40 años. Buscando respuestas en el evangelio
Resumen del post:
Amor y perdón, sí. Verdad y justicia, también. Nuestra predicación y vida no debe disociar estas cosas que son parte, a la luz de las Escrituras, del proyecto histórico de Dios.
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Fecha:
10 octubre 2013, 01.10 PM
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Autor:
Luis Pino Moyano
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Publicado en:
Actualidad y Opinión
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40 años. Buscando respuestas en el evangelio
Amor y perdón, sí. Verdad y justicia, también. Nuestra predicación y vida no debe disociar estas cosas que son parte, a la luz de las Escrituras, del proyecto histórico de Dios.
A 40 años del golpe de Estado en Chile hemos visto una explosión memorística, manifestada en seminarios, homenajes, programas de televisión, en los comentarios de las redes sociales, en las palabras de candidatos, candidatas y otros actores políticos. Han estado en las palabras el uso y disputa de conceptos como Golpe/Pronunciamiento, Dictadura/Régimen, el enunciado de la existencia de “cómplices pasivos” y, sin dudas, las variadas peticiones de perdón y reconocimiento de responsabilidades. Pero siguen faltando voces. Como cristiano extraño voces que hablen desde el evangelio. Desde el evangelio y no desde lugares comunes, eufemismos y entelequias panfletarias. Necesitamos reflexionar y discutir de verdad estas temáticas, porque la historia de la iglesia no camina separada de la del mundo, porque en muchos púlpitos hubo cómplices no-tan-pasivos, pero por sobre todas las cosas, porque creemos en el poder transformador del evangelio, que no sólo trastoca o se fija en conductas, sino fija su mirada en el corazón del cual fluye la vida. Frente a eso, pretendo hacer tres reflexiones, una centrada en el amor y el perdón, otra centrada en el carácter contracultural del evangelio, para finalizar con una reflexión en torno al pasado y a la memoria.
A veces la transformación de conceptos en “caballos de batalla” hace que éstos se transformen en mero parloteo, el que tiene como características la banalidad y la vaciedad de sentidos. Creo que eso pasa con ciertas reflexiones en torno al perdón. Las palabras de Jesús sobre el perdón son excesivamente radicales, contraculturales y, si se quiere, escandalosas. Son parte de un mensaje que exhorta y propugna que debemos amar a nuestros enemigos, que debemos procurar el bien de éstos, no sólo con palabras, sino con actos. Si un cristiano no entiende que es mandatado a perdonar debe revisar su cristianismo, para notar si se condice con el mensaje bíblico. El perdón debe presuponerse, por lo que no se necesita la petición de perdón para tener un corazón dispuesto a perdonar. Es la actitud del cura Joan Alsina, sacerdote español que desempeñaba funciones en la parroquia San Ignacio de San Bernardo y como jefe de personal del Hospital San Juan de Dios, cuando poco antes de ser asesinado el 19 de septiembre de 1973 por sus captores en el Puente Bulnes a la orilla del Río Mapocho, pide que se le levante la venda para perdonar a quien le acribillará. Cuando esto se realiza y según el testimonio del propio militar que le fusila, exclamó “Padre, perdónalos”[1]. Si bien es cierto, el perdón se hace efectivo cuando un sujeto acepta su error y lo recibe, debemos insistir en que la ausencia de reconocimiento del daño realizado no necesariamente debe actuar como causante del perdón.
Ahora bien, ¿dónde está la banalización? La banalización procede cuando se obliga el perdón. Hay algo que pocos creyentes entendemos, y no porque sea un misterio sólo cognoscible por un grupo selecto de elegidos, sino porque miramos desde nuestro metro cuadrado y no somos iglesia para los de afuera. Creemos que todos los seres humanos deben actuar como si fuesen cristianos y nos olvidamos que, inclusive, en nuestras iglesias hay gente que no lo es. Exigimos actitudes cristianas, hechos, conductas, pero poco nos fijamos en el corazón. La lectura del perdón no puede estar disociada, entonces, del amor al prójimo, quintaesencia del mensaje cristiano. Más que con ánimo inquisidor debiésemos mirar con amor y con corazón pastoral a quienes sufrieron los rigores de la represión. Hablemos con honestidad: en Chile no hubo el ataque intolerante a una idea, sino un golpe de Estado que destruyó un proyecto político e histórico de transformación socialista, proyecto que no seguía el modelo ortodoxo marxista, sino el camino institucional. Cuando ese proyecto es derruido, se instala una dictadura que empleó el terrorismo de Estado con sus enemigos, el que se manifestó en una serie de vejámenes tales como: asesinato, prisión política, tortura (física, sexual, sicológica), desaparición de personas, rechazo de recursos de amparo, exilio forzoso, exoneración, desnacionalización de personas, entre otros. ¿Cómo no entender que estas personas, en amor y corazón pastoral, necesitan ser animados, consolados, ayudados? ¿Cómo no entender que quienes sufrieron los rigores de la represión dictatorial necesitan gente que camine con ellos, que les escuche y que se haga cargo de las problemáticas que viven? ¿Cómo no entender que, como diría Pierre Dubois, no se les puede evangelizar si se desconocen sus anhelos de liberación? El camino del perdón no puede ser llevado a cabo sin el previo y largo camino empático con quienes entienden que, como diría el Presidente Allende desde la Moneda el 11 de septiembre de 1973, “los procesos sociales no se detienen ni con el crimen ni con la fuerza”.
