. ¿Pero qué argumento adujo Tertuliano para validar la profecía montanista habiendo sido condenados estos por la iglesia en general?

Como los montanistas hablaban que el paráclito aún estaba vigente, dedujo que esta revelación no se daba en el ámbito de la Regla de Fe que siempre se mantiene inalterable sino en el ámbito moral de la disciplina cristiana ya que la parusía estaba cerca: “En cambio, afortunadamente hay acuerdo entre los apóstoles las reglas de la fe y la disciplina. Pues, sea yo (dice Tertuliano) o sean ellos así predicamos” [14]. Este recurso a la “disciplina” le servirá a nuestro autor para compatibilizar el actuar continuo del paráclito con la enseñanza apostólica contenida en la regla de fe que no cambia porque también viene de Dios: “quien tenga aprecio por esta uniformidad del Espíritu Santo será conducido por él mismo a sus pensamientos” [15]. Como el Espíritu es el que conduce el caminar cristiano hacia la unidad de la doctrina, que es una e inalterable, lo que cambia no es la regla (la doctrina) sino la “disciplina”.

Regula Fidei y disciplina, dos conceptos que con distinto ropaje se harán presente continuamente en la historia de la Iglesia como forma de comprender y enmarcar la economía de la salvación y la relación de Dios con su pueblo.

*Leonardo es Profesor de Historia y Geografía y Magister en Historia de Occidente, ambos grados por la Universidad del Bio Bio, Chile.
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Citas y bibliografía

[1] Hernández J., José A. (2018). Patrología Didáctica. Navarra: Editorial Verbo Divino. Edición Kindle
[2] Von Campenhausen, Hans. (2001). Los Padres de la Iglesias, Padre Latinos. Madrid: Ediciones Cristiandad, p. 47
[3] Tertuliano. (1997). El Apologético (Trad. J. Andión M.) Biblioteca de Patrística 38. Madrid: Editorial Ciudad Nueva, p. 148
[4] Clemente. (2004). Cartas de Clemente, Lo Mejor de los Padres Apostólicos (Trad. A. Ropero). Barcelona: Editorial Clie, p. 118
[5] González, Justo. (2010). Historia del Pensamiento Cristiano. Barcelona: Editorial Clie, p. 120
[6] Orr, James. (1988). El Progreso del Dogma. Barcelona: Editorial Clie, p. 66
[7] Ireneo de Lyon. (1983). Adversus Haereces, Los Gnósticos I. (Trad. J. Monserrat T.) Biblioteca Clasica Gredos. Madrid: Editorial Gredos, p. 148
[8] Ireneo de Lyon, Adversus Haereces, p.149
[9] Orr, El Progreso del Dogma, p.70
[10] Ireneo de Lyon, Adversus Haereses, p. 150
[11] Tertuliano. (2001). “Prescripciones” Contra Todas las Herejías (Trad. S. Viscastillo). Fuentes Patrísticas 14. Madrid: Editorial Ciudad Nueva, p. 275
[12] Tertuliano, “Prescripciones” Contra Todas las Herejía, p. 187
[13] Tertuliano. (2004). A los Mártires, El Escorpión, La Huida en la Persecución (Trad. C. A. Balaguer) Biblioteca de Patrística 61. Madrid: Editorial Ciudad Nueva, p. 33
[14] Jedin, Hubert. (1966). Manual de Historia de la Iglesia. Vol. I. Barcelona: Editorial Herder, p. 307
[15] Tertuliano. (2011). La Penitencia, La Pudicicia (Trad. S. Viscastillo). Fuentes Patrísticas 26. Madrid: Editorial Ciudad Nueva, p. 315