Por otro lado, hay sujetos que necesitan ser perdonados para poder vivir con corazones sanos. Pienso en la entrevista realizada por CNN Chile ayer (10 de septiembre de 2013) a Manuel Contreras, en la que decía que no tenía que pedir perdón de nada, que la DINA[2] nunca torturó a nadie, y que sólo le pide perdón a Dios. A Dios y a nadie más. Pienso en los muchos cristianos a los que he escuchado esas palabras, sólo a Dios debo pedirle perdón, ya que, teniendo mi conciencia bien con él todo camina bien. Pero Contreras no es creyente, por lo menos, del Dios de la Biblia. Al igual que muchos ex militares y civiles cómplices, sin más ni menos, de la dictadura. Por ende, tampoco debo obligarles a pedir perdón. Y el camino con ellos también requiere estar profundamente ligado al amor al prójimo, amor que busca la restauración, amor que no palmotea el hombro diciendo novelerías, sino amor que confronta y disciplina. Amor que hace encontrar a estos sujetos cara a cara con el dolor, la inhumanidad, la injusticia, la mentira, el oprobio, la impunidad. Amor que encamina al desuso del abuso de poder. Amor que encamina al reconocimiento del daño causado. Amor que sana el alma. Amor que busca que estos sujetos se encuentren cara a cara con sus corazones, lugar de la raíz de todo el mal causado.
Por todo lo anterior, esta reflexión no puede estar disociada del mensaje del evangelio. El evangelio debe seguir siendo proclamado. Evangelio que conduce por las veredas del amor y del perdón y, también, por las de la verdad y la justicia. Evangelio que debe ser presentado como estandarte y baluarte de la verdad y que propugna una sociedad en las que el Shalom de Dios sea la constante, es decir, un reino caracterizado por la paz, la justicia y el gozo. Durante la “larga noche de la dictadura” muchos púlpitos dejaron de lado la proclama del evangelio y más que edulcorar su mensaje, lo volvieron aséptico e insípido, ausente de sal y luz. Hay un documental de Patricio Guzmán llamado “En nombre de Dios”[3] que da cuenta de la acción de la Iglesia Católica chilena en los años ochenta que ilustra de manera elocuente esta realidad. Mariano Puga, cura párroco de La Legua[4] hablaba de esa liturgia ahistórica, que habla de Dios, pero en la que Dios está ausente. Allí señala que en un contexto en el que la muerte es la constante la liturgia debe producir miedo. Cuando escuché esas palabras por primera vez me vi afectado. ¿Cómo la predicación del evangelio y el culto a Dios pueden producir miedo? La respuesta la dio el mismo cura Mariano: debe producir miedo porque habla de la vida, del Dios de la vida. Cuando en medio del valle de sombra y de muerte no se anuncia la vida, sólo se predica opio, como diría la archicitada frase del barbudo dieciochesco. Aquí nos encontramos con la constatación del carácter contracultural del mensaje evangélico. Hoy, cuando vivimos en un sistema que no nos mata ni nos hace desaparecer, pero que, en cierto sentido, nos gasta la vida, trastoca nuestros sueños y anhelos, ¡cuánto más debiésemos predicar al Dios de la vida y el mensaje de su Ungido, Jesucristo! ¿Lo recordamos? “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado para llevar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar libertad a los presos y dar vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a anunciar el año favorable del Señor”.
De ahí que nuestra mirada al amor-perdón y al carácter contracultural del evangelio no puede estar disociada de una reflexión en torno al pasado y a la memoria. A diferencia de otros lugares del mundo, la Iglesia Católica en Chile, fundamentalmente su jerarquía, no se hizo parte de la dictadura, más aún, fue una irrestricta defensora de los Derechos Humanos, siendo un actor clave no sólo en el proceso del gobierno de facto, sino también de la emergencia del proceso transicional a la democracia, aportando con sus ideas de verdad y justicia que coadyuvaran a la reconciliación. En las iglesias evangélicas hubo actores que participaron del Comité Pro Paz y de otras instancias antidictatoriales. Pero, también hubo pastores que a nombre de sus congregaciones, y sin ninguna crisis de representatividad, firmaron declaraciones de apoyo a la dictadura, señalando que las violaciones a los Derechos Humanos eran invención del comunismo internacional. El “gobierno militar” y su “pronunciamiento”, para estos sujetos, era una respuesta a las oraciones a Dios[5]. Dichos “púlpitos” no sólo no anunciaron el evangelio, sino que pregonaron la legitimidad de la mano dura militar. Cuando nos acercamos a esta realidad vergonzosa, esa de arrogarse la voz del pueblo evangélico, como si este pueblo fuese unívoco y homogéneo, además de la corrupción del mensaje profético, nos acercamos a un pasado que, entonces, no está tan pasado y que además pesa. ¿Qué aprendimos como iglesias y como creyentes? Hasta el día de hoy, algunos creyéndose pertenecientes a un ghetto virtuoso se arrogan la representatividad de los evangélicos, para seguir haciendo política chica y mantener sus ínfimas cuotas de poder. Y, hasta el día de hoy, para muchos púlpitos es mucho más fácil gritar y hacer soliloquios sobre la mal llamada “agenda valórica” en vez de denunciar la injusticia, la corrupción y el abuso de poder. Por ello, debiésemos pensar no sólo en los corazones de los “otros” sino en los nuestros y arrepentirnos de nuestro pecado al naturalizar, justificar y solidificar el oprobio, el autoritarismo y el abuso, realizado tanto al interior de las comunidades como la que salta desde-o-hacia la sociedad.
Para finalizar, quisiera hacer mías las palabras de Helmut Frenz, a la sazón obispo luterano, en su sermón en el segundo domingo después del golpe de Estado: “Tomemos a Jesucristo como modelo y no al socialismo –tampoco al capitalismo- ni a algún sistema de ideologías, sino que sólo y únicamente a Jesús. Él es el Señor y nosotros le obedecemos. Estoy preparado, amigos, a poner en juego mi reputación, porque me vayan a señalar como colaborador de la izquierda porque nuevamente debo abogar por los perseguidos y oprimidos. Pero no se trata de eso. Jesucristo nos exhorta a ser colaboradores de la humanidad. No debemos esquivar esta invitación. Se solicita nuestro testimonio poniéndonos a disposición de aquellos a quienes nadie quiere ayudar. ‘Busquen primero el reino de Dios y su justicia, así recibirán también todo’. Amén”[6]. Amor y perdón, sí. Verdad y justicia, también. Nuestra predicación y vida no debe disociar estas cosas que son parte, a la luz de las Escrituras, del proyecto histórico de Dios.
[1] Véase sobre este sacerdote y otros que sufrieron el asesinato a manos de la dictadura militar chilena: Miguel Jordá Sureda. Martirologio de la iglesia chilena. Juan Alsina y los sacerdotes víctimas del terrorismo de Estado. Santiago, LOM Ediciones, 2001.
[2] Dirección de Inteligencia Nacional, aparato represor encargado de la detención, tortura, asesinato y desaparición de militantes. Operó entre 1973 y 1977.
[3] Patricio Guzmán, En nombre de Dios. Documental. Santiago Cinematográfica y P. Guzmán para TVE, 1985-1986. Puede verse en: http://www.youtube.com/watch?v=6OTSHJ9SeoA [Consulta: 29 de septiembre de 2013].
[4] Una de las poblaciones populares más emblemáticas de Santiago. Información acerca de su historia puede encontrarse en http://www.lalegua.cl/content/view/1405231 [Consulta: 29 de septiembre de 2013].
[5] Pedro Puentes. Posición Evangélica: un documento que define posiciones. Santiago, Editora Nacional Gabriela Mistral, 1975. Disponible en el Sitio Web de la Biblioteca del Museo de la Memoria: http://www.bibliotecamuseodelamemoria.cl/gsdl/collect/textosym/index/assoc/HASH01c6/47f77b83.dir/00000680000001000002.pdf [Consulta: 29 de septiembre de 2013]. Véase también, Humberto Lagos. La libertad religiosa en Chile. Texto provisorio y de Edición Privada. Santiago, Vicaría de la Solidaridad y UNELAM, 1978; y Luis Pino. La religión que busca no ser opio. La relación cristianismo-marxismo en Chile, 1968-1975. Tesis para optar al grado de Licenciado en Historia con mención en Estudios Culturales. Universidad Academia de Humanismo Cristiano, 2011, pp. 141-146. http://historiacomprometida.files.wordpress.com/2011/12/la-religic3b3n-que-busca-no-ser-opio-luis-pino-m-v-2-0.pdf [Consulta: 29 de septiembre de 2013].
[6] Helmut Frenz. Mi vida chilena. Solidaridad con los oprimidos. Santiago, LOM Ediciones, 2006, p. 144.
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Matías Maldonado, Evangélicos en la dictadura militar chilena
Cristóbal Cerón, Nueve compromisos para promover la reconciliación en Chile
Cristián Morán y Pablo Sánchez, El sueño del ex-Presidente Allende
Jonathan Muñoz, Una paz mal entendida
Manfred Svensson, Todos cambiamos. Una reflexión personal a cuarenta años del golpe
